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                     Agosto se encontraba en su apogeo. 
					Yo estaba da vacaciones. Aunque seguía colaborando con la 
					Miscelánea semanal. Aquel jueves, día 11, durante una 
					sobremesa, en establecimiento donde procuraba mitigar el 
					calor del momento, salió a relucir el nombre de Nicolás 
					Fernández Cucurull: senador del Partido Popular. 
					 
					Uno de los comensales, recabó mi opinión acerca de Nicolás, 
					y no tuve el menor inconveniente en expresar el mucho 
					respeto que el parlamentario me merecía. Lo catalogué de 
					persona afable, educada, prudente, preparada a conciencia. 
					Eso sí, que nadie se llame a engaño con él. Puesto que tras 
					esa forma de ser suya, tan amable, tan cercana, y tan dada a 
					encubrir una timidez que a veces queda calcada en su cara, 
					se esconde un carácter fuerte y poco dado a decir sí para no 
					perder su cargo o seguir medrando.  
					 
					De modo que mi impresión sobre NFC fue la mejor. Y rematé mi 
					loa de la siguiente manera: pienso así de una persona cuyo 
					padre me dejó de hablar hace la tira de años. Cuando un día 
					se enteró de que mis relaciones con Juan Vivas, 
					entonces funcionario a secas, atravesaban un mal momento. Lo 
					cual indica la amistad que se profesaban. 
					 
					Tras mis palabras, uno de los contertulios, nos puso al 
					tanto de que Nicolás deseaba dejar de ser senador. Que 
					aspiraba a otro cargo. Aunque sin soltar prenda al respecto. 
					Pasado unos minutos, y cuando ya parecía que el asunto de 
					Nicolás estaba olvidado, procuré con habilidad que volviera 
					a charlarse de él. 
					 
					Y así lo publiqué el 14 de agosto. En la ya reseñada 
					Miscelánea semanal. Transcribo literalmente parte de lo que 
					escribí entonces: llevo la tira de tiempo sin cruzar palabra 
					alguna con Nicolás Fernández Cucurull: senador del PP y 
					presidente de la Comisión de Presupuestos de la Cámara alta 
					de las Cortes. Insisto: hace ya un mundo que yo no hablo con 
					el señor Cucurull. Y si hoy he decidido escribir de él, 
					créanme que es porque en una conversación entre conocidos 
					alguien ha expuesto las ganas que tiene el senador de de 
					dejar ya el Senado y venirse a Ceuta a disfrutar de otro 
					puesto.  
					 
					El puesto, según se me dijo, era el de presidente del 
					partido. Cargo al que aspiró antes de dejar paso al 
					enfrentamiento cainita entre Gordillo y Carreira. 
					En esta ocasión, con el camino despejado y con un partido 
					que está pidiendo a gritos que alguien conecte con sus 
					militantes, con todos sus militantes; es decir, con los de 
					la banda y con los del lugar, los deseos de Cucurull podrían 
					verse cumplidos.  
					 
					Tras publicar lo antedicho, me olvidé de la cuestión. Mas 
					mentiría si dijera que me sorprendieron las declaraciones de 
					Nicolás, casi dos meses más tarde. De ningún modo. Ni 
					siquiera sus deseos de anunciar que había llegado el momento 
					de convertirse en candidato al Congreso de los Diputados. 
					 
					Ahora bien, desde entonces, es decir desde la salida a la 
					palestra del ex senador, me he venido preguntando: ¿cómo es 
					posible que en un partido donde, como en todos los partidos, 
					se está pendiente de cuanto se comenta de su régimen 
					interior, nadie cayera en la tentación de llamar a Nicolás 
					para que éste expresara sus deseos de cambio, cuando se 
					publicó lo que se publicó en la miscelánea firmada por quien 
					escribe? Es, sin ánimo de pedantear, duda razonable que uno 
					sigue teniendo. En este día del Pilar. Cuando escribo.  
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