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					La crisis y la “herencia recibida” de los gobiernos 
					autonómicos del PSOE son los paraguas con los que Rajoy y 
					sus dirigentes justifican el recorte de un Estado de 
					Bienestar labrado con esfuerzo desde hace 30 años. Gobiernos 
					como el de Madrid, con Esperanza Aguirre, o el de Murcia, 
					con Ramón Valcárcel, apuestan claramente por el copago en 
					sanidad y cuestionan la gratuidad de la educación pública. 
					En Castilla La Mancha, Dolores de Cospedal planteado dudas 
					sobre el sistema de prestaciones por desempleo (“habrá que 
					negociar hasta qué punto la tienen que tener todos en la 
					extensión que ahora”). En Baleares, el presidente Bauza, ha 
					sido interpelado por cientos de personas con discapacidad 
					por haber dejado de pagar a los centros y asociaciones que 
					les atienden. En Asturias, el otrora vicepresidente del 
					Gobierno de Aznar, Álvarez Cascos, que gobierna con la 
					formación escindida del PP ‐Foro Asturias‐ ha dejado sin 
					pagar a los 78 Ayuntamientos de la Región el dinero 
					correspondiente a educación y políticas sociales, con el que 
					los ayuntamientos financian programas como las Escuelas 
					Infantiles de 0‐3 años y los programas de atención 
					domiciliaria enmarcados en la Ley de Dependencia 
					 
					Pese a las diferencias entre países, hay una serie de 
					características comunes a todos ellos que permiten 
					identificar al Estado de Bienestar con un sistema de 
					cobertura pública de riesgos involuntarios ante los cuales 
					el ciudadano está desprotegido. 
					 
					Los tres riesgos que tradicionalmente ha cubierto el Estado 
					de Bienestar son aquellos que impiden al ser humano utilizar 
					su potencial de trabajo como único medio de vida que le hace 
					autosuficiente y, por tanto, libre. Estos son: el riesgo de 
					caer enfermo; el riesgo de perder el empleo; y el “riesgo de 
					envejecer”, entendido como la incertidumbre respecto del 
					momento en el que el envejecimiento minará definitivamente 
					las capacidades físicas y/o intelectuales propias sobre las 
					que se basa la actividad laboral. Si estos riesgos no 
					estuvieran cubiertos mediante un seguro sanitario, un seguro 
					de desempleo y un sistema de pensiones, las personas que 
					sufrieran la materialización de alguno de ellos quedarían en 
					riesgo de exclusión y de marginación. 
					 
					La cobertura de estos seguros desde el sector público 
					justificó el nacimiento y la consolidación del Estado de 
					Bienestar durante el siglo XX, y constituyen sus tres 
					primeros pilares, a los que se sumó, después, un cuarto 
					pilar para cubrir el riesgo de nacer o quedar discapacitado. 
					 
					En este grupo de pilares del Estado de Bienestar se suele 
					incluir la educación. No obstante, en sentido estricto, la 
					provisión pública de una educación universal no tiene tanto 
					que ver con la cobertura de ningún riesgo, como por la 
					búsqueda de la igualdad de oportunidades característica de 
					un pensamiento progresista. Desde esa concepción, las 
					desigualdades sociales no se contemplan como diferencias 
					insalvables entre los individuos, como viene a sostener el 
					pensamiento conservador, sino que pueden ser resueltas 
					porque tienen un origen social relacionado con el entorno 
					familiar, intelectual y educativo en el que crecemos. 
					 
					La cobertura pública de esos riesgos y su carácter 
					involuntario son dos cuestiones importantes a la vista del 
					volumen de gasto público que generan. Los países europeos 
					gastan una media del 23,4% de su producto interior bruto 
					(PIB) en financiar los pilares tradicionales del Estado de 
					Bienestar, sobre todo en sanidad y pensiones (y llegan casi 
					al 30%, si incluimos los gastos en educación). 
					 
					Dado el volumen de recursos empleados, hay una primera 
					pregunta que responder: ¿por qué debe ser pública la 
					cobertura universal de estos riesgos? En principio, 
					parecería lógico pensar que los riesgos de estar 
					desempleado, enfermar, envejecer o quedar discapacitado 
					podrían ser cubiertos por seguros privados a través de 
					mecanismos de mercado, igual que el seguro del coche nos 
					cubre del riesgo involuntario de tener un accidente. Sin 
					embargo, y al margen de las connotaciones morales que todos 
					comparten, los cuatro riesgos mencionados se enfrentan a 
					fallos de mercado que hacen que su cobertura privada no sea 
					rentable para las empresas en el caso de algunos grupos 
					sociales que, por tanto, quedarían sin protección, como 
					ocurre en países como Estados Unidos (donde un 15% de la 
					población no tiene seguro médico). 
					 
					Estos fallos de mercado son diversos, según cada pilar del 
					Estado de Bienestar: 
					 
					SANIDAD: el fallo clásico que se suele mencionar es el de la 
					selección adversa, que llevaría a los seguros privados a 
					asegurar sólo a las personas con buena salud y dejaría sin 
					cobertura (o con primas prohibitivas) a los ciudadanos con 
					enfermedades crónicas. Y, desde luego, existen problemas por 
					las externalidades negativas sobre la salud pública de la 
					comunidad (en el caso de epidemias), de las que sólo puede 
					ocuparse el Estado. 
					 
					DESEMPLEO: los fallos de mercado que justifican la provisión 
					pública del seguro de desempleo son similares a los de la 
					sanidad. Al problema potencial de selección adversa, si el 
					seguro fuera privado, se le añade las externalidades 
					negativas que puede provocar el paro laboral derivado en 
					indigencia. 
					 
					PENSIONES y DEPENDENCIA: en ambos casos, los problemas de 
					selección adversa son muy relevantes, especialmente en el 
					segundo, ya que cuando la discapacidad ocurre y se mantiene 
					con una probabilidad cierta en el tiempo, los seguros 
					privados expulsarían del mercado a los ciudadanos con 
					discapacidades permanentes.  
					 
					EDUCACIÓN: en el caso de la educación básica dedicada a 
					garantizar la igualdad de oportunidades, el riesgo que hay 
					que asegurar (el de nacer en una familia sin recursos) 
					requiere una acción para la que no existe siquiera un 
					mercado. A esto se añade un problema inicial de restricción 
					al crédito, ya que ningún seguro privado otorgaría créditos 
					educativos hasta que el niño hubiera demostrado su buena 
					capacidad para generar rendimientos futuros con los que 
					devolver el préstamo.  
					 
					En definitiva, estos fallos de mercado generarían colectivos 
					desatendidos si limitáramos la cobertura a seguros privados. 
					De ahí, la apuesta del Partido Socialista por la 
					universalidad de esa cobertura y la necesidades de que esos 
					seguros sean públicos. 
					 
					Justo lo contrario de lo que propicia el Partido Popular en 
					los ámbitos en que gobierna y donde está recortando como 
					nunca el Estado de Bienestar. Lo hace, además, mientras 
					afirma lo contrario. Porque ninguno de estos recortes estaba 
					en los programas electorales que los ciudadanos votaron en 
					mayo. Porque, el 27 de mayo de 2010, Mariano Rajoy decía en 
					el Congreso: “Jamás el PP ha planteado recortes de derechos 
					sociales”. 
					 
					Como ha dicho el ex presidente socialista de Castilla‐La 
					Mancha, José María Barreda, “si en Madrid despiden 
					profesores, en Valencia no pagan la Seguridad Social, en 
					Murcia no pagan a las farmacias. ¿Quién ha dejado esa 
					“HERENCIA ENVENENADA” en las regiones donde ya gobernaba el 
					PP?” 
					 
					* Candidato al Senado 
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