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                     Cada mañana, cuando quedo 
					informado de que la señora Merkel tiene asumido que ella 
					debe meter en cintura a todos los países de la Comunidad 
					Europea, porque sus gobernantes no dejan de ser unos 
					manirrotos, se me viene a la memoria esa frase tan manida 
					como cruel: “La venganza se sirve en plato frío”.  
					 
					Pues barrunto que la señora Merkel ha sido educada en el 
					recuerdo permanente de la humillación sufrida por los 
					alemanes cuando en el París de 1919, en una Conferencia de 
					Paz, auspiciada por los Cuatro Grandes dirigentes del mundo, 
					no tuvieron el menor empacho en exigirles a los alemanes 
					unas gravosas reparaciones de guerra, para poder poner en 
					pie una Europa en ruinas. Lean el libro de Margaret 
					MacMillan, titulado “París, 1919”, y saquen sus propias 
					consecuencias.  
					 
					Cada mañana, cuando oigo las noticias y leo los periódicos, 
					el canguelo se apodera de mí, debido a que tengo la 
					impresión de que caminamos irremisiblemente hacia atrás en 
					todos los sentidos; es decir, que a poco que se lo proponga 
					ese Estado invisible del que habla Juan José Millás, 
					estaremos nuevamente viviendo al igual que lo hicimos en los 
					años cuarenta del siglo pasado. 
					 
					Sí, lo haremos como una sociedad subdesarrollada cuya máxima 
					preocupación consiste en realizar las dos necesidades 
					primarias de que ya hablaba el Arcipreste de Hita 
					–siglo XIV- en su libro del Buen Amor. Estomago y sexo. 
					Estas son las dos aspiraciones fundamentales de los 
					ciudadanos subdesarrollados. Poder comer –exigencia física- 
					y tener mujer al lado –exigencia sexual. Menos mal que ahora 
					no hay necesidad de casarse para retozar en el catre sin ser 
					cliente de casa de lenocinio. 
					 
					Cada mañana, cuando quedo enterado por los medios de 
					información que los parados son cada vez más y que la tasa 
					de desempleados con la edad en la boca son legión, el 
					corazón se me encoge y el alma se me cae a los pies al 
					pensar en cómo el comer para estas criaturas se convertirá, 
					en menos que canta un gallo, en la suprema felicidad. En un 
					artículo de lujo.  
					 
					Cada mañana, cuando me cuentan que AM no concede tregua 
					alguna para mitigar la ruina que se está produciendo en 
					millones de hogares, me entran unas ganas locas de acordarme 
					de todos sus muertos. De los de ella y de todos los que 
					forman parte de ese tinglado más que conocido ya como los 
					mercados.  
					 
					Me imagino que a Mariano Rajoy, en la última 
					conversación mantenida con la señora que se viene arrogando 
					todas las facultades para dirigir los destinos económicos de 
					la Unión Europea, tampoco debieron faltarle ganas de pararle 
					los pies a una alemana que está aprovechándose de las 
					circunstancias para que aprendamos que ser alemán no es moco 
					de pavo. Y que ya tocaba hacernos comprender que si los 
					alemanes quieren acabaremos todos los europeos trabajando 
					como chinos. 
					 
					Como los chinos va a ser difícil que los españoles 
					laboremos. Pero lo que si va a lograr la dama alemana, si la 
					ruina sigue avanzando firme el ademán, es que los españoles, 
					dados a ser individualistas, egoístas e insolidarios, por 
					nacimiento en país pobre, lo seamos aún más. Lo cual, unido 
					a la indisciplina de la raza, puede ocasionar que la 
					democracia acabe como el rosario de la aurora. De seguir así 
					la cosa, los próximos tiempos serán aptos para trincones, 
					que es lo suyo en tierra pobre. ¡Ay, España! Eres mi dolor 
					de cada mañana. 
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