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OPINIÓN - SÁBADO, 15 DE OCTUBRE DE 2011

 

OPINIÓN / EL OASIS

Alfonso Conejo
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Estimado amigo:

Fíjate que he usado un adjetivo que me cuesta lo indecible pronunciar. Y ello lo saben bien quienes me conocen. Puesto que amigo es una palabra que ha sido usada siempre tan a la ligera que ha ido perdiendo el valor de su enorme significado. Y produce recelo, al menos a mí, llenarse la boca con ella.

Las amistades no nacen de un día para otro. Entre los individuos, la amistad nunca viene dada, sino que debe conquistarse indefinidamente. Hacerse con el paso del tiempo. Y, sobre todo, mantenerla a flote incluso en momentos donde peligra semejante relación.

Bien sabes tú, Alfonso, que una buena amistad es capaz de aguantar carros y carretas y, sin embargo, se va al garete por cualquier motivo sin importancia. Por un quítame allá esas pajas, que suele decirse. Y todo porque nuestra susceptibilidad está casi siempre a flor de piel. Y mucho más en los tiempos que corren. Donde surgen los problemas a granel pero, en cambio, no van acompañados de los valores necesarios para conllevarlos mejor.

Entiendo, Alfonso, por norma de bien nacidos –y de hombres seguros-, la de expresar la gratitud sin reservas, sin lugar a duda, claramente y desnuda de todo rebozo o de cualquier atisbo de azoramiento. Y es lo que hoy me propongo hacer contigo. Agradecerte, públicamente, el comportamiento que tuviste conmigo el martes pasado. Un comportamiento que sólo está al alcance de las personas atiborradas de buenos sentimientos. Y, por encima de todo, de hombría de bien.

Por tal motivo, cada vez que me toque referirme a ti -eso sí, mediante tu permiso-, hablaré de mi amigo Alfonso Conejo. Un tratamiento con el que he sido cicatero. Lo reconozco. Quizá por haber vivido tanto y haber comprobado que fue siempre preferible con ciertos amigos llevarse mejor con los enemigos. Máxime si éstos eran inteligentes.

Mira, Alfonso, sería injusto demostrarte mi amistad y proclamarla, en estos momentos, por lo que tú sabes… Así que me corresponde, como no podía ser de otra forma, aclararte lo siguiente: mi amistad contigo se ha ido forjando a medida que te he ido conociendo. Y me percaté de que en ti siempre ha primado la moderación, el equilibrio, la liberalidad, el buen sentido, el conocimiento de la realidad. Nunca te pudieron los aspavientos. Ni siquiera cuando ejercías la política activa y tenías mando en plaza. Nunca te pudo la vanidad ni tampoco, por mucho que trato de recordar, tuviste un mal gesto ante cualquier crítica mía. Por acerba que ésta fuera. Que seguro que la hubo. Lo que sí recuerdo son tus consejos. En momentos donde creíste conveniente advertirme. Y siempre lo hiciste con tanta discreción como eficacia. Consejos desinteresados que tuve a bien empaparme de ellos porque estaba convencido de que sabías de qué iba la cosa

Bueno, Alfonso -me vas a permitir la pausa por medio de este adjetivo que detesto por estar tan manoseado como la palabra amigo-, aprovecho el último párrafo para decirte que el martes pasado comprendí que, aunque la amistad es a veces súbita, ésta que yo preconizo, venía madurándose hasta desembocar en una realidad. O sea, amigo, que sepas que me debes una nota diciéndome que aceptas mi amistad.
 

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