| 
                     Leer es un placer. Lo dicen 
					aquellos que tienden a la lectura como una obligación. Que 
					no se sienten felices sin un libro en las manos. Y para 
					muchos, una fuente de información, independientemente de los 
					temas tratados. 
					 
					Una reciente encuesta da a conocer que es en el verano 
					cuando más libros se leen. En cierto modo es lógico, ya que, 
					coincidiendo con las vacaciones veraniegas, se dispone de 
					mayor tiempo libre, en particular todos aquellos que se 
					encuentran comprometidos, todavía, con obligaciones 
					laborales. 
					 
					En mi caso, ya superado ese largo período laboral, me 
					encuentro todavía con ese hábito de lectura en período 
					veraniego. 
					 
					Yo tenía enormes deseos de iniciar la lectura de los libros 
					escritos por Arturo Barea, cuya obra más importante está 
					formada por la “La forja de un rebelde”, una trilogía que 
					redactó en Inglaterra, entre 1940 y 1945, y que, al 
					publicarse juntas, tomaron el título ya referido. Su caso es 
					singular y raro. Hasta la Guerra Civil fue un perfecto 
					desconocido. Presa de desengaños y crisis nerviosas, Barea 
					se marchó de España a mediados de 1938. Desde 1940, hasta su 
					muerte, Barea trabajó para los servicios de la BBC en 
					Español, singularmente con destino a América Latina, donde 
					la voz de Barea llegó a ser muy famosa. Según el propio 
					autor, retrata más lo colectivo que individual. En el primer 
					tomo “La Forja”, narra la niñez y adolescencia de un chico 
					de pueblo, cuya madre es lavandera en el Manzanares. 
					 
					El segundo tomo de la trilogía es “La ruta”. Apareció en 
					inglés entre 1941-44, y fue publicada en español en 
					Argentina en 1951. Prohibido por la censura, no apareció 
					legalmente en España hasta la llegada de la democracia, en 
					1977. Las duras condiciones de vida de África con el telón 
					de fondo de la novela. La escasez y las enfermedades eran la 
					compañía cotidiana de los soldados. El protagonista se 
					licencia por fin y emprende una nueva vida civil en Madrid… 
					El éxito de la obra en inglés fue enorme, hasta el punto de 
					que se pensó en Barea, a fines de los 40, para el Premio 
					Nobel. 
					 
					El tercer tomo de la “La forja de un rebelde”, “La llama”, 
					se dedica a la Guerra Civil. La idea de Arturo Barea era 
					explicar narrativa y novelísticamente, cómo se había llegado 
					a esa guerra fatídica, tras la miseria, la dictadura y el 
					caos. En síntesis, la trilogía de Barea es la obra 
					excepcional de alguien que luchó por un mundo mejor, que no 
					llegó a conocer. En el prólogo de uno de sus libros dice 
					Barea: “Después de todo, la España que quiero enseñar al 
					lector inglés, ha de ser, un día, parte de la paz mayor”. En 
					el 2º libro de la Trilogía, “La Ruta”, a lo largo de su 
					estancia en Ceuta, refiere muchas situaciones, vivencias, 
					lugares… Estos, en especial, hoy, sin apenas referencias, lo 
					que su ubicación resulta difícil.  
					 
					Arturo Barea, en el 2º libro de la Trilogía, “La Ruta”, 
					dedica un capítulo a nuestra ciudad. Fue sargento de 
					Ingenieros. Así describe su cuartel: “Era un edificio con 
					dos grandes terrazas, una enorme casamata de madera, un 
					gallinero, cuadra, talleres, enfermería…” 
					 
					“En 1922, los acontecimientos se desarrollaron rápidamente 
					en Marruecos y en España. Es nombrado Alto Comisario de 
					España en Marruecos el General Burguete. Se preparó un 
					desfile para rendir el tradicional homenaje a la Imagen de 
					Nuestra Sra. Virgen de África, a quien él iba a ofrecer su 
					bastón de mando. El General quiso asomarse al balcón de la 
					Comandancia General y, desde allí, presenciar nuestro 
					desfile en columna de honor”. 
					 
					“El amanecer es rápido en el Norte de África. Cuando llegué 
					a la playa, el estrecho estaba inundado de sol. Sus rayos 
					sesgados pintaban de cobre las casas blancas. Ceuta estaba 
					vacía aún. El olor pesado del mar, acumulado durante la 
					noche quieta, inundaba la ciudad y todo está cubierto de una 
					capa finísima de rocío que se evapora rápidamente bajo el 
					sol, oliendo a sal…”. 
					 
					“Detrás de las rocas de la playa del Sarchal, me quité las 
					ropas y me metí en el mar. El agua estaba aún fría de la 
					noche. Me calenté desnudo, tumbado al Sol, me vestí y me fui 
					a la taberna de pescadores…”. 
					 
					“Mi amigo Sanchiz me llevó a la Taberna del Licenciado… Las 
					paredes rojas, ahora, eran de color crema y el mostrador 
					similar al de millares de tabernas en España. Un tablero en 
					encina y sobre él la columna de grifos sobre la pila de 
					estaño. El licenciado se había cambiado en un comerciante 
					próspero y satisfecho, enfundado en su mandilón a rayas 
					verdes y negras. La mayoría de los clientes eran aún 
					soldados del Tercio y prostitutas de la ‘Barría’…”. 
					 
					“Una mañana cuando paseaba por la Calle Real, me llamó la 
					atención una mujer que caminaba delante de mí… cuando 
					llegamos al Hotel “María Cristina”, la muchacha se metió en 
					una de las puertas de servicio…”. 
					 
					“Me decía mi amigo Sanchiz: Mira esto es Ceuta, donde tú, 
					como Sargento de Mayoría de la Comandancia de Ingenieros, 
					eres casi un personaje… Me llevó a uno de los mejores 
					burdeles… Cárdenas pidió la cena de Corales para dos de las 
					muchachas y para nosotros…”. 
					 
					“Así, que volví atrás y me encaminé a la ‘Perla’. Porque ser 
					Sargento en Ceuta suponía pertenecer a una clase social… En 
					la Calle Real que atraviesa el pueblo de extremo, los 
					soldados marchaban siempre por el medio de la calle…”. 
					 
					“Evacuado a Ceuta, me encontré con el Hospital Docker, para 
					enfermedades infecciosas, a dos Km. de la ciudad, sobre un 
					cerro que domina el Estrecho de Gibraltar…” 
					 
					“La pesca me dio excusa para escaparme de la vida de 
					Cuartel. Nos íbamos a lo largo del muelle de la Puntilla… 
					Sobre las escolleras me puse a pescar… Y picó un enorme pez, 
					que con ayudas conseguimos levantar… ¡Era una “murena” de 
					más de 40 Kg…”. 
   |