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OPINIÓN - LUNES, 11 DE JULIO DE 2011

 
OPINIÓN / ANÁLISIS

El expolio de bienes culturales


Nuria de Madariaga
opinion@elpueblodeceuta.com

 

Cualquier atentado contra un bien cultural se considera legalmente “expolio” por más que el verbo “expoliar” nos haga recordar de manera automática a esos “tumuleros” y otras hierbas que con sus detectores de metales se dedican a saquear o expoliar los yacimientos arqueológicos. También el verbo nos retrasa cronológicamente a los años sesenta y setenta con el expolio de arte religioso y ya no hablemos del año 1931 con la salvaje II República donde se quemó en iglesias y conventos patrimonio bastante como para haber surtido de obras de arte cien museos de primera categoría. Y por cierto aún no nos han pedido perdón a los cristianos ni a los amantes del arte por tamaña aberración.

Y lo acontecido en Ceuta donde unos bestias han atentado contra bienes culturales y tal es la calificación de las estatuas atacadas, es una modalidad de expolio artístico, lo que denota que en esta ciudad existen tiparracos capaces de destrozar el arte y la belleza “porque sí”. Salvajismo, incultura, brutalidad... Pero existen medios técnicos para disuadir a los bestias, de hecho en muchas ciudades y en sus centros y enclaves más singulares las cámaras de videovigilancia son una constante que sirve para asustar a quienes tienen el propósito de delinquir, dan sensación de seguridad a los ciudadanos, constituyen una herramienta de trabajo de primer orden para la policía y no vulneran ninguna “intimidad” ya que por las calles se pasea y se callejéa, no se realizan “actos íntimos”.

Eso sí, los delincuentes odias las cámaras y las temen más que al pecado, porque restringe su libertad de acción y dan testimonio fehaciente de cualquier fechoría que puedan cometer, de ahí las acaloradas protestas de quienes no desean ser “controlados” por incómodos artilugios ya que ninguna persona decente ve obstáculo alguno a que la filmen mientras va a trabajar o se para ante un escaparate. Al revés, la gente honrada tiene como salvaguarda la certeza de que, al haber vigilancia, los criminales emigrarán a latitudes más discretas.

Con cámaras nunca se hubieran atrevido al acto de expolio que supone el atacar unas estatuas, un bien cultural. Y lo malo de este tipo de basura expoliadora es que si no les detienen en el momento siempre reinciden y van a más, las conductas destructivas que no tienen una respuesta penal porque no han logrado apresar a los autores provocan una sensación de impunidad en los delincuentes que les hace intentarlo de nuevo y cada vez de forma más dañina. Las cámaras de videovigilancia son lo único que “les para” porque una cosa es el vandalismo y otra que te identifiquen y te hagan pagar hasta el último euro de lo destrozado.

Y una cosa es el salvajismo y otra que te detengan, pases setenta y dos horas en los calabozos, te hagan el juicio rápido y tengas que comenzar a declinar el verbo “pagar” en primera persona del indicativo porque lo primero que embargan son las motos y los coches y si son “menores” los sueldos de los padres. En Málaga por ejemplo las cámaras consiguieron espantar a los carteristas que operaban por el Centro Histórico, en cualquier calle o plaza vigilada de cualquier ciudad la sensación de seguridad es palpable, se evitan hurtos, robos, agresiones y vandalismo callejero.

Lógico que sea mejor prevenir que curar y si no detienen a los autores aparecerán por cualquier lugar a atacar los bienes culturales, ya han probado el regocijo del destrozo y les ha salido gratis. Si no se les disuade volverán a delinquir y no se puede poner a un policía junto a cada escultura, bronce o estatua de la ciudad.
 

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