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OPINIÓN - VIERNES, 15 DE JULIO DE 2011

 

OPINIÓN / EL OASIS

El presentador de conferenciantes
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Antonio Burgos, periodista y escritor, se caracteriza porque maneja la burla fina, tranquila, con toques de andalucismo, magistralmente. De su humor, del humor de Burgos, decía Umbral que es sencillo, poco hiriente, educado amable y muy grato al lector.

Yo he venido leyendo a Burgos, como columnista, en Triunfo, Hermano Lobo, ABC, Blanco y Negro, Diario 16, El Mundo y, nuevamente en ABC. De AB me hablaba mucho, cuando se encartaba, Francisco Amores, Curro, que lo vio crecer en todos los aspectos en la Redacción sevillana de ABC.

Las anécdotas contadas por Burgos me han hecho reír de lo lindo. Hay una, referida a un tonto sevillano, que nunca se me olvida. Más o menos es así: cada vez que en Sevilla se anunciaba una conferencia, allá que se presentaba el tonto. Y lo primero que hacía es llegarse hasta el estrado y beberse el agua destinada al conferenciante. Y, a renglón seguido, decía: “Estaba sequito…”.

El público, entonces, sorprendido por el hecho, prorrumpía en aplausos. Y el tonto se crecía de lo lindo. Hasta que llegó un día en el cual los organizadores de semejantes acontecimientos tuvieron que poner pies en pared. Y decidieron leerle la cartilla al tonto para que nunca más se moviera de su asiento.

Pues bien, de esta anécdota me acordé días atrás mientras una señora, muy dada a frecuentar conferencias, me contaba que en Ceuta había un tonto que no se daba cuenta de cómo metía la pata sin solución de continuidad. Y hasta me sopló el nombre del sujeto. Eso sí, prometiéndole que de mi boca no saldría el nombre del Fulano ni el suyo. Faltaría más.

Pero he aquí la historia. El tonto ceutí es persona ilustrada. Goza de grandes conocimientos y saberes. Repleto de estudios, es de justicia reconocerle que goza de un bagaje cultural digno de encomio. Sin embargo, ha dado en la manía de meter la pata cada dos por tres. Y sirve ya de mofa de muchas personas que están ya cansadas de verle mostrarse como si supiera más que Dios.

Trataré de contar lo mejor posible lo que me han contado respecto a él. Le gusta sobremanera convertirse en presentador de todo conferenciante que llega a esta ciudad. Y, además de beberse el agua de los conferenciantes, hace de la presentación de éstos otra conferencia. Es decir, controlado por medio de cronómetro, “hay gente pa tó”, se ha podido comprobar que el sujeto invierte más tiempo en las presentaciones que lo que duran las exposiciones de los conferenciantes. Y, cuando termina su perorata, resulta que los conferenciantes están ya aburridos y deseando taparse en el burladero de la disconformidad.

Por lo que me han contado, entre quienes organizan tales actos existe más que malestar por cómo hace el presentador de filibustero cultural. Pero no se atreven a decirle ni pío. Ya que el tonto, tan culto él, todo hay que decirlo, tan leído y tan propenso a presumir de estudios académicos, es capaz de revolverse contra ellos con cierta brusquedad.

Por lo que no han dudado lo más mínimo en ponerme al tanto de su comportamiento, por medio de un amiga común, para ver si dándole publicidad a la cuestión, sin mencionar su nombre, el Fulano se da cuenta de que está haciendo el ridículo. Espero, pues, que el aviso le haga enmendar errores.
 

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