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OPINIÓN - SÁBADO, 10 DE SEPTIEMBRE DE 2011

 

OPINIÓN / EL OASIS

Patrimonio de la senadora
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Yo habré hablado tres veces en mi vida con Luz Elena Sanín. A pesar de que la conocí en cuanto arribó a Ceuta. Que ya ha llovido desde entonces. Vino de Colombia, siendo ya abogada y creo que también ejerció como juez, acompañada de un marido, periodista, con quien había que tentarse la ropa antes de tener relaciones de cualquier tipo con él.

Madre de dos hijos, de dos y tres años, cuando quiso darse cuenta de su situación, ya se vio más sola que la una en una ciudad desconocida para ella y fuera de su país de origen. Miró a su alrededor, y en vez de venirse abajo, optó por convalidar su título en la Universidad Complutense.

Sus extraordinarias dotes para defender las causas de separaciones en Ceuta, en años donde parecía que divorciarse se había convertido en algo primordial, le fueron proporcionando fama suficiente para que su despacho estuviera siempre tomado por cuantas féminas estaban convencidas de que con Luz Elena acabarían no sólo ganando el pleito sino que, además, lo conseguirían a lo grande.

Me acuerdo perfectamente de cómo se hablaba de la abogada Sanín, entonces, entre las parejas que estaban tramitando la separación. Cuando la que hacía referencia a sus problemas era la señora que le había confiado su caso a Luz Elena, lo más natural del mundo era que lo hiciera con el entusiasmo de quien ya se sentía ganadora del desencuentro con su marido.

En cambio, si los comentarios procedían del marido, lo primero que deslizaba éste en la conversación era la enorme dificultad que se iba a encontrar en el juzgado, porque la abogada de su mujer se había especializado de tal manera en la disolución de matrimonios que resultaba imposible que perdiera un caso. Y el hombre iba ya al juicio sumido en un mar de confusiones y con la moral por los suelos.

Decir la colombiana, es decir, mencionar semejante adjetivo, significaba referirse a una abogada en la que las mujeres con problemas matrimoniales depositaban todas sus esperanzas. Y ella, Luz Elena Sanín, que había vivido en sus carnes el mal proceder de un tipo que le dijo un día que iba a por tabaco y jamás volvió, se revestía de una autoridad doliente y de una fuerza interior, amén de sus conocimientos del oficio, que la convertían en una auténtica vengadora de las oprimidas mujeres ante la justicia.

Y, claro, a la par que sus éxitos agrandaban su fama como abogada, su cuenta corriente iba engordando. Y sus hijos también crecían bajo la permanente mirada de una madre sufrida, rígida, convencional y dispuesta en todo momento a procurar que sus niños dieran de sí lo mejor en la tarea elegida.

Trabajadora incansable -cuentan que la luz de su despacho permaneció encendida muchas noches, durante años, hasta que se acercaba el alba-, nunca dio motivos para que se hablara de ella sin respeto. Paseaba la calle, con pisar firme, y pronto se dio cuenta de que no merecía la pena confiar en ningún otro hombre para nuevo marido.

Saco todo ello a colación, porque Luz Elena, por ser senadora, ha tenido que airear su patrimonio. Y no han faltado quienes pongan en tela de juicio la buena procedencia de la fortuna que tiene la parlamentaria del PP. Conseguida por su talento cual abogada.
 

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