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OPINIÓN - DOMINGO, 30 DE OCTUBRE DE 2011

 

OPINIÓN / EL MAESTRO

Me enamoré en el Colegio
 


Andrés Gómez Fernández
andresgomez@elpueblodeceuta.com

 

En las aulas se producen situaciones de “enamoramiento” entre chicos y chicas que, posiblemente sean el inicio de una relación formal que terminará en boda.

He seleccionado algunas de estas situaciones, relatadas, al menos, por uno de los protagonistas.

Fiel reflejo de lo que acontece en el aula o en el Centro se recoge en el interior de las cubiertas de los libros de texto, donde se manifiestan con bellas composiciones poéticas o dibujos de corazones con iniciales, los sentimientos de los jovencísimos enamorados.

A Jesús le surgió el amor, el que él consideró el primero, en el Colegio. Él estudiaba 7º de EGB, en el Colegio Juan Morejón. La chica, era alumna de otro nivel superior, 8º, por lo que solamente se podían ver en el recreo, y a las entradas y salidas del Colegio, aunque, como vecinos del mismo barrio, también aprovechaban algunos momentos para verse.

Confiesa Jesús que “estábamos muy enamorados”. Se intercambiaban unos corazoncitos, como regalos.

“Deseábamos que llegara la hora del recreo para vernos aunque no pasábamos desapercibidos a los ojos de nuestros compañeros, que aceptaban cariñosamente nuestra relación”.

“Pero aquello fue muy breve, ya que ella finalizaba unos años antes que yo, quedándome ‘compuesto y sin novia’. Fue, pues, un amor pasajero. Hoy después de tantos años, seguimos conservando nuestra amistad, con el sano recuerdo de una etapa que, para los dos, fue muy bonita.”

Manolo tuvo un conflicto con un gran amigo, José Manuel, ambos pertenecientes al mismo nivel, en el mismo centro, “Maestro Juan Morejón”.

Cuenta Manolo que su conflicto con su gran amigo y compañero, fue por un “lío de faldas”. Ambos tuvieron la mala suerte de enamorarse de la misma chica, también compañera de aula.

“Y jugábamos ‘al ratón y al gato’, cada uno buscando la oportunidad de estar junto a ella. Pero, lo lamentable para mí fue que a la chica le gustaba estar con los dos, sin tomar una decisión de cuál sería el elegido”.

“Una disputa absurda, sin ganador ni vencido, ya que, al final, los dos nos quedamos sin ella, consiguiendo ambos alejarla de nuestra proximidad, salvo en el aula, que no teníamos más remedio que ‘soportarla’, ya que en el recreo se mostraba huidiza”.

“Pero la sangre no llegó al río y José Manuel y yo quedamos como grandes amigos y compañeros”.

Bárbara y Manuel: “Lo nuestro empezó cuando Manuel y yo coincidimos en el ‘Convoy’. Además, ambos coincidimos también formando parte del ‘Batallón Infantil del Hogar de Nuestra Sra. de África’, yo como majorette y él como tambor. Nuestras miradas, nuestros corazones, respiraban amor, que con el transcurso del tiempo se fue diluyendo, ya que emprendimos caminos distintos. Transcurridos muchos años, más de veinte, nuestras vidas, después de matrimonios deshechos por ambas partes, se volvieron a unir. ¡Algo maravilloso! Un auténtico episodio de amor recuperado”.

Sonia: “Yo en el plano sentimental fui muy precoz. Con apenas catorce años, el amor llamó a mi puerta. Un chico de mi barrio, con el que había coincidido en el mismo Colegio, pero no en el mismo aula. Él tenía unos añitos más que yo y fue el elegido de mi corazón. Como no nos veíamos, lo que necesitaba el fortalecimiento de nuestra juvenil relación, nos ‘carteábamos’. Precisamente hacía las veces de ‘cartero’, un hermano, José María, que, formaba parte del mismo nivel educativo que yo, compartiendo aula. Hoy esas cartas son testigos de esa bonita relación, cuando después de algo más de diez años de relaciones, felizmente terminó en boda”.

Adolfo y Milagros. Cuenta Adolfo: “Yo tuve la suerte de realizar mi escolarización en el ‘Convoy’. El ambiente que yo viví fue fenomenal, muy bueno. Se respetaba y te respetaban. Todo distinto a lo que ocurre en la actualidad. Yo, en esos momentos, irradiaba felicidad, porque a Milagros, compañera de Colegio, daba la impresión de que yo le gustaba; pero yo me escondía, debido a mi timidez. No hubo, pues, una auténtica declaración de amor, quizás por culpa de la dichosa cortedad”.

“Ni siquiera la intervención de una amiga común, conocedora de nuestra situación, sirvió para animarme y dar el paso decisivo.

El caso era que Milagros ocupaba todos los momentos de mi vida. ¡No sé qué hubiese sido de mí, de no haberla tenido en cuenta!”

Me recuerda Manuel, un antiguo alumno de mi etapa en Barbate, un caso al que ha definido como el “misterio de la goma de borrar”. Se trataba de un curso mixto, que por primera vez se producía con la antigua Ley de Enseñanza Primaria.

Refiere Manuel que “el maestro realizaba en clases un dictado, y paseando por uno de los pasillos se tropezó con una goma de borrar, en principio no reclamada por nadie. No se trataba de una goma cualquiera: tenía en el centro dibujado un corazón con dos iniciales”. El propietario no quiso salir, y Manuel depositó la goma encima de la mesa del maestro, permaneciendo allí durante el resto del curso.

“Enseguida se pensó que las iniciales pertenecieran a dos alumnos de la clase, un chico y una chica. Se hizo todo tipo de combinaciones y el resultado fue negativo. Lo cierto fue que se consideró como el gran misterio del curso”. Fue, termina Manuel, “nuestra mascota”.
 

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