| 
                     
					 
					Me duele tu dolor, porque aunque mucho no te conozco, sé que 
					eres madre coraje con la vida. Que sabes educar y permanecer 
					cerca de los tuyos, por mucha realidad huidiza que esté por 
					venir. Está bien que seas severa con la disciplina y 
					enseñanza de tu prole. Pero sin ensañar. Que claro que es 
					duro e impagable llevar la casa a cuestas en la soledad de 
					la pareja. Claro que sí. Y que aun pelín te pueda asustar el 
					momento, seguirás tratando de combinar con ellos, tus hijos, 
					sangre de tus entrañas, una sencillez infantil y una madurez 
					aplastante. 
					 
					Te he visto demasiado preocupada, ausente, como necesitando 
					un espacio donde explayarte, tú y tus sentimientos. Que para 
					eso están los amigos, por muy lejanos y discretos que 
					seamos. Mas te llamaré cuando menos lo merezcas, porque 
					entenderé que es cuando más lo necesitas. Que para los 
					buenos momentos, alegría a borbotones disfrutes. Para los 
					malos momentos, esperanza y fortaleza de espíritu. Y para 
					cada día, ilusión y renovada fé porque respiramos, vivimos, 
					amamos a nuestros semejantes. Que no es poco. 
					 
					Por eso sé piadosa con él, por mucho daño que te hiciera, 
					por muy carne con ojos que fuera, o besugo, o flojo, o como 
					tú lo quieras llamar, que los hombres somos así, 
					inclasificables por naturaleza.  
					 
					Que sólo florece aquello que se abona y riega. Que los 
					caprichos no existen para ti, que vuelas del trabajo a tu 
					casa y viceversa, no sin antes laborar para tus mozas, 
					algunas ya adolescentes. Que de vacaciones no entiendes, ni 
					quieres entender, pues la carga familiar te compete sólo a 
					ti, gladiadora que eres y sin saberlo. Y vuelta a la rutina. 
					Más de lo mismo, puerca vida. 
					 
					Que se puede ir más despacio o más deprisa. Pero ir esa es 
					la cuestión. Que no admite cavilar. Ya que no queda espacio 
					para la marcha atrás. Es tiempo de despertar a la vida. 
					 
					Si porque el corazón así te lo pidiera, teniendo el 
					suficiente tiempo disponible para ti, con el arrojo personal 
					e intransferible de la mujer hecha que eres, que también 
					puedes pasear altiva y sin sonrojo tu faz de bella sin 
					empolvados y mascarillas, que no necesitas que nadie use por 
					ti el látigo de la mirada reprobatoria, para espantarte los 
					moscones que te salen cuando tus pies pisan el zócalo del 
					paseo de las Palmeras; digo bien, que si un día decides 
					salir a dar una vuelta por la calle Real, un ejemplo, con 
					ganas de tomarte un refresco (sí, ya sé que el cafelito te 
					lo ponen marchando y con una sonrisa en la 
					cafetería-heladería “El Puente”, de lujo), ahí estaré 
					abriéndole la portezuela a la dama. 
					 
					Conocer quiero la fortaleza de tus muslos bien contorneados 
					a fuer de darle vueltas y vueltas al Hacho. Que mas que 
					andar a paso de legionaria, pareces volar como la más rápida 
					de las rapaces. Que tus ojos son como estrellas fugaces, que 
					caen del cielo para alegrar la vista al hombre. Y por eso 
					querrás vivir, y sentir, y tocar, y mirar que la vida está 
					al alcance de cualquiera. Sólo hay que alargar la mano y 
					coger… 
					 
					Leé tu mano muy despacio, con la intriga de si aparecerá 
					pronto tu futuro. Cierra los ojos y deja que viaje la 
					memoria. El pasado pasado está. Sé valiente y vive la vida. 
					La tuya. Que el secreto, la clave puede que esté en percibir 
					el momento y saludar a quien nos viene al encuentro, pues es 
					posible que haya estado allí aguardando el tiempo muerto del 
					amor.  
					 
					Tal vez los diminutos surcos de tu palma, arracimados en 
					ella los gráciles y largos dedos de tus suaves manos, te 
					aclaren el futuro. Te espera ahora un viaje maravilloso. Sin 
					agobios llegarás a tu destino pronto. Házme caso, sumérgete 
					en el placer de la vida, en la magia del amor si está a tu 
					alcance, que es caldo de longevidad. 
					 
					Y si todo acontece como en un sueño, quizá yo no atraviese 
					el estrecho sin retorno, acaso en la noche las bravas aguas 
					sean tus aliadas, tal vez me pongas a tiro tus carnosos 
					labios, que aprovecharé de paso para hurtarte un beso, que 
					no es delito, y abrazar tu cintura de avispa, aunque me 
					claves el aguijón. 
					 
					Volver deseo una y otra vez al cafetín de Benzú - así te 
					pongas esa minifalda sensual que tanto gustas de vestir, o 
					cubras tu cuerpo fetén con ese vestido de alazán al viento 
					que tantos puntos de sutura provocas por entrechocar otros 
					las cabezas al mirar; que no aprenden vamos -, donde el 
					anaranjado atardecer quizá nos cautivó entre claroscuros 
					ventanales con la pincelada de un mar sin fín, y humeantes y 
					dulzonas tazas de té densos de hierbabuena. Que pudiera ser 
					que tocar estuviera prohibido, vale, pero ver, escrutar un 
					nuevo brillo en cada mirada tuya nó, que venga a trabajar mi 
					subconsciente como máquina de vapor cuya caldera silba 
					alegremente, para descifrar el latigazo en tu corazón. 
   |