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OPINIÓN - VIERNES, 16 DE SEPTIEMBRE DE 2011

 
OPINIÓN / COLABORACION

Petanca bajo la luna llena

Por Manuel Corral


"Toc”. Toc”. Tocan, crujen, astillan, horadan como termitas la madera. Es la guerra, el juego no doliente de la petanca, olé. Continúan silbando las bolas lanzadas por los participantes congregados en el Club de Petanca “General Carvajal”, en la barriada de O´Donnell, impactando contra los listones de madera que cierran el campito de juego, y claro, estos tablones sin protección alguna, a pelo, braman al golpe seco de “Toc”, “Toc”, que jode un “güevo” y parte del otro, con perdón, pero es que a los varones de la barriada les tienen, nos tienen, justamente hasta ahí…Toc.

Como juego reglado que es, curioso deporte éste de la petanca, compiten en campitos donde los participantes se juegan unas partidas en equipos de a tres, si bien el concurso parece ser de a dos bolas para cada componente del trío competidor. A juzgar por las dilatadas horas de contienda nocturna, muchas e incontables son las bolas que surcan el aire quedo como el residente, impotente, que lucha contra la almohada, la que, paradójicamente no cruje y silencia el concurso que sobre ella se da. Y no pasa ná.

Parapetada tras las nubes asoma la luna, no llena del todo no vaya a ser que una de estas bolas le afee la jeta; tampoco se asoma la vecindad por si las moscas, dado que en la bella ciudad mediterránea crecen más los enrejados que los cristales dobles e insonorizantes. Será porque aquí no hay ruidos vamos..

Así las cosas, será oportuno elevar una nota de súplica a Banglietto, su respetado presidente, para que sus chicos nos respeten también a los residentes madrugadores atendiendo a un próximo cambio de horario, diurno si es posible, pues, por mucho que el jueguecito esté debidamente autorizado, ya sea éste en competiciones de 12 o de 24 horas de tirón como homenaje a un socio distinguido y/o por recompensar a otro, tal vez, lo que es respetable; pues, también y no por ello menos lógico sea tener en cuenta el particular homenaje al descanso reparador del vecindario, que a alguno las seis de la mañana se le echan encima y las legañas no le dejan ver con nitidez la amanecida. No te giba.

Que los del Club de petanca Grupo General Carvajal, o Cruz de Mayo, ilusionados con los cascaporros que se dan entre las diminutas esferas de metal, van tan cegados de bolas, que puede ser que la más rebelde de ellas se ayude del listón ruidoso y salga disparada como bala de cañón en trampolín -no de circo precisamente-, sorteando las pocas brazas de distancia hasta la mar para ¡diana! darse contra la cocorota del vigía ¿mehani o fuerza auxiliar naval?, que, somnoliento, se apretuja de la bruma bajo el palo mayor de la patrullera marroquí número 113 (número de la cruz roja que juegan ahora los vecinos de Juan XXIII, abonados en masa cual soplo de la diosecilla fortuna ¿ ?), quien creyó por un momento haber sido golpeado por el ala errática de un pez volaor, acaso escapado del ojo avizor del dueño de uno de esos tan demandados puestos de la explanada adyacente, venga que venga a darle a la húmeda con sus correligionarios. Que no pasa ná. Bueno, un eurico menos para el del tenderete. Y un chichón no mas para el dormilón.

Más madera. Más ruido. Viva la jarana. Que esto es lo que les pasa a los vecinos del Hospital Militar, o civil a partir de que estas líneas caígan abatidas por el rodillo enemigo, que lo es el duende de la imprenta. No, decía, que les joden por envidia a los vecinos por tener una placita chuli, coqueta, tan iluminada que da más luz que las parturientas del vecino país en Loma Colmenar, que ya es decir, y héte aquí bajo sus luces, a sus fastos, que también vienen, o vendrán, igualmente atufados de porretes, las juventudes hitlerianas con su uniforme caqui miedo, o mierda, cantando victoriosos al paso de la oca, que todo se andará, total ya puestos, retumbando aún más si cabe los añejos ladrillos de las casas.

Que la chiquillería ya moza, que pintan vello, en vez de tomar los libros y el estudio que los haga gente de provecho, nada, todo lo contrario, toman la calle y la plaza en noche vocinglera, irrespetuosa, cuando no aireando en voz grave sus “pesares” azuzando los canes para arrancar las risotadas del grupito, ay juventud, divino tesoro, siempre y cuando ésta sea respetuosa con las normas de convivencia, no la que se abandera tras la alborotadora y continua falta de respeto a la convivencia, al descanso de los demás, coño, que hay ancianos, niños, enfermos. Y “cabreaos” pared por medio.

¿Que clase de infancia han tenido estos angelitos, que educación tan señera? ¿Y los padres, tan tranquilos? Que venga sus vástagos a levantar la tapa de los contenedores de la basura, dejándola caer con el consiguiente y ensordecedor ruido en la madrugada. Que venga a echarse unos porretes ¿a cuánto los 50 gramos, que no escuché bien?. Siempre en la madrugá. Así les va. Así lo sufrimos, nosotros, la sociedad y los maestros. Más ruidos: motos parejas que suben petardeando de lo lindo, así pasen las tres de la madrugada, contaminación acústica que no es música para los tímpanos de los vecinos..

Lo que faltaba para caer rendido. Una “boa” vecinal al sur. La que desde una provisional atalaya no atisbo a ver bien, menos esos dulces que se come la noche – bueno, y los invitados a la fiestorra - pero sí me llegan, huumm, efluvios de chuparquía, dátiles, pastela, breguas y zumos de frutas sin fin, que van cayendo al son de la música árabe que trama saltos y bailes alegres de los danzantes, hombres, mujeres y jóvenes mayormente.

Petanca nocturna, gamberros, contaminación acústica reiterativa, fiestas, etc. Más ruido por aguantar. Pero uno, que ni pagando aguanta las bodas (cristianas o musulmanas), en la ocasión se queda con esta sonora fiesta porque si bien no lanzan dulces, tampoco porros ni bolas.
 

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