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					Lunes. 29 
					 
					Mi amistad con Eduardo Gallardo comenzó en cuanto nos 
					presentaron. En ese preciso momento, él se declaró lector de 
					cuanto yo escribía y a mí me correspondió mostrarme afable 
					con él. Un día, cuando nuestras relaciones habían alcanzado 
					su punto culminante, me encontré con que su salud se había 
					deteriorado hasta el extremo de no volver a pisar la calle. 
					Así que nos fue imposible seguir conversando con la 
					asiduidad que lo hacíamos. Pero nunca dejé de preguntar por 
					él. Y lo pude hacer por medio de uno de sus hijos, 
					Alberto Gallardo. Mi amistad con AG fue tomando vuelos y 
					creo que ambos nos hemos sentido satisfechos de que entre 
					nosotros surgiera la necesidad de vernos para hablar de 
					cuanto nos apeteciera. Meses atrás, Alberto me contó que no 
					se sentía bien. El diagnóstico que le dieron lo llenó de 
					dudas. Incertidumbre que aguantó con una estoicidad digna de 
					ser reseñada. Cuando decidió operarse, tuve a bien tenerlo 
					entre mis plegarias. Hoy, tras preguntar por él una vez más 
					a un familiar allegado, me ha dicho que ya se encuentra 
					encamado en la planta del hospital. Es decir, que ha salido 
					de cuidados intensivos. Y no he tenido más remedio que 
					celebrar la buena nueva. Alberto, en casos así, yo suelo 
					recomendar a mis amigos que le echen bemoles al asunto. Y 
					tú, sabiendo como eres, seguramente se los va a echar. Deseo 
					verte cuanto antes. 
					 
					Martes. 30 
					 
					Hay muchos dueños de perros que incumplen las normas 
					establecidas. Porque se muestran incapaces de quitar las 
					mierdas de éstos. Son los que generan un odio cerval contra 
					unos animales que si han sido capaces de sobrevivir es por 
					haber evidenciado con creces el enorme amor que les profesan 
					a sus propietarios. Entiendo que haya personas que se 
					enfurezcan porque en sus calles se vayan acumulando los 
					excrementos de los canes. Es más, yo me suelo sublevar 
					cuando soy testigo de semejante dejadez. Y me dan ganas de 
					cantarle las cuarenta a quienes se comportan así. No 
					obstante, lo dicho no es motivo para que haya personas que 
					se tomen la justicia por su mano. Es decir, que decidan 
					llegar al extremo de causarles la muerte a los animales. 
					Poniendo en sus calles golosinas preñadas de veneno para que 
					los perros tengan una muerte terrible. Desde hace varios 
					días, me vienen contando que se están matando perros en las 
					calles que circundan un bloque militar. Mayormente, en la 
					calle de Clara Campoamor De momento, se me asegura que han 
					sido dos los animales que han tenido la desgracia de caer en 
					la trampa dispuesta para acabar con sus vidas. Conviene, 
					pues, advertir a los ciudadanos de semejante canallada. Y, 
					sobre todo, es necesario concienciar a la gente de que tener 
					un perro obliga a muchos sacrificios. El primero, sin duda 
					alguna, es recoger sus heces, y a partir de ahí denunciar 
					sin tapujos a los canallas que optan por asesinar a los 
					animales. La denuncia me hace reflexionar: ¿si es verdad que 
					se han producido las muertes de esos perros en los 
					alrededores de un edificio militar, sería conveniente que el 
					comandante general se enterara de semejante atrocidad?  
					 
					Miércoles. 31 
					 
					Leer y escribir son dos ejercicios que van cogidos de la 
					mano. Todo lector que se precie, terminará escribiendo. De 
					la misma manera que quien escribe ansía tener tiempo libre 
					para dedicárselo a la lectura. La adicción a la lectura -no 
					recuerdo a quién se lo oí decir-, igual que cualquier otra, 
					no es innata. Si no prende en la primera edad, no prende 
					nunca. Yo conservo el más grato de los recuerdos de aquel 
					bibliotecario sin título, llamado Antonio Femenía, 
					que supo inculcarme la pasión por los libros a una edad que 
					ni pintiparada para ello. Los libros son para el verano. 
					Para disfrutarlos durante las vacaciones. Que es lo que he 
					venido haciendo yo este agosto, como tantos otros agostos. Y 
					lo he hecho, como se hacía antaño, sentado en cómoda butaca, 
					con una copa de vino por delante y mucho tiempo a mi 
					disposición. Lo cual no deja de ser un lujo. Ya que, desde 
					hace mucho tiempo, se lee donde se puede, cuando se puede, 
					como se puede. En suma: poco y deprisa y corriendo. Ya 
					escribió Antonio Gala que gran parte de lo que nos 
					pasa (hablemos de España, por ejemplo) lo evitaríamos 
					leyendo. Desde la corrupción hasta los malos empresarios; 
					desde los políticos de tercera hasta los ambiciosos de 
					cuarta; desde nuestras personales desazones hasta nuestra 
					excesiva vanidad. Leyendo disminuirían nuestra ignorancia y 
					aumentaríamos nuestra imaginación. 
					 
					Jueves. 1 
					 
					No suelo yo contestar, salvo rara excepción, ninguna carta 
					al director que me concierna, siempre y cuando llegue 
					desprovista de firma. La de hoy, titulada “Que vuelva De la 
					Torre”, cumple el requisito. Ya que su autor es Manuel 
					Corral. La carta del señor Corral me ha cogido por 
					sorpresa. En rigor: está uno tan poco acostumbrado a recibir 
					muestras de afecto que cuando ello sucede se queda durante 
					un tiempo tan confuso cual extrañado. Es lo que me ha pasado 
					a mí esta mañana, cuando he leído la misiva de quien no 
					tiene el menor inconveniente en proclamarse lector de ‘El 
					Oasis’. Columna que lleva ya siete años publicándose 
					diariamente en la contraportada de ‘El Pueblo de Ceuta’. No 
					obstante, mi respuesta rápida a MC, se debe más que a los 
					ditirambos que me dedica, que suelen tonificar el cuerpo y 
					elevar el espíritu, a que escribe muy bien. Y quienes 
					escriben bien, aunque lo hagan para ponerme como chupa de 
					dómine, me merecen mucho respeto. Eso sí, no consigo ponerle 
					cara al autor de la carta que pide mi vuelta al tajo, por 
					más que llevo toda la mañana devanándome los sesos. Vamos, 
					por mucho que cavilo no acierto a saber quién es la persona 
					que me ve pasear todos los días con mi perro labrador; un 
					ejemplar canino, que está convaleciendo de una fisura. Una 
					lesión que ha conseguido empañar en parte mis vacaciones. 
					Unas vacaciones que suelo coger todos los años, durante el 
					mes más caluroso y taurino de nuestra España, no por 
					hallarme exhausto. De ningún modo. Lo hago, simple y 
					llanamente, para concederles a mis lectores la oportunidad 
					de no bostezar por la insistencia. Ahora bien, don Manuel 
					Corral, en el penúltimo párrafo de su carta al director, 
					dice percibir cierto cansancio en mí. Lo cual no me extraña. 
					Ya que nadie mejor que los lectores fieles para darse cuenta 
					de que quien escribe respira insatisfacción. Y, claro, se 
					hace varias preguntas. ¿Vacaciones? ¿Hartazgo? Y hasta no 
					duda en distinguirme con un recto proceder que pueda ser la 
					causa de que yo esté pensando en alargar mis vacaciones. Y 
					acierta el señor Corral. Claro que sí. Porque uno, que, como 
					humano está lleno de defectos propios de la especie, puede 
					confesarlos todos. Ya que no hay ninguno que pueda hacerme 
					temer por el qué dirán. Y, por encima de todo, no concibo 
					que mi lealtad hacia las personas más cercanas, sea 
					correspondida con intentos de cambalache de baja estofa. Sin 
					más, estimado don Manuel Corral, sepa que su carta ha sido 
					para mí un soplo de aire fresco. Y, sobre todo, un regalo 
					para mi vista. La cual, aunque esté ya casi arrasada, aun 
					distingue la diferencia que hay entre escribir bien y lo 
					otro. Así que muchas gracias…  
					 
					Viernes. 2 
					 
					Hora vaga de mediodía. Llueve a mares y me refugio en el 
					Hotel Parador La Muralla. Y allí hallo a Salvador Guillén, 
					“Doro” para los amigos, charlando con Pedro Fernández 
					Olmedo. Y me apunto a la conversación. La cual dura un 
					rato largo. Ya que tanto Pedro como Salvador son tan buenas 
					personas como muy dadas a pegar la hebra. Con Doro hacía 
					mucho tiempo que no había tenido la oportunidad de 
					intercambiar impresiones. Y lo primero que debo decir es que 
					ha merecido la pena toparme con él. Puesto que he disfrutado 
					de lo lindo con sus comentarios. Fácil de palabra y ameno, 
					educado y amable y muy al día de cuanto sucede actualmente, 
					Salvador Guillén ha hecho posible que me lo pasara muy bien. 
					En un momento determinado, se me ocurrió preguntarle si 
					había tenido oportunidades para hacer sus pinitos en la 
					política local. Y Doro me fue enumerando las que se le 
					presentaron, que fueron varias e importantes. Aunque nunca 
					se ha lamentado de haber renunciado a tales ofrecimientos. 
					Todo ello, bajo la mirada complaciente del director del 
					hotel. Del que no me canso de hablar bien.  
					 
					Sábado. 3 
					 
					Sentarse ante el televisor tiene todos los inconvenientes 
					del mundo. Llega uno a la casa, tras el trajinar diario, y 
					los telediarios comienzan a largar las peores noticias del 
					mundo. Raro es el día en que uno no conoce que una mujer ha 
					sido asesinada por su marido, compañero o amante; que la 
					corrupción está a la orden del día entre los políticos; que 
					la guerra de Afganistán es tan cruel como interminable; que 
					la vida en Sudamérica sigue valiendo cada día menos; que la 
					droga sigue haciendo estragos entre los jóvenes. Tampoco 
					falta lo de siempre: África se muere de hambre y sed. Y 
					además los telediarios se recrean dándonos las imágenes de 
					niños caquéxicos que están en las últimas, tan en las 
					últimas, que hasta nos presentan los mejores planos de las 
					aves carroñeras planeando alrededor de las víctimas. Y, para 
					colmo, el miedo a quedarse parado va aumentando cada vez más 
					cuando los locutores nos indican el número de personas que 
					han perdido sus empleos y de cómo los políticos están 
					sumidos en la incertidumbre. O sea, que no tienen ni puta 
					idea de cómo hacer frente al gravísimo problema. De modo que 
					hay un auténtico concurso diario entre las diversas cadenas 
					para ver cuál de ellas bate el récord de las malas noticias. 
					Entonces, ¿cómo sorprenderse de que sintamos un especial 
					interés por las emisiones deportivas? Único terreno en el 
					que, de vez en cuando, las gentes tienen un aire satisfecho. 
					Porque si siempre existe un perdedor, forzosamente tiene que 
					haber un ganador. Eso sí: yo quiero que siempre salga 
					victorioso el Madrid. 
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