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OPINIÓN - MARTES, 19 DE JULIO DE 2011

 

OPINIÓN / EL OASIS

Fútbol de postguerra
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

El domingo pasado murió Juan Arza. El cual representó como nadie el fútbol de la llamada escuela sevillana siendo él, ironías de la vida, un navarro nacido en Estella. La muerte de Arza me obliga a mirar hacia atrás con ese cariño que los buenos recuerdos dejan siempre grabado a fuego en la memoria.

Sonado fue el traspaso de Arza al Sevilla por parte del Málaga. Por haber pagado el club hispalense casi cien mil pesetas por él. Amén de cesiones de jugadores al club malagueño y partidos amistosos en correspondencia por la contratación del futbolista. Una cantidad tenida por desorbitada en los años cuarenta. Concretamente en 1943. Cuando en España la canina imponía su ley y la gente se moría de tuberculosis y de miedo a partes iguales. Pues eran los tiempos en que la terrible postguerra imponía su ley y sólo se salvaban quienes estuviesen dispuestos a luchar denodadamente contra las más duras adversidades.

Con siete años, recuerdo haber visto yo a Arza jugar en Nervión. Era un diablo con el balón dominado. Sus regates hacían estragos entre sus rivales y conseguía goles con una facilidad pasmosa. De apariencia frágil, costaba lo indecible arrebatarle la pelota. Se había convertido ya en un ídolo de la afición del club presidido por Sánchez Pizjuán. Lo volví a ver en 1951. En un partido frente al Atlético de Madrid, en medio de un ambiente sensacional en Nervión, y donde un gol anulado al Sevilla le privó al club de la calle Harina ser Campeón de Liga.

Arza jugaba siempre bullendo por el campo contrario. Libre de misiones defensivas. Por lo cual resultaba tarea muy complicada anularle. Pues se movía por zonas donde los defensores no se atrevían a salirle a su encuentro. Y, claro, cuando estaba en posesión del balón ya era tarea casi imposible quitárselo

Hubo un jugador, el valenciano Puchades, que sí consiguió amargarle la existencia a Arza. Ya que, como medio volante, decidió hacerle un marcaje individual al sevillista. Con tanta eficacia que a Juan Arza, conocido también como el Niño de Oro, hablarle de Puchades era hablarle de un tío que no le dejaba tocar bola. Que le amargaba la vida. Que le hacía sufrir de lo lindo en el césped. De modo que los encuentros entre Sevilla y Valencia suscitaban un enorme interés, sobre todo por ver si Arza era capaz de imponerse a los marcajes férreos de un Puchades enjuto, fibroso, disciplinado y capaz de seguir a su oponente hasta donde éste fuera.

Para ver este espectáculo, es decir, el duelo entre Arza y Antonio Puchades, en 1953, como regalo por mis notas, me llevaron a mí al campo de Nervión. Aquel día, Arza, que no estaba dispuesto a dejarse ganar la partida, una vez más, por parte de Puchades, alargó el brazo y golpeó en la ceja derecha al valenciano. El cual comenzó a manar sangre y se acercó a la banda a pedir un pañuelo con el que jugó sin inmutarse. Eran otros tiempos. Ese día, sin embargo, no fue el enfrentamiento Arza-Puchades lo más relevante del partido. Ese día, la estrella del partido fue Wilkes: jugador holandés, de estatura considerable, cuyos regates dejaban a los contrarios tendidos en el césped.

La pregunta que me han hecho muchas veces es por qué tan gran jugador, me refiero a Arza, sólo fue dos veces internacional. Y siempre respondí: porque Venancio encajaba mejor con sus compañeros internacionales del Athletic. Descanse en paz, JA.
 

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