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                     La ejecución aun caliente del 
					dictador libio el pasado jueves, ha logrado eclipsar en 
					parte las importantes elecciones que Túnez, uno de los cinco 
					países del Magreb, encara mañana domingo en un escrutinio 
					que en el conjunto norteafricano podemos calificar 
					rotundamente de histórico. Tras las revueltas de la 
					“Primavera Árabe” y la caída en cascada, por ahora, de los 
					regímenes de Ben Alí, Mubarak y Gadafi, los tunecinos se 
					ponen otra vez a la cabeza en las primeras elecciones libres 
					tras cien años de colonialismo y cincuenta años de “burguismo”, 
					etapa ésta última que bajo un barniz de “despotismo 
					ilustrado” logró, pese a todo, alumbrar un país bastante en 
					consonancia con los criterios de la modernidad. No olvidemos 
					que Túnez, además de ser un país con una abultada presencia 
					en la historia, tuvo el tino y la gallardía de adelantarse a 
					los tiempos aboliendo la esclavitud entre 1842 y 1846, mucho 
					antes que la mayoría de las naciones de Occidente, siendo 
					también la patria de brillantes intelectuales que, desde el 
					Islam, están intentado apostar con denuedo por unas 
					sociedades democráticas y libres. Ahí está el pensador 
					Mohamed Talbi con sus “Réflexions sur le Corán” y “Réflexion 
					d´un musulman contemporain”, quien advierte que “El Islam 
					permite hoy asesinar por un delito de opinión. Esto es 
					inaceptable”; o el escritor y poeta Abdelwahab Meddeb, que 
					en “La enfermedad del Islam” señala cómo “Si el fanatismo 
					fue la enfermedad del catolicismo y el nazismo la enfermedad 
					de Alemania, no hay duda de que el integrismo es la 
					enfermedd del Islam”; o el mismo Mohamed Charfi, Presidente 
					de la Liga de Derechos Humanos y ex ministro de Educación y 
					Ciencias entre 1989 y 1994, quien en “Islam y Libertad” 
					afirma sin ambages que “El proyecto de sociedad por el que 
					luchan los integristas es el del totalitarismo religioso”, 
					advirtiendo sobre el emblemático Gannushi que éste, a lo 
					largo de sus años de exilio en Europa, habría logrado 
					“enmascarar su doctrina totalitaria con un barniz 
					democrático”. 
					 
					Sobre el papel, 33 circunscripciones (6 de ellas en el 
					extranjero) para 217 diputados (18 en listas fuera del país) 
					a elegir por 3,8 millones de electores inscritos (300.000 de 
					ellos residentes en otros países) sobre un conjunto de 
					varios millones más de electores potenciales. ¿El objetivo?: 
					formar una Asamblea constituyente y dotar al país de una 
					nueva Carta Magna que articule la nueva República de Túnez 
					nacida de la emblemática y pacífica Revolución del Jazmín, 
					que logró derrocar sin derramamiento de sangre a “Zaba” 
					(apodo por el que era conocido Ben Alí) el pasado 14 de 
					enero y disolvió el Parlamento el 18 de marzo. En la campaña 
					electoral del 1 al 21 de octubre, se han presentado 10.937 
					candidatos agrupados en hasta 10.937 listas, lo que está 
					generando cierta lógica confusión entre el electorado. De 
					entre todas las formaciones políticas, es el movimiento 
					islamista Ennahda (Renacimiento) quien parte como favorito 
					pudiendo alcanzar, según estudios sobre el terreno, ¼ parte 
					de los votos.  
					 
					Siendo Túnez uno de los países musulmanes que había sido 
					desgarrado, en los últimos años, por una forzada 
					islamización desde abajo enfrentada a criterios más acordes 
					con los occidentales estimulados desde arriba (de hecho Ben 
					Alí llegó a prohibir el uso del hiyab o velo islámico), 
					parece significativo preguntarse cuál está siendo el papel 
					de la mujer tunecina en este determinante proceso electoral. 
					Si en el principio de paridad parece haber consenso entre 
					todas las fuerzas políticas, incluidas las islamistas, e 
					incluso había sido evocado por el Gobierno de transición en 
					abril de este año en una de sus primeras disposiciones, que 
					obligaba a una paridad estricta con una alternancia 
					obligatoria entre candidatos masculinos y femeninos en todas 
					las cabezas de lista, a la hora de la verdad no se ha podido 
					plasmar esta premisa: las mujeres no encabezan más que el 5% 
					de las listas electorales (292 mujeres para ser exactos), 
					mientras que el número total de tunecinas inscritas como 
					candidatas sería solo del 20% aun cuando conforman la mitad 
					de la sociedad. De entre las formaciones políticas, sería el 
					Polo Democrático Modernista (PDM), un frente ciudadano y de 
					izquierdas quien encabeza listas paritarias en al menos el 
					48% del territorio (Túnez tiene una superficie de 165.000 
					km2, casi como diecisiete veces Asturias y una población 
					total muy desigualmente repartida de 10,3 millones de 
					habitantes, pues el 40% del país es desierto), estando en el 
					lado opuesto los islamistas del partido Ennahda que, pese a 
					sus proclamas en sintonía con la paridad, a la hora de la 
					verdad tan solo llevan en sus listas un magro 3% de mujeres 
					en cabeza. 
					 
					Por lo demás, el escenario político se presenta bastante 
					abigarrado. Si ya hablamos de los islamistas de Ennahda, 
					liderados por Rachid Ghannushi y el Polo Democrático 
					Modernista (PDM) encabezado por Riad Ben Fadhel, otros cinco 
					partidos de referencia serían el antiguo Foro Democrático 
					por el Trabajo y las Libertades (FDTL), fundado por el 
					doctor en medicina Mustafa Ben Jaafar (formación hoy 
					conocida como Ettakatol), el Partido Democrático Popular 
					(PDP), quizás la segunda fuerza política del país dirigida 
					por un nacionalista radical y de izquierda, Najib Chebbi, de 
					las listas de Independientes (41% del total) puede 
					destacarse a la liderada por Abdelfatah Mourou, cofundador 
					de Ennahda en 1981 y con referencia islámica propia y, 
					finalmente, el Congreso por la República (CPR), de Moncef 
					Marzuki. 
					 
					¿Nos despertaremos el lunes con un Túnez islamista…?. De 
					entrada no lo creo: el mismo líder espiritual de los 
					islamistas de Ennahda, Rachid Gannushi, ha apostado por el 
					respeto al juego político y, por lo demás, Ennahda no es el 
					Frente Islámico de Salvación (FIS) ni Túnez es la Argelia de 
					los años noventa. Además, los islamistas de Ennahda parecen 
					haber apostado por una vía “a la turca”, en consonancia con 
					el AKP de Erdogán actualmente en el gobierno de Ankara, por 
					lo que abordarán la realidad política con pragmatismo y 
					prudencia. Por otro lado y desde el mismo Ennahda, aun en el 
					supuesto de llegar a ser la lista más votada (como lo fueron 
					sus parientes ideológicos del PJD marroquí en las últimas 
					elecciones de septiembre de 2007), ya se han apresurado a 
					matizar tres cosas: primero, que la sociedad no se verá 
					comprimida por reglas religiosas apremiantes, segundo que la 
					igualdad jurídica entre hombres y mujeres no se verá 
					alterada y finalmente que, a la hora de formar gobierno, no 
					quieren cargar con todas las responsabilidades negándose a 
					abordar un ejecutivo en solitario. El partido del Congreso 
					por la República (CPR) y Los Independientes de Mourou 
					serían, a priori, las formaciones con más posibilidades de 
					aliarse con Ennahda. Démosle en definitiva un voto de 
					confianza a la “Primavera Árabe”. Y siendo consecuentes con 
					las reglas establecidas, aceptemos que los islamistas 
					políticos están en su legítimo derecho a participar en el 
					juego democrático mientras, mutatis mutandis, se comprometan 
					con el mismo. Por lo demás la tunecina es, en líneas 
					generales, una sociedad abierta y que goza tradicionalmente 
					de una buena formación académica. Creo en la Tunicia del 
					futuro y aunque algunos, con razones también de peso, 
					estimen que tras estas elecciones constituyentes Túnez pueda 
					dar un salto en el vacío, yo intuyo que la ciudadanía 
					tunecina goza de un aceptable grado de madurez y que sabrá 
					estar, mañana domingo, a la altura de las circunstancias.
					 
					 
					Corren vientos de fronda por todo el Magreb y, de haber 
					elecciones libres en los diferentes países, es obvio que el 
					islamismo político se perfila como caballo ganador. Ahora 
					bien, este mismo islamismo legalista sabe que una cosa es 
					predicar y otra dar trigo, que las sociedades magrebíes 
					están evolucionado mucho, siendo sus prioridades el 
					horizonte de un estado de bienestar paralelo al régimen de 
					libertades que atisban en Occidente. Y todo ello, en 
					conjunto, es incompatible con una eventual vuelta de la 
					sharía o ley islámica. En Marruecos, el mismo secretario 
					general de los islamistas parlamentarios del Partido de la 
					Justicia y el Desarrollo (PJD), el fogoso Abdelilah Benkirán, 
					lo adelantaba estos días en uno de sus mítines cara a las 
					elecciones del 25 de noviembre: “Somos musulmanes, pero 
					estamos en el siglo XXI y debemos sintonizar ambas 
					realidades”. Por su parte, desde el corazón de Túnez el 
					pensador e historiador musulmán Mohamed Talbi señala con 
					vigor que el único obstáculo a la laicidad es la sharia o 
					ley islámica, mientras que “El Corán no es ni un código ni 
					una Constitución y garantiza a todos la libertad de 
					conciencia”. El texto sagrado, advierte Talbi, es claro: “No 
					hay obligatoriedad en materia de religión”, a la vez que el 
					pluralismo estaría consagrado en la siguiente aleya: “Si 
					Dios hubiera querido, habría hecho de todos los hombres una 
					comunidad única”. Que así sea.  
					 
					Desde Arabia Saudí, patria del infumable wahabismo hambalí 
					en la que han logrado asilo, el clan cleptómano de los Ben 
					Alí seguirá con expectación los acontecimientos. Pero no hay 
					vuelta de hoja. Adelante Túnez, hasta la victoria siempre. 
					Visto. 
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