| 
                     
					Como firma con el apellido, Estrada, a veces se creen que el 
					que pinta es su marido. Pero no, es ella, María, y dice que 
					la única diferencia entre que pinte un hombre o una mujer, 
					es que en el caso de ellas deben compaginar ‘la brocha’ con 
					el “cariño, ¿dónde están mis pantalones?” o “mamá, ¿qué 
					comemos hoy?”. Fue precisamente gracias a uno de sus dos 
					hijos como empezó a pintar acuarelas. 
					 
					“La niña se casaba y quería seis acuarelas para el salón. 
					Fuimos a comprarlas y yo, muy espléndida, dije que se los 
					pagaba, pero eran carísimas. Estuve dándole vueltas toda una 
					noche y al final, por la mañana, subí a la vecina y le pedí 
					las pinturas del colegio del niño. Me puse a pintar una 
					cabeza de ajo y una cebolla”, explica la acuarelista. “Y 
					cómo disfrutaba...”. Después, le enseñó los cuadros a su 
					hija y le encantaron. No se creía cuando le dijo que los 
					había pintado ella. Desde entonces no ha dejado el pincel 
					-número dos, máximo-, y es que lo suyo es el hiperrealismo. 
					Lo que más le atrae es pintar sombras. “También me gusta 
					mucho la fotografía, pero en las imágenes no se aprecian las 
					sombras, se ven siempre negras, pero las sombras negras no 
					existen en el espacio”, explica. Su método de trabajo 
					empieza por elaborar el color exacto en una paleta. Después 
					realiza una fotografía del motivo a pintar y va creando el 
					cuadro en base a dicha imagen.  
					 
					Su formación como publicista, profesión a la que se dedicó 
					hasta los años 90, le influye mucho a la hora de pintar. Por 
					ejemplo, en la precisión y en la minuciosidad. “Ahora todo 
					se hace por ordenador, pero cuando yo empecé debíamos hacer 
					los rótulos, los anuncios, todo a mano y muy elaborado, 
					fijándonos en cada detalle”, explica la pintora. 
					 
					Después de aquellas acuarelas para su hija llegaron las que 
					le pedían los amigos. Hasta que en la casa regional de 
					Canarias en Barcelona, de la que ella, aunque es de la 
					ciudad condal es, por pasión, socia, le pidieron que hiciera 
					una exposición. Era el año 1998. Fue la primera. Ahora 
					realiza en torno a tres al año, dos de las cuales las hace 
					en Canarias. Y es que en aquella primera muestra conoció al 
					pintor canario Siro Manuel, que se quedó fascinado con su 
					trabajo. Desde entonces no cesó de darle consejos. 
					Recomendaciones que ella no siempre acepta porque, además de 
					definirse “autodidacta” en su modo de trabajo, se considera 
					una mujer “muy independiente” que no acepta demasiado bien 
					que le pisen su terreno. Por eso, la pintura es su 
					“espacio”, el ambiente que se crea en torno a ella y que no 
					permite que nadie le pise. “Antes mi espacio era la 
					publicidad, pero desde que lo dejé, lo es la pintura”, 
					explica, y añade: “Yo ya pintaba desde antes, pero lo que 
					más me gusta es la acuarela”. 
					 
					Ceuta, sala de muestras 
					 
					Esta tarde, a las ocho, inaugura en el Museo del Revellín su 
					exposición titulada ‘Acuarelas’. En la ciudad autónoma es la 
					primera vez que expone. De hecho, nunca la había visitado. 
					Un amigo le propuso exponer en el Revellín y ella pensó: 
					“¿Por qué no? Así aprovecho para conocer Ceuta”. La muestra 
					estará abierta hasta el 31 de agosto, y como los hoteles no 
					le gustan demasiado, ella y su marido se han alquilado un 
					piso en Ceuta en el que estar más a su aire. 
					 
					A su llegada, lo peor fue pasar la aduana. “¿No será 
					patrimonio nacional?”, le preguntaron los policías 
					portuarios. “Son sólo mis acuarelas”, respondió ella. La 
					primera vez que las sacó de Barcelona ya lo vivió con 
					sobrecogimiento. “Iba a Canarias y las mandé por correo. 
					Viví intranquila hasta que me llamaron para decirme que mis 
					pinturas ya estaban allí”, explica. Exponía en uno de los 
					centros de arte más importantes de las islas y estaba 
					emocionada.  
					 
					‘El techo de la cripta de la Colonia Güell’ es, según ella 
					misma, “su mejor cuadro”. Son muchas las estampas catalanas 
					en general, y ‘gaudianas’ en concreto, que ya ha pintado. 
					Aunque su favorita es una acuarela que recrea algo más 
					sencillo: una hoja de col. “Un día estaba en la cocina a 
					punto de hacer la comida y me quedé mirando la col y dije la 
					voy a pintar... Luego llegó mi hija y me dijo: Mamá cada día 
					pintas cosas más raras”, explica la pintora mientras enseña 
					los blancos y verdes de su cuadro. 
					 
					El blanco, precisamente, es uno de los tonos más difíciles 
					de recrear. “Porque el lienzo ya es blanco y si fallas un 
					tono ya no sale el cuadro”, anota, mientras muestra las 
					tonalidades de una ola del mar. También la nieve es uno de 
					los motivos que más le gusta pintar. 
					 
					En hacer cada uno de sus cuadros tarda aproximadamente un 
					mes, durante el cual trabaja entre seis y ocho horas 
					diarias. Le gusta dibujar tejas, y prefiere las hojas a las 
					flores. Por ejemplo, las de las macetas de la casa de su 
					hija. Aunque su nieto se empeñe en que, además de plantas, 
					pinte los cochecitos con los que él juega. Ella le dice al 
					niño: “Es que son más difíciles de pintar”.  
					 
					Como muestra de la esencia de su pintura, lo que recoge el 
					programa de mano del Revellín: “Hay un romanticismo en su 
					obra, prescindiendo en todos sus cuadros de aquellos 
					elementos externos al aspecto natural de las cosas, llegando 
					a poetizar con realidad”. 
   |