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                     Leo el discurso del presidente de 
					la Ciudad correspondiente al Día de la Autonomía, y de él lo 
					que más me interesa es cuando hace referencia a la necesidad 
					de resolver el drama de los parados. Y es que acordarse de 
					las personas sin empleo, como de las caídas en desgracia, es 
					más que una obligación entre quienes se tienen por 
					demócratas y cristianos.  
					 
					Diariamente nos están martilleando los oídos con que España 
					está al borde de la bancarrota, por lo que las empresas 
					privadas se ven precisadas a echar gente, y que el empleo 
					nuevo, escaso y mal remunerado, que antes existía, ahora no 
					lo hay, y ni siquiera los funcionarios, hace nada tan 
					seguros de sus soldadas, las tienen ahora todas consigo. 
					 
					Las empresas arruinadas, las familias endeudadas, y los 
					bancos, causantes del desaguisado mundial de la economía, 
					por vender a los mercados valores hipotecarios de mierda, 
					sumidos en una crisis, están haciendo posible que la gente 
					haya empezado a tenerle miedo al miedo. Que es el peor de 
					los miedos. 
					 
					Mientras tanto, es decir, a medida que va creciendo el 
					pánico de los parados y de cuantos ven que están abocados a 
					serlo también en cualquier momento, a nadie debería extrañar 
					que los valores morales vayan siendo sepultados por los 
					económicos. Cómo exigirles respeto a quienes necesitan 
					trabajar y no pueden, en tanto comprueban de qué manera los 
					dirigentes políticos han llegado al extremo de carecer de 
					ideas para salir de una crisis económica que tiene todas las 
					trazas de convertirse en una tragedia descomunal. 
					 
					En España, por ejemplo, hay ya cinco millones de parados. Y 
					lo que te rondaré, morena. Lo cual, traducido en drama, 
					facilita hacer las cuentas para obtener una cifra enorme de 
					personas que están soportando el peor de los problemas: la 
					carencia de dinero para poder comer caliente y vivir con la 
					dignidad requerida. 
					 
					No pocas veces, a mí me ha dado por describir el pánico de 
					los parados. Sintiéndolo de verdad. Tan de verdad porque lo 
					fui durante una temporada que se me hizo eterna. Ya no sabía 
					que hacer conmigo mismo. Pues un hombre sin trabajo va de un 
					lado a otro por la casa como un perro abandonado.  
					 
					Un hombre sin trabajo se vuelve susceptible. Y pobre de él 
					si tiene la mala suerte de encontrarse con una mujer que no 
					trata de levantarle el ánimo, ya de por sí decaído ante el 
					calvario que supone salir todos los días a la búsqueda de un 
					empleo y regresar al domicilio sin obtenerlo. Se ha descrito 
					con frecuencia el desasosiego psicológico del parado. Porque 
					más allá de la inquietud material, el hombre privado de 
					trabajo entra en una fase de miedo irracional. Una angustia 
					que puede convertirlo en un ser rencoroso contra todo lo que 
					le rodea. La acritud de una persona que desea trabajar, que 
					necesita trabajar y no encuentra acomodo, se ve a la legua. 
					Habla y mira a los demás como si éstos tuvieran la culpa de 
					su desgracia.  
					 
					Al paso que vamos, es decir, con quienes mandan dispuestos a 
					remediar la crisis enviando a mucha gente al paro -caso de 
					Castilla-La Mancha, el problema llegará a ser de tal 
					magnitud que volveremos a ver, desgraciadamente, situaciones 
					de aquel pasado que aún recordamos quienes vivimos nuestra 
					posguerra. Y, desde luego, habrá peligro para los ricos. 
					Seguro. Cabe aquí lo siguiente: “Es mucho más grave fundar 
					un banco que robarlo”. B. Brecht. 
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