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OPINIÓN - MARTES, 15 DE NOVIEMBRE DE 2011

 

OPINIÓN / EL OASIS

Corrillos y sobremesas
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

A mí participar en fiestas no me llama la atención. Tampoco comer fuera de casa, aunque se me ofrezca ambrosía, me suele causar satisfacción que pueda ser tenida muy en cuenta. Y es así, porque comer en casa, aunque sea a base de sota, caballo y rey, resulta siempre mejor para el organismo. Ya que la mesa doméstica es un rincón de seguridad más de los que uno no quiere prescindir.

Cuando me invitan a celebrar un acontecimiento, lo primero que pienso es en que tendré la oportunidad de compartir conversación con personas conocidas, con las que me serán presentadas, y con las que me daré a conocer a fin de pegar la hebra con ellas en los corrillos que se van formando a ritmo acelerado.

Mentiría si no dijera que me agrada sobremanera frecuentarlos. Recorrer esos corrillos. Intercambiar impresiones con quienes estén dispuestos a charlar. Apenas me preocupo de los canapés ni de las bebidas, una vez que he tomado la primera copa. Esa primera copa que me hace perder la parte de inhibición correspondiente a mi edad.

En realidad, hablamos no sólo para que nos oigan sino también para oírnos. “Lo cual demuestra que el lenguaje es antes que medio de comunicar ideas, una pura manifestación del simple hecho de vivir”. Cierto es que uno no debe llegar al extremo del soliloquio que se les atribuye al borracho, al loco, al preso, al exaltado o al temible niño que suele decir lo que no debe…

Me encanta una conversación de sobremesa, con sus diversas entonaciones, gestos, titubeos, miedo al silencio. Un amigo me preguntaba, no ha mucho, si yo consideraba arte la conversación, una pérdida de tiempo, una forma de interacción social, un ejercicio democrático, o qué…

Opiniones hay para todos los gustos. Y le respondí que, según mis lecturas, Borges la ensalzaba como un glorioso invento griego. Proust, en cambio, la desaconsejaba. Y el iluminado Sakyamuni llegó hasta el extremo de enumerar los temas de conversación que más nos alejan de la meditación: entre otros, (charlar) sobre reyes, ladrones y ministros, sobre hambre y guerra, sobre comer, beber, vestirse y alojarse, sobre perfumes, parientes, ciudades y países, sobre antepasados, sobre el origen del mundo…

Uno piensa que la conversación puede ser un ejercicio relajante, tedioso, estimulante, inútil. Depende. Pero, a ratos, conversar es saludable. Lo complicado es encontrar con quién y que ese quién no se achare. Yo prefiero compartir una sobremesa con personas que estén dispuestas a contar cosas: anécdotas, ocurrencias, vivencias, deseos, desengaños…

Personas capaces de entretener. De hacer que los momentos de ociosidad sean gratificantes. Uno suscribe lo del Eclesiastés: hay un tiempo para cada cosa. Y las celebraciones, donde los asistentes son muchos, como las comidas entre pocos, si carecen de habladores, tienen poco sentido.

Hace poco tuve yo la suerte de charlar, de compartir conversación de sobremesa con quienes pegar la hebra es un placer. Enrique y Soledad -Soledad y Enrique- hicieron posible que, durante varias horas, los problemas que todos vamos acumulando quedaran olvidados. Enrique Ávila, sí, ese hombre del que dije, días atrás, que es liberal por educación o educado por ser liberal. O sea, el secretario de la UNED de Ceuta.
 

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