PortadaCorreoForoChatMultimediaServiciosBuscarCeuta



PORTADA DE HOY

Actualidad
Política
Sucesos
Economia
Sociedad
Cultura
Melilla

Opinión
Archivo
Especiales  

 

 

OPINIÓN - SÁBADO, 6 DE AGOSTO DE 2011

 

OPINIÓN / ESCRITOS CABALLAS

Barlovento - Estirpe inmortal (I)
 


Javier Cherllarám
javiercherllaramt@elpueblodeceuta.com

 

Van pasando los años, pero en el recuerdo sigue en mi, no se en que lugar de este homenaje voy a ponerme, no se si esto tendrá continuidad algún dia, pero este pasaje que tengo en el fondo de mi ser os lo voy a contar, para que siempre todos recordemos esa Estirpe que todos llevamos dentro, tuvo su origen un dia. En esta historia no sé si soy cabo cuartel, serviola , marinero en puente o cabo timonel, cual fiel servidor de una caldera, un preferente de fogonero. Año 1936, el alzamiento nacional, el abuelo materno, o sea el abuelo Bernardo veterano de la Armada, se enrola en el Bando Nacional a bordo del Crucero Canarias, desde las entrañas de la caldera, dio fuerza y velocidad al Buque Insignia de los Sublevados , aquel navío se salvó por error del ataque del bando rojo, y fue alcanzado el Crucero Baleares, de ese lance de la guerra, se cumple en marzo 70 años del hundimiento del gemelo Baleares. El abuelo Bernardo fue con orgulloso cariño, mi mejor maestro, una pasión nos desbordaba al encontrarnos los dos y hablar de las lides marineras. Con sentimiento y gran emoción encuentra unas medidas maestras de aquel buque, eslora 19.40 metros, manga 19.52 calado 19.52 y una maquinaria de ocho calderas y cuatro turbinas Parsons, señas que fueron recogidas hace 22 años en el Museo Naval de Madrid, frente una majestuosa maqueta del Crucero Canarias,. Recuerdos de una Estirpe quizá se vayan perdiendo a traves de una herencia, sin legado y por eso lo voy plasmando , porque la vida termina y las obras van quedando de generación en generación, he sentido vivencias de ambos bandos y no voy a hablar de una lucha fraticida, simplemente mi recuerdo de un hombre que amó el mar, en una epoca tan difícil para España como el comienzo del siglo XX, como una inspiración divina, algo sublime y celestial de tantas horas y horas, de conversaciones del mar, con sus nietos alrededor, la belleza y el esfuerzo por sobrevivir en tiempos de hambre y miseria, tiempos muy duros, momentos de pasión e intriga, contados y narrados con detalles ,con sus duras manos apoyado en un hule mantel de plastico de la epoca, entre vasos de vino que tomaba con unas enormes habas verdes como tapas, yo ensimismado entre explicaciones de golpes de mar de redes, que se recogían de las entrañas del mar con el fruto que coleaba y saltaba entre las rojizas artes de pesca, como collares brillantes de perlas, a la luz y el brillo en su mar, cual lucero que se contoneaba en las olas ante los mecíos de esa traíña marinera. Era para perder el sentío y el temblor de mis tripas sobre, las seis de la tarde , sentir esa merienda de rancho de combate, el abuelo Bernardo tostaba pan en el aceite de la vetusta sartén, su propulsión de humo subía un tizne que deslumbraba a través de una vieja pared, allá que se veía en el cielo negro una interminable chimenea, siempre me quedaba extasiado con la chimenea, si era puro verano, el abuelo Bernardo sacaba un infiernillo con una parrilla, tostaba unas ricas sardinas asadas, a golpes de sal y rociadas con aceite del bueno, el humo coqueteaba los aires agosteños del Patio Morales y esquina la calle Velarde, allá que embelesado ese aroma marinero , al pescaito frito me hacía dejar el juego y me plantaba en casa, el viejo puente de mando que lo llamaba así al pasillo de la casa de mi abuelo. ¡ niño que vienes sudando de tantas carreras y revolcaeros! Jerga popular que los nuestros empleaban para arengar esas interminables cabriolas que la chiquillería, conjugaba entre grandes y pequeños, el ingenio de la fantasía, era nuestro lema entre rimas de “plom” y poesías. Una vez me habia lavado las manos en esa palangana de cinc enorme, con un pedazo de jabón verde que le decian lagarto, con esa tabla de lebrillo, entre coplillas de la época, mis sudores se escurrieron y se secaron con esas rasposas toallas. ¿Qué quieres merendar sardinitas? ¡ niño sientate y come!, aquello era un manjar, los chispazos de la parrilla, camuflaban mis ruidos de tripas, ante el sabor que planeaba en el ambiente, allá que me lancé a por una tras otra, rebanadas del pan del pueblo, sorbos de gaseosa, que me regaba el gaznate que como una ola embravecida movía mi garganta el impregnado fruto de los mares. Se fue terminando el festín y me despedí hasta el dia siguiente, mi abuelo me dio un repaso de rigor antes de partir, para leerme esa especia de cartilla, que siempre como leyes penales imponía. ¿ te has visto ese pelo? ¡niño que cuando vayas al servicio, que te quede bien la ropa y el gorro, como bien no vayas a ser un canijo guiñapo, los libros los estudios, ay el pelo, niño ese pelo! Al recogerme con mis padres y mis hermanos en la plaza de Los Reyes, ante la algarabía infantil de saltos y cabriolas, entre caídas de bellotas y trinos de gorriones de esas enormes palmeras. Mi hermano con los churretes escurridos hasta el cogote pasando, por las rodillas, se me acercó cual chucho vagabundo, olisqueando el olor a pescaito frito, ¿qué has estao con el abuelo, eh? ¡ por qué no me has llamao eh? ¡ tas quitao de en medio!. Esas eran las meriendas de poderío en aporte energetico y calorías, si bien las habas verdes, tan grandes como nueces, las he perdido la pista, parece que en la vida, se fueron con la magia del abuelo. Siempre me cautivaron sus hazañas, sus leyendas, sus pericias como marino, por eso siempre lo tenia claro, al salir de clase, con esas maletas a la espalda con unas hebillas que ya pedían la jubilación. Todos apostábamos a que seriamos en la mili? Yo legionario, yo policia militar, yo infantería, yo para el final soltaba, yo marinero. Algún listillo me cortaba y me decía marinero; como tu abuelo; bah, vente con nosotros mejor a la aviación, este es uno de los que se libró de la mili….

Siempre al mediodia, hacía una parada de visita a casa del abuelo, a pocos metros de la mía, grandes sorbos de casera con las burbujas interminables que se perdían en el vaso, siempre me dejaban otear en el fondo del armario, un pedazo de plato de pescado en adobo, que ya le echaba el ojo para luego por la tarde. El abuelo como si de un barco se tratase, la casa la denominaba como lugares y compartimentos, el pasillo era el puente y allí daba paseos pensando, como si estuviera de guardia en cubierta. Cuando me sentaba en la mesa, de nuevo el embrujo del hule plástico, el barreño puesto debajo de la mesa, con la reserva de agua, abuelo siempre tan precavido, y en una mesita cristal la vieja radio iberia, que daba la misa del mediodía, con acordes de melodías de sabor añejo nostalgico, cuando se hartaba cambiaba el dial y sintonizaba a unos cantes de Rafael Farina, que era su delirio y su pasión, quizá sus penas las enjugaba con los tientos festeros y populares de esas coplas, ya que la abuela Anica lo dejó para siempre años atrás. Su mejor utensilio mas apañado era una navaja de esas con ancla, marinera que la movía con destreza se cortaba unos trozos de viandas y longanizas traidas de Almería y entre las mismas, el con su vino, las habas verdes y la gaseosa, se me perdían las horas , con los temas maritimos, codigos de señales, bolardos,norays, momentos de lagrimas cansadas, cuando la mar era calma y rabia contenida por la tempestad, la guerra y la incertidumbre, que no sabía cuando iba a caer en combate. De la teoría a la practica, dicho y hecho, un sábado nos citó el abuelo, para un paseo matutino con sorpresa naval, la visita a la loja del muelle pesquero, ibamos a subir a una traiña de pesca, el abuelo al subir a bordo, lo respetaban como viejo lobo de mar, el repasaba las artes, los aparejos y demostrando que sus manos y brazos curtidos con esos enormes tatuajes hechos, por un alemán que dibujo a todos los hombres de la contienda, de un bando y de otro. Nosotros disfrutabamos a bordo, cobrando cabos, largando estachas y como saltarines grumetes, chirriamos como las pavanas, divisando su manjar entre boquerones y jurelitos, Carlos y yo, arriamos en banda, por babor y estribor, al final acabamos perdidos de manchas de grasa y petróleo y tostaos por el sol y oreando un salitre con el bautismo de mar en toito el muelle pesquero.

Al llegar a casa, mi madre al vernos se puso de mar gruesa y arbolada, allá que el abuelo capeó el temporal como pudo y ante el delirio de los pequeños marineros, ya de nuevo cuño en la familia, mi abuelo Bernardo salió corriendo escaleras abajo, se fue diluyendo su silueta en el horizonte como el velero en el mar, nos despedimos por la ventana, como señales de lucero y repiques de campana. Siempre con el vaso de vino como testigo, empezabamos nuestra charla, era como el caliz que bendice la misa, eso era para vivirlo no para contarlo, que me emociono en esta Ceuta mi tierra, con esos recuerdos que guardan esas entrañas caballas de la semilla del patio Morales, que tiempos aquellos, no como hoy entre caballitos de motos y contrabandos de droga, no tiene la juventud un momento para esos recuerdos inolvidables que hay en la vida.

Así el abuelo me recordaba en sus pláticas las aguas bravas, la bruma la neblina, los torpedos que rozaban el casco, la lucha por la supervivencia, pero que siempre decía que si volviera a nacer, volvería al mar pero sin guerra de por medio.

Al caer el sopor de la tarde, decidí entrar en el camarote como llamabamos al cobertizo para dormir, al caer en el mullido catre, me quedé embelesado con la cortina, cortina tapada con una reja colorá.
 

Imprimir noticia 

Volver
 

 

Portada | Mapa del web | Redacción | Publicidad | Contacto