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OPINIÓN - SÁBADO, 8 DE OCTUBRE DE 2011

 
OPINIÓN / COLABORACIÓN

Gitanos en España

Por *Miguel Jiménez Campos


Al principio de la llegada de los gitanos a la Península Ibérica en el año 1425, la relación entre la población local y los gitanos era buena, fueron bien acogidos, no fueron rechazados y su forma de vivir en libertad, sus habilidades artesanales y la empatía hacia los campesinos y aldeanos los hace sentirse apreciado.

Esta situación se mantiene hasta la llegada al trono a los Reyes Católicos, se unifican los reinos de Castilla y Aragón y la hegemonía del Cristianismo acaba con la convivencia de las diferentes culturas y religiones (judíos, árabes y cristianos), ya no hay lugar para la tolerancia. Así en el nombre de la fe los RR.CC. y la Iglesia a través de su “policía política”, la Inquisición, levantan los pilares ideológicos que hasta hace muy poco se han utilizado, “un único y absoluto poder político, una única religión, una única lengua, una única cultura y por lo tanto una única manera de ser y sentir”.

Así los gitanos aparecen entonces como gente peligrosa y difícil de controlar, su forma libre de vivir y su apego a sus propias costumbres y tradiciones no encajan en la sociedad férrea y homogénea que pretenden los RR.CC. Ahora son un mal ejemplo para los campesinos y aldeanos reducidos todos a la categoría de vasallos.

A partir de ahí, comienza la represión política contra nuestro pueblo que ha durado hasta hoy.

La primera pragmática por los RR.CC. fue en Medina del Campo en el año 1499 y dice: “Mandamos a los egipcianos que andan vagando por nuestros reinos y señoríos con sus mujeres e hijos, que del día que esta ley fuera notificada y pregonada en nuestra corte, y en las villas, lugares y ciudades que son cabeza de partido hasta sesenta días siguientes, cada uno de ellos viva por oficios conocidos, que mejor supieran aprovecharse, estando atada en lugares donde acordasen asentar o tomar vivienda de señores a quien sirvan, y los den lo hubiese menester y no anden más juntos vagando por nuestros reinos como lo facen, o dentro de otros sesenta días primeros siguientes, salgan de nuestros reinos y no vuelvan a ellos en manera alguna, so pena de que si en ellos fueren hallados o tomados sin oficios o sin señores juntos, pasados los dichos días, que den a cada uno cien azotes por la primera vez, y los destierren perpetuamente destos reinos; y por la segunda vez, que les corten las orejas, y estén sesenta días en las cadenas, y los tornen a desterrar, como dicho es, y por la tercera vez, que sean cautivos de los que los tomasen por toda la vida”.

(Isabel y Fernando, Medina del Campo, 1499, recogido en la Novísima Recopilación, Libro XII, título XVI).

Dice el historiador George Borrow que “quizás no haya un país en el que se hayan hecho más leyes con miras de suprimir y extinguir el nombre, la raza y el modo de vivir de los gitanos como en España”.

Esa pragmática y todas las que le siguieron hasta nuestros días han sido la cobertura legal de una represión sin límite que los gitanos hemos sufrido durante más de cinco siglos.

Hasta tal punto esto es así que, incluso, las técnicas de esterilización que durante la Segunda Guerra Mundial los nazis practicaron con los gitanos del Este y del Centro de Europa ya las presagiaron las Cortes de Castilla en 1594, con una disposición legal tendiente a separar a los “gitanos de las gitanas, a fin de obtener la extinción de la raza”.

No habrá en la historia de la humanidad un caso tal de persecución contra un pueblo que haya durado tanto y que haya quedado tan impune. Hemos sido, y somos aún, una especie para la que no hay veda.

* Presidente Comunidad Romaní de Ceuta

Texto extraído de la Unión Romaní
 

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