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					Esta bien podría ser una historia real, también ficticia, 
					pero les invito a ustedes, sabuesos lectores de este 
					periódico, a que pongan las cosas en su sitio, los puntos 
					sobre las íes, la chicha y la limona, lo literario y lo 
					fantástico, que lo que sea sonará. Silencio, se sube el 
					telón. 
					 
					Cierto día del invierno pasado una pavana en cuestión tuvo 
					la suerte de pico, obvio, ya que el ave palmípedo tuvo el 
					desliz de “aterrizar”, nadie sabe cómo ni por qué, en un 
					patio de luces de un bloque de las denominadas 108 
					viviendas. ¿Hasta aquí todo bien verdad? Vale, pues como 
					decía el ave se coló en la vecindad de un hombre bueno, 
					culto y justo además de amante de los animales, al que por 
					mucho que estas gaviotas (pavanas las llaman aquí) ruidosas 
					le caguen la fachada salpicando de paso con sus corrosivas 
					heces la ropa que su mujer le tiende amorosamente al rácano 
					sol de la “tronera” o patio de luces, no rechista y, hale, 
					otra vez a poner la lavadora. Con lo que ello cansa. 
					 
					La historia gira a que el palmípedo, que imaginemos se 
					durmiera en vuelo de placer dejándose llevar por la mano del 
					viento a ras de la falda del monte Hacho – jo, que relax-, 
					pudo ser víctima de un tiro trasero tras el gatillazo de un 
					cazador miope, que a saber si consiguió los papeles para 
					vestirse de rambo gracias al galeno amigo o por un garrafal 
					error burocrático, que habrá que investigar, o bien resultó 
					tocado por una pedrada lanzada con “malage” desde la onda, 
					tirador o brazo de uno de los gamberretes anónimos que, 
					hartos de tanta play-station y jueguecitos bélicos, buscan 
					nuevos pasatiempos con ánimo de hacer pupa, ya sea contra la 
					propiedad privada, idem con el mobiliario urbano, con los 
					coches de la policía, bomberos, sanitarios – de los 
					políticos no, que lotería -, dejando herida a nuestra 
					protagonista que se llegaba a merced del viento amigo, 
					teniendo la suerte de caer ahora sí en manos de la 
					providencia.  
					 
					Ni corto ni perezoso el ciudadano, viendo cómo el ave se iba 
					a desplumar vivito intentando en vano coger altura desde el 
					pie del patio de luces que al animalito mas bien le debía 
					parecer una chimenea, solicitó pronto auxilio requiriendo 
					por la urgencia del caso no al 112, sino a la vecindad 
					próxima, que no dudó ni un segundo en echar una mano.  
					 
					Las gaviotas, por más blancas que no puras sean, no vean 
					como trasegan ya no digo pesca, que la tienen a mansalva y 
					fresca aquí, sino desperdicios, basura, mierda en la vía 
					pública (se salva la pareja que acude con puntualidad 
					británica cada mañana y se infiltra entre las piernas de la 
					clientela de Pepe, el carnicero del mercado del Mixto, que 
					las alimenta gratis de restos de canales de vacuno y pollo, 
					de cerdo también –cualquier dia de estos las pavanas 
					empiezan a exigir, como por derecho, lo que ven, sabiendo 
					que van ganando plaza, solo restos de comida halal. Olé 
					sus…plumones- para regocijo de los transeúntes, que apuestan 
					por cúal de las dos hunde primero su pico y levanta el mejor 
					trozo de carne hasta la cercana cornisa. Buen provecho maja, 
					bsaja. 
					 
					Ahora bien, la gaviota de esta cita que es protegida, 
					apadrinada, consentida, mimada de mi vecino a la vez es de 
					atractivo bonita como pocas por su pelaje brillante de 
					blanco uniforme, fotogénico, y pico anaranjado –de cuya 
					fuerza así como de las patas belicosas alguno puede dar 
					cuenta, ayyy -, la misma que suele batir las alas con 
					alegría desmedida, como queriendo agradecer su libertad al 
					humano salvador que es visto por ella, y claro grana o 
					chilla o grita o uno qué sabe lo que sale de su profunda 
					garganta con estrépito y bullicio tal que uno de estos días 
					al “autobusero” de turno lo va a atemorizar, porque no vean 
					como se lanza en picado tal vez emulando al más loqueras 
					piloto kamikaze de uno de aquellos “Zero” japoneses que en 
					barrena hacían cundir el pánico entre el enemigo, justo 
					antes de hacerse añicos ambos, y adiós. Al chófer, decía, 
					con el miedo metido en el cuerpo o en las visceras se le 
					suelta…el volante de entre sus dedos huéspedes y ¡Cras, plaf, 
					pum..! Se lío la gorda. No que la gorda la lió, ojo. Que si 
					la tienda de la Leo a poco se va al garete, con el verde 
					morro del City-Class empotrado contra el acristalado 
					mostrador, que ni el vecino del portal, en un intento 
					heroíco pero fallido de emular a su ídolo Víctor Valdés pudo 
					evitar. Penita pena, pues de enterarse el gran Guardiola de 
					tal gesta, otro gallo le cantaría ahora a Manuel, alías 
					“Pichí” para sus amigos, que son jartá.  
					 
					Será cosa de solicitar del vecino amigo y buen samaritano le 
					rebaje los mimos a su protegida alada, la pavana de las 108 
					viviendas, porque ya bastante alterado está el barrio con 
					nuevos chismes de separaciones, robos, peatones que son 
					pisados en la acera por motos incontroladas, bocinazos de 
					coches de chuletas haciendo rugir el motor cual león al que 
					le pisan la cola, más ruido nocturno, botellones.Vamos, lo 
					normal, mi buen amigo… 
					 
					* Dedicado a don Manuel de la Torre, de quien ya supongo 
					tendrá puesta cara al articulista (ahora queda el abrazo con 
					pasión), gracias a esta gaviota despistada que un buen día, 
					como caída del cielo, propició la suerte del encuentro entre 
					el Maestro y el discípulo, dos amantes de la literatura. Que 
					también es vida. 
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