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OPINIÓN - MARTES, 18 DE OCTUBRE DE 2011

 

OPINIÓN / EL OASIS

Politiquilla interior
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Debo reconocer que tengo una escasa capacidad para comprender la política. Todo lo que creo saber de política internacional, por ejemplo, lo he aprendido en los libros. Aun así, sospecho que la política internacional es ininteligible excepto para los que la hacen y aún tendríamos que verlo. De cualquier manera, la política de altura debe de estar tan saturada de barrabasadas que lo mejor es que no sepamos de ella ni mu.

Y qué decir de la politiquilla interior: es la cosa más adocenada y vulgar que se pueda llegar a imaginar. De modo que no he comprendido nunca el interés que entre la gente suscitan los políticos. En cualquier otro estamento hay gente más valiosa. Así pensaba José Pla. Insigne escritor catalán.

Ya lo dijo Jesús Gil y Gil en su momento: “La política es un cobijo de incompetentes. Yo nos lo tendría ni de botones en mi empresa”. El dueño de ‘Imperioso’ era lo que era, a qué negarlo, pero conocimientos no le faltaban para hablar así de los políticos. Puesto que los había tratado desde todos los ángulos.

Hubo una época en la cual me vi obligado a estar cerca de algunos políticos. Fueron tres años: 1987-1990. Y comprendí perfectamente que no eran de fiar. Salvo excepciones. Faltaría más. Eso sí, no se privaban de nada. Se aferraban a las dietas como un náufrago a un salvavidas. Con aquellas dietas acababan convertidos en bon vivant.

Digo lo de las dietas porque éstas no se las gastaban. Pero no por ello dejaban de viajar, de beber, de comer y de alojarse en hoteles de cinco estrellas y luego presentaban facturas por el importe que deberían haber cubierto con los dineros destinados al afecto. O sea, las dietas. Tampoco le hacían ascos a inflar las facturas. Ni por asomo.

Fueron unos años donde los políticos derrochaban a tutiplén el dinero de los contribuyentes. Salvo los honrados. Que no eran bien vistos porque con su comportamiento dejaban en entredicho a quienes vivían una vida muelle a costa del erario público. Una vida de nuevo rico o de estraperlista de la posguerra. Los cuales si carecían de amantes no podían codearse con la burguesía.

Lo de los amantes propició, por razones que no vienen al caso explicar, poner de moda una planta del edificio municipal, hoy llamado, pomposamente, palacio de la asamblea. Así la tercera planta acabó siendo motejada como la planta de los fantasmas que allí susurraban, gemían o servían para que ciertas féminas se percataran de que sus benefactores también pegaban gatillazos a granel. Entonces, Juan Luis Aróstegui se guardaba muy bien de denunciar aquella situación tan conocida. Cual conocida era de qué manera se podía acceder mejor a un piso de protección oficial. Yendo a la oficina que estaba establecida en una cafetería sita en la plaza de África y poniendo cierta pasta por delante.

Todo lo dicho se me ha venido a la memoria nada más leer que en el pleno que se está celebrando hoy lunes, cuando escribo, se va a tratar de la disolución del ICD. Antes IMD. Y debo decir que lo mejor que haría Aróstegui, líder de ‘Caballas’, es no abrir la boca. Aunque, sabiendo que nunca tuvo lacha, mucho me temo que ponga el mingo como siempre. De esa decisión, es decir, de la disolución del ICD, solamente me interesa que el futuro de los empleados sea tenido en cuenta. Pero hay políticos de por medio…
 

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