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OPINIÓN - VIERNES, 21 DE OCTUBRE DE 2011

 

OPINIÓN / EL OASIS

La duquesa castiza
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Cuando se casó la duquesa de Alba yo había dejado de escribir la columna y me fue imposible decir ni pío del enlace. Aunque no me faltaron ganas de opinar al respecto. Y lo habría hecho con el debido respeto. Cual ahora.

En aquellos días, anteriores a la gran boda celebrada en el Palacio de Dueñas, pude leer mil comentarios relacionados con la unión de Cayetana de Alba con Alfonso Díez. A quien la duquesa aventaja en muchos años. Muchísimos. Un montón de años.

De la duquesa se ha dicho siempre que le importa un comino ponerse el mundo por montera. Que hace lo que cree conveniente en todo momento. Y, además de hacerlo, porque a ella le sale de sus adentros y se lo puede permitir, juega con el favor que el pueblo le otorga a todos los nobles que han conseguido hacer del casticismo bandera con la cual ganarse la voluntad ciudadana. “El casticismo de las clases altas es lo que hoy llamamos demagogia. Un casticismo de las costumbres que confunde falsamente al pueblo con la aristocracia”. No hace falta más que revisar la historia para comprobar lo dicho.

Entonces, es decir, en aquellas fechas previas a la boda más importante del momento, lo primero que pensé fue en un programa de Canal Sur, presentado por Juan y Medio, titulado “Señoras que buscan novio”. Un programa al que acudían mujeres metiditas en años, bastantes años, con el fin de ver si se les pedían relaciones por parte de hombres que gozaran de su mismo estado de viudez, soltería, divorcio o separación.

Aquellas mujeres, que estaban en su perfecto derecho de salir a la palestra a dejarse querer, y, naturalmente, a disfrutar plenamente de unas relaciones sexuales a conveniencia, fueron tildadas por los más destacados columnistas andaluces, con firmas en periódicos de gran tirada nacional, como “viejas cachondas”. Entre otras expresiones malsonantes.

Aquellas mujeres fueron vilipendiadas y sirvieron de mofa para quienes tienen dos varas de medir cuando se trata de opinar sobre asuntos en que los mismos hechos vayan marcados con la diferencia de clase. De modo que uno está harto de ver cómo una misma actitud en una señora de origen humilde es tenida por grotesca o por arrabalera, mientras en la duquesa de Alba, por ejemplo, se destaca como el punto culminante de lo excéntrico.

Y allá que alrededor de ella se arremolina un coro de entusiastas dispuesto a reírle las gracias a una mujer de 85 años que se muestra como si tuviera cincuenta menos y que en vez de ganarse el calificativo de chalada dicen de ella sus corifeos que goza de una enorme vitalidad y que es tan especial que tardará mucho tiempo en nacer otra mujer igual en España.

Mi desconcierto rayó a gran altura cuando vi a la noble esposada bailando su rumba descalza, no sé si ante la fachada del Palacio de Dueñas, emulando a la mejor Micaela Flores Amaya, “La Chunga”, en sus exitosos años cincuenta. Cuando servía de musa a escritores y artistas de renombre.

Y, como tengo derecho a opinar, lo primero que se me vino a la mente es el mal trago que estarían pasando los hijos de Cayetana de Alba. Los presentes y los ausentes. Ante aquella demostración palpable de que la España de charanga y pandereta estaba más viva que nunca. Representada por su madre. O sea, la duquesa.
 

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