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                     La mujer lo representa todo en la 
					vida de la humanidad, como madre, esposa, hija, hermana; 
					como ser laborioso, siempre dispuesta a llevar la carga como 
					incansable trabajadora. Ya lo sabemos, pero tenemos que 
					reconocer ese gran valor y esa gran valía social. Realmente, 
					cuesta entender que aún muchos de los problemas de las 
					mujeres sean un problema de género, o sea, un problema en 
					parte activado por los hombres. Para desdicha de todos, 
					somos herederos de graves contiendas culturales que han 
					dificultado su camino, hasta el punto de ser despreciada su 
					dignidad, olvidada en sus derechos, marginada habitualmente 
					de ámbitos que deciden e incluso reducida a un mero objeto 
					del deseo. Ciertamente, todavía queda mucho por hacer en 
					buena parte del mundo, para que ser mujer no comporte una 
					discriminación. Se trata de una acto de justicia, pero 
					igualmente, de un acto de necesidad, para poder seguir 
					avanzando en la unión y en la unidad de un planeta en el que 
					sus moradores no establezcan distinciones entre seres 
					humanos. 
					 
					El liderazgo de las mujeres también está ligado a la paz. 
					¿Cómo no reconocer y aplaudir, para que al menos sirva de 
					referente, la obra pacifista de tantas mujeres en los 
					diversos contextos culturales?. Me parece, pues, todo un 
					acierto la decisión de otorgar el Premio Nobel de la Paz a 
					la presidenta de Liberia, Ellen Johnson Sirleaf; y a las 
					activistas Leyman Roberta Gbowee, también de Liberia, y 
					Tawakul Karman, de Yemen. Es una gozosa noticia que bien 
					vale la pena celebrarla y difundirla. El agradecimiento es 
					la parte principal de un hombre de bien, dijo Quevedo, 
					sabedor de que sembrando bienes encontramos nuestro propio 
					bien. Pienso, en consecuencia, que es muy saludable para 
					toda la humanidad agradecer y ser agradecidos; agradecer el 
					gran papel que desempeñan las mujeres cultivando ese 
					liderazgo silencioso, con mil trabas en demasiadas 
					ocasiones, pero que persisten, y, por ello, estamos 
					obligados a corresponder con el aplauso a su entusiasmo 
					pacifista. En este sentido, subrayo lo que dijo el 
					Secretario General de Naciones Unidas, Sr. Ban ki-moon: “El 
					premio no podía ir a mejores manos”. Estas mujeres 
					acrecientan el ejemplo de mujeres que han sabido afrontar 
					con éxito difíciles situaciones de explotación y violencia, 
					y creo que la concesión del Nobel hará reflexionar al mundo 
					sobre el papel indispensable de la mujer en el mundo de hoy. 
					Necesitamos de sus voces como jamás. 
					 
					Pienso también en el liderazgo de las mujeres rurales; 
					depositarias de tantas luchas por la supervivencia a través 
					de sus conocimientos tradicionales. Considero, igualmente 
					esencial, celebrarlo el quince de octubre con todos los 
					honores y glorias, como reconoce Naciones Unidas, desde la 
					perspectiva del reconocimiento a su generosidad y grandeza. 
					Ellas son las productoras de la mayoría de los alimentos del 
					mundo, pero casi nunca se les corresponde con la gratitud; 
					suelen ser agricultoras y ganaderas, y a la vez, las 
					encargadas de los cuidados y de la administración del hogar. 
					Ellas son las grandes heroínas de poner paz y una sonrisa en 
					las familias, pero tampoco se les suele corresponder con la 
					ofrenda del aplauso. Ellas son, en suma, la fuerza laboral 
					agrícola en gran parte del mundo en desarrollo, y, 
					consecuentemente, son las primeras que contribuyen a la 
					seguridad alimentaria. Por consiguiente, creo muy importante 
					apoyar el papel de estas mujeres de ámbito rural, sobre todo 
					asegurándoles a sus hijos la educación primaria. Es la mejor 
					forma de reconocerle su entrega al duro cultivo de los 
					frutos de la tierra, librando a la humanidad del hambre.  
					 
					Las mujeres y los hombres, en plena igualdad, han de liderar 
					unidos el cambio en el mundo, poniendo fin al cáncer de la 
					violencia de género. Para dolor de la especie humana, a 
					muchas mujeres y niñas se les sigue privando del derecho a 
					vivir libres de toda discriminación, violencia y pobreza. 
					Por estudios realizados, se sabe que los países con una 
					mayor igualdad de género tienen una economía más saneada y 
					un crecimiento más generalizado y menos excluyente. Mal que 
					nos pese, el liderazgo de las mujeres es vital si queremos 
					salir de la actual crisis mundial. A propósito, convendría 
					reflexionar sobre la idea vertida por otra de las líderes, 
					Michelle Bachelet, que apunta a la fortaleza de las mujeres, 
					a la tenacidad de las mujeres, y a la sabiduría de las 
					mujeres como el recurso más desaprovechado por la especie 
					humana. Evidentemente, el desafío consiste en mostrar cómo 
					este recurso puede ser utilizado de una manera efectiva que 
					nos beneficie a todos y a todas, es decir, a la humanidad 
					entera. También es público y notorio que allí donde las 
					mujeres están plenamente representadas, las sociedades toman 
					una perspectiva más pacífica, más segura y, por ende, más 
					humana. 
					 
					Hombres y mujeres deben poder optar a la emancipación humana 
					en plena igualdad. La mujer lo suele tener arduo en 
					numerosas naciones. Es ineludible, luego, estudiar a nivel 
					global, modos de trabajo que propicien la inclusión, de 
					manera, por ejemplo, que la maternidad no implique para la 
					mujer una exclusión automática e injusta del trabajo. A mi 
					juicio, hay que empezar recuperando la dimensión femenina en 
					todas las culturas y ponerla realmente en práctica. Frente a 
					tantos retos de nuestro tiempo, tan corruptos de amor y tan 
					crecidos de tensiones, estimo más urgente que nunca la 
					manifestación del liderazgo de las mujeres, que asegure en 
					toda circunstancia la sensibilidad por la vida y la pasión 
					por sostener el esfuerzo de construir la convivencia bajo el 
					signo de una dignidad mundializada, no tanto en el feminismo 
					ni en el machismo, sino en el ser humano como persona.  
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