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OPINIÓN - DOMINGO, 10 DE JULIO DE 2011

 

OPINIÓN / EL OASIS

Cortito de valor
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Lo peor que le puede ocurrir a alguien que consigue metas que jamás había previsto, ni por asomo, es que se ponga a levitar en el momento más inoportuno. Yo he visto a sujetos que aspiraban solamente a ser conocidos por los vecinos de su piso y alrededores de su barrio y, de pronto, cuando un golpe de fortuna los puso en candelero, se convirtieron en personajes insoportables y, por tanto, abismados a estrellarse.

Esos sujetos, que hasta bien entrado en años no los conocían en ningún sitio, de la noche a la mañana, cuando lograron éxito en cualquier actividad, dejaron de pisar la tierra, como si con sus triunfos en los negocios, en la política o como vendedores de arropías, hubieran adquirido el privilegio de suspenderse a pocos centímetros de cualquier suelo.

Una vez que tales individuos perdieron el oremus, se les nublaron las ideas y comenzaron a descender en popularidad, la gente empezó a observarles detenidamente, a fin de averiguar por qué razón los tales les había estado engañando con tanta facilidad y durante tantísimo tiempo.

Porque la gente es muy dada a echarse en los brazos de cualquier tío que aparente ser como no es. Es decir, que tenga la habilidad suficiente para ser tenido como la persona más sencilla del mundo, la de mejor talante, la que pone una cara de bondad que para sí la hubiera querido cualquier aspirante a ser beatificado. Un tío que saluda sin cesar aunque ni siquiera distinga a los saludados.

Ahora bien, en cuanto la gente se percata de que todas las actuaciones del tío son pantomimas -farsa o simulación-, las cañas se van volviendo lanzas y, sin prisas pero sin pausas, la entrega incondicional hacia esa persona se acaba convirtiendo en rechazo casi generalizado. Un rechazo monumental. Y es entonces cuando principia el calvario para quien no supo darse cuenta de que las mentiras tienen las patas muy corta.

Cuando se vive en la cresta de la ola, pocas expresiones tan exactas para definir la altura y la precariedad simultáneas de quien sube como la espuma, en cualquier faceta de la vida, impulsado por una fuerza ajena, hay que hacer todo lo posible para no desplomarse.

Yo entiendo que en la cresta de la ola hay soledad y vértigo. Y que no se puede ni se debe contentar a todo el mundo. Pero tampoco traicionar a nadie por miedo al qué dirán los demás. Por un miedo absurdo que invita a demostrar que se está en posesión del valor suficiente como para cometer un desatino contra quien menos lo merece. Por el mero hecho de que esta persona sea odiada por adversarios que cuentan con el apoyo de otros medios que arden en deseos de acabar con la hegemonía de una autoridad que, en el momento menos indicado, se ha rodeado de personas con poca capacidad para mantenerse firme ante los embates de los contrarios. Simple y llanamente, porque los contrarios amenazan con convertir la vida política en un escándalo diario.

El miedo atenaza. Y los miedosos, además de salir mal librados, han de hacer frente al olor que despiden. Un olor nada grato. En esta vida, cuando uno tiene la suerte de contar con el poder suficiente para poder darle categoría al cargo que ocupa, conviene no tomar decisiones pueriles. Pues si las toma, quedará ya retratado de por vida como alguien cortito de valor.
 

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