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OPINIÓN - SÁBADO, 2 DE JULIO DE 2011

 

OPINIÓN / EL OASIS

La convivencia en Ceuta
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Donde hay habitantes que pertenecen a comunidades distintas -religiosas, lingüísticas, étnicas, raciales-, “manejar” esa realidad no deja de ser un ejercicio muy complicado. Decir lo contrario, sería mentir o, peor aún, hacer la vista gorda ante una situación donde mantener la tranquilidad no es tarea fácil. Y, a pesar de ello, es innegable que el milagro se ha venido produciendo, sin solución de continuidad, en esta tierra. Y lo ha sido por una razón: se entendió bien pronto que la convivencia tenía que regirse por unas normas que fueran obra de todos.

La convivencia exige mirarnos a la cara todos los días. Saber las razones de unos y otros, ir acercando posturas, entendernos, y hasta conllevarnos en los momentos donde cada parte creamos que no le debemos soportar a la otra ciertas cosas que nos desagradan.

Esta ciudad tiene, como otras muchas ciudades, como todas, a qué engañarnos, cierta zona periférica -abrumada por la pobreza y el analfabetismo- que es caldo de cultivo de ciertos males que no dejan de poner en peligro las relaciones cívicas entre los miembros pertenecientes a las distintas comunidades. Zona a la que se le debe prestar, por parte de las autoridades, toda la atención posible y más. Por dos motivos: uno, porque es de justicia; y otro para que los listos de turno no la usen como ariete para hacer posible que sus ambiciones políticas se cumplan.

En una ocasión, hablando con una autoridad muy preparada, pero que no sabía aún lo que se cocía en la ciudad, llegó a decirme que si yo conocía la llamada “fórmula” libanesa. Que no era sino la manera de repartir el poder entre las comunidades religiosas. Y dejó la pregunta flotando en el aire. Aunque bien pronto le saqué de dudas.

-Mire, Fulano, la “formula” libanesa, como usted bien sabe, fue ideada para evitar que, en unas elecciones, se encontraran frente a frente un candidato cristiano y otro musulmán, y que entonces cada comunidad se movilizara espontáneamente en apoyo de “su hijo”; la solución que se adoptó consistía en repartir por anticipado los diferentes puestos, de manera que no se produjera una confrontación entre dos comunidades, sino entre candidatos pertenecientes a la misma comunidad. Al final, por razones obvias, la idea acabó en desastre.

Entonces, la autoridad, que se percató de que yo estaba al tanto del asunto, volvió a preguntarme: “¿Cree usted que las sociedades integradas por varias comunidades están hechas para la democracia?”

-Sin duda. Si bien es cierto que los regímenes democráticos tampoco han conseguido siempre resolver los llamados problemas étnicos. Y, mucho menos, las dictaduras.

Aquel hombre, sentado a la mesa de su despacho, con mucho poder y convencido de haber leído lo suficiente para dar lecciones relacionadas con los problemas que llevan consigo la convivencia entre comunidades distintas, volvió a inquirir: “¿Ve usted bien que en un partido de musulmanes se integren cristianos?

Mi respuesta fue: “sí, claro que sí; al igual que aplaudo las buenas relaciones que viene manteniendo el partido de Mizzian con el PP. Ahora bien, líbrenos Dios del día en que un cristiano, resentido, decida unir su fuerza política a otra compuesta única y exclusivamente por musulmanes, para obtener beneficios.
 

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