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                     Impedirle a la radio que meta su 
					voz en los campos de fútbol, si acaso no paga el canon 
					correspondiente a quienes deben hacerlo, ha servido para que 
					los periodistas hayan tenido otro asunto sobre el que opinar 
					que no sea el mismo de siempre: la crisis económica. Una 
					crisis, dicho sea de paso, que está haciendo mucho más mella 
					en los hombres que el conocido bromuro que les metían a los 
					mozos en la comida para que el empalme no les distrajera de 
					sus obligaciones militares. 
					 
					A mí, en cuanto oigo hablar del mal comportamiento que están 
					teniendo con las emisoras de radio quienes manejan los 
					negocios futbolísticos de las televisiones, se me viene a la 
					memoria, en un santiamén, el aparato de radio que tenía una 
					mujer rica que vivía en mi misma calle y que tuvo el acierto 
					de invitarme a su casa para que me fuera instruyendo con las 
					disertaciones de Matías Prats desde Brasil, cuando el 
					Campeonato del Mundo de 1950.  
					 
					En honor a la verdad, a mí me importaba un bledo y parte del 
					otro, lo que dijera el locutor del momento, lo que yo 
					esperaba cada vez que la señora me invitaba era ver colocada 
					encima de la mesa la taza de café con leche humeante y un 
					paquete de Galletas María.  
					 
					En cierta ocasión, estando aquella señora con ganas de 
					cháchara, recuerdo que le dijo a mi padre lo siguiente: 
					 
					-Mire usted, Manolo, yo he sido rica y he sido pobre, 
					y ser rica es mejor. ¿Qué le parece…? 
					 
					-Me parece muy bien. Siempre y cuando siga usted 
					ofreciéndonos café y galletas Maria –contestó mi padre. 
					 
					Es una anécdota que le conté a Matías Prats la última vez 
					que estuvo en Ceuta para dar una conferencia patrocinada por 
					el Centro de Hijos de Ceuta. Y no creo que le hiciera mucha 
					gracia. Pues en cuanto me dispuse a entrevistarle, el hombre 
					se excusó diciendo que a él le habían traído para hablar de 
					cuestiones correspondientes a la milicia y armamentos 
					modernos. Y no de fútbol. 
					 
					En ese preciso momento, me percaté yo de que había personas 
					ricas y famosas, verdaderos mitos, que llegaban al final de 
					sus días con un discurso fracasado. Y así lo conté. Por más 
					que algunos dijeran entonces que me había cebado con el 
					hombre cuya voz, cantando el gol de Zarra a 
					Inglaterra, en Maracaná, hizo posible que los españoles 
					fueran felices varios días con la botarga vacía. 
					 
					Con la botarga vacía no se puede pensar. Ni pensar ni vivir 
					ni responder a ninguna llamada de orden social. Así que al 
					paso que van los gobiernos, tratando de sanear las cuentas 
					públicas, machacando a las pequeñas empresas y enviando cada 
					vez más gente a la cola de los comedores de Cáritas, puede 
					armarse lo que no está en los escritos. 
					 
					El amigo que me escucha atentamente, que es bético y que no 
					puede ver al Sevilla ni en pintura, me dice que peor que el 
					hambre es soportar a José María del Nido perorando 
					contra los equipos grandes: es decir, Barcelona y Madrid. Y 
					se queda tan pancho. 
					 
					El problema de quienes deben dinero, que son cada vez más, 
					debido a que la cifra de parados ha llegado ya a los cinco 
					millones, lo cual en otras épocas propiciaba revueltas que 
					tenían que ser sofocadas a palos, es que no se han decido 
					aún calmar a sus acreedores con la proposición adecuada: “Si 
					hay alguien a quien yo le deba dinero, estoy dispuesto a 
					olvidarlo si ellos también lo están”. 
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