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                     Bien es sabido que la unión 
					siempre fortalece. Por muchas margaritas de incertidumbres 
					que nos metan por los ojos, la unidad, sí espiga auténtica, 
					es ley suprema de todo progreso. Lo que sucede es que los 
					países de la Eurozona (o zona euro) no trabajan lo 
					suficiente en conjunto y por Europa. Esta división, sin 
					duda, facilita que los azotes del miedo y la falsedad tomen 
					posiciones privilegiadas. Las respuestas unitarias siempre 
					son más efectivas que las fragmentadas, teniendo en cuenta 
					además que los mercados se mueven más por la codicia que por 
					el desprendimiento, por los intereses del poder antes que 
					por las necesidades de la ciudadanía. Por consiguiente, a mi 
					juicio, Europa tiene que pensar mucho más como Europa, y no 
					como suma de países, alrededor del euro. Así, por ejemplo, 
					la deuda no ha de ser de un país o de otro, sino del grupo 
					de la eurozona, y como tal ha de redimirse. Esta 
					interdependencia europeísta, para ser justa, en vez de 
					conducir al dominio de los más fuertes económicamente, al 
					egoísmo de las naciones que caminan en la primera velocidad, 
					debe hacer germinar nuevas formas de solidaridad, que 
					respeten la igual dignidad de todos los países. 
					 
					Saber compartir esfuerzos y sacrificios, suscitar la 
					participación europeísta entre todas las naciones de la zona 
					euro, es tan preciso como necesario. Por desgracia, detrás 
					de toda crisis suele cohabitar un déficit de ética en los 
					sistemas financieros, así como funestas gestiones en las 
					arcas de los diversos Estados. Ha llegado el momento, pues, 
					de que el continente europeo se alce en una sola voz, bajo 
					una reflexión en común, la corresponsabilidad de todos los 
					Estados de la Unión. Ciertamente, los mercados pierden la 
					confianza porque no están dispuestos a perder divisas. Las 
					elevadas tasas de desempleo y de endeudamiento de algunos 
					países difícilmente van a generar seguridad y convicción. 
					Por ello, es urgente buscar soluciones para evitar un 
					derrumbe generalizado. Desde luego, los países de la 
					eurozona mejor previstos también tienen la responsabilidad 
					moral de aceptar una más amplia cooperación y colaboración 
					hacia las poblaciones más indefensas. 
					 
					Ante estos hechos, pienso que ha llegado el momento de que 
					los dirigentes de la Unión Europea, injerten las medidas 
					ineludibles para hacer valer el euro como moneda de 
					confluencia de todos con todos. Por tanto, estimo que se 
					tienen que establecer, mejor hoy que mañana, cuantas 
					disposiciones se consideren justas y fundamentales para que 
					el continente avance, o la aventura de la unión monetaria se 
					vendrá abajo, con unos efectos terribles para todo el 
					continente y para el mundo entero. La casa europea tiene que 
					construirse en base a una sociedad próspera y estable, 
					ensamblada a un interés europeísta genérico. Sólo así se 
					puede proteger Europa del acoso injustificado de los 
					especuladores. Evidentemente; los mercados nos pueden 
					fallar, las personas cultivadas en el buen proceder jamás. 
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