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                     Se anuncia a bombo y platillo que 
					el próximo día cuatro comienza la campaña electoral 
					correspondiente a las elecciones generales del 20-N. Y 
					apenas se le presta atención al debate televisado entre 
					Rubalcaba y Rajoy, tres días más tarde.  
					 
					Dicen los expertos en el asunto que el desinterés radica en 
					que la gente ha asumido ya que el PP ganará las elecciones 
					por goleada. Y si a eso le sumamos que los candidatos no 
					destacan por ser guapos y seductores, mucho me temo que los 
					índices de audiencia sean cicateros.  
					 
					Tampoco los debates entre Rodríguez Zapatero y 
					Mariano Rajoy fueron nada del otro mundo. Si bien las 
					cámaras, la verdad sea dicha, no dudaron en ponerse de parte 
					del candidato socialista. Y es que las cámaras, tan 
					femeninas ellas, pierden los papeles ante los encantos 
					personales. 
					 
					Hablando de debates, a mí se me viene a la mente el 
					celebrado entre Felipe González y José María Aznar. 
					Corría el año de 1993 y la cifra de parados en España estaba 
					en 3.545.950 parados. Pocos años antes, todo el mundo 
					afirmaba que el umbral de un millón y medio de parados sería 
					intolerable. Pues bien, habíamos sobrepasado con creces esa 
					cifra y sin embargo las manifestaciones en la calle, tras la 
					celebración de los fastos de aquellos tiempos, (Juegos 
					Olímpicos de Barcelona y la Exposición Universal de 
					Sevilla), se quedaron en nada y menos. 
					 
					De aquel enfrentamiento verbal entre González y Aznar, en 
					TVE, una cosa quedó clara: la hegemonía del PSOE, desde 
					1982, se truncó. Y la figura de Aznar creció 
					considerablemente. Puesto que fue capaz de poner entre las 
					cuerdas a un político que tenía encantados a los españoles 
					desde que salió por primera vez en la entonces llamada 
					pequeña pantalla. 
					 
					Es cierto que las elecciones las acabó ganando González. De 
					quien se dijo que acertó al quedarse en el interior del 
					edificio -sito en la avenida de Prado del Rey- a fin de 
					seguir actuando en directo ante las cámaras, respondiendo a 
					preguntas de los periodistas. Mientras el aspirante a la 
					presidencia salía con celeridad a recoger los aplausos, de 
					su posible victoria televisada, de muchísimos militantes de 
					su partido que lo esperaban en los exteriores.  
					 
					Sea lo que fuere, en aquel famoso debate cimentó José María 
					Aznar un triunfo que iba a obtener en 1996. Pues ganó fama 
					de ser un político a quien no le temblaría el pulso a la 
					hora de tomar decisiones para enfrentarse a una crisis 
					económica, tras años de euforia española por haber gozado de 
					tasas de crecimientos espectaculares. Lo que propició que se 
					hablara del “milagro español”. 
					 
					El milagro español consistirá ahora en reducir la cifra de 
					parados. Parados que se deben a la burbuja inmobiliaria de 
					la época de Aznar y a la deuda griega, mayormente (algo 
					similar con lo ocurrido cuando la crisis de 1993 con la 
					burbuja inmobiliaria japonesa y los precios del petróleo por 
					la Guerra del Golfo).  
					 
					De modo que pocos estarán en desacuerdo conmigo si digo que 
					cuando Mariano Rajoy se instale en La Moncloa empezará a 
					envejecer por año cual si fueran cuatro. Ya que le espera 
					una tarea titánica. Y en su caso, por desgracia para él, ni 
					siquiera puede acogerse a eso que es llamado, indebidamente, 
					carisma. Ojalá que este hombre acabe siendo santificado. Por 
					el bien de España. 
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