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					Cualquier español medianamente informado conoce la altura de 
					los obstáculos económicos (deuda soberana, déficit, balanza 
					comercial, problemas financieros…) que tendrá que saltar el 
					nuevo Gobierno y todos deseamos que el PP los salte sin 
					dejarse la dentadura en el intento. Por otro lado, no 
					vendría mal que el señor Rajoy liderara algunas reformas 
					políticas que, sin estar en la agenda de las urgencias 
					(recortes, reformas y otras apreturas), es preciso abordar 
					si se desea que el ambiente mejore y la desafección de los 
					españoles hacia los políticos se atempere. 
					 
					Para empezar, convendría llevar a la práctica esa intención 
					que ha expresado el líder del PP de gobernar para todos. 
					Pues bien, esa labor exige abandonar todo sectarismo, y en 
					primer lugar el que sigue reinando en el seno del PP. Al 
					futuro presidente lo sostendrá una cómoda mayoría en las 
					Cortes, pero, a la hora del buen gobierno, es mejor utilizar 
					el liderazgo político que la contabilidad parlamentaria. 
					 
					Durante mucho tiempo los españoles hemos visto con horror 
					que el sectarismo y el nepotismo partidarios han reinado, 
					provocando una auténtica invasión por parte de los partidos 
					y de sus militantes sobre espacios en los cuales un mínimo 
					sentido democrático les veda la entrada. Por ejemplo, en la 
					Justicia. 
					 
					También convendría recordarle al nuevo presidente las sabias 
					recomendaciones de Don Quijote a Sancho cuando este iba a 
					hacerse cargo de la Isla Barataria. Me refiero a la 
					recomendación según el cual conviene hacer pocas normas, 
					pero que se cumplan. Sabio consejo que –dada la velocidad 
					con la que se producen y la abundancia de normas vigentes en 
					España– hoy es de urgente atención, pues la inabarcable 
					producción legislativa de 17 parlamentos regionales junto a 
					la abundancia de normas estatales ha convertido al viejo 
					Aranzadi en su edición de cada año en una nueva biblioteca 
					de Alejandría, en un bosque intrincado y confuso dentro del 
					cual –no sólo “al más astuto nacen canas”– el ciudadano se 
					ve enterrado en ordenanzas, muchas de ellas contradictorias. 
					 
					En cuanto a la digestión que de su derrota ha de realizar el 
					PSOE, los primeros pasos no han podido ser más 
					decepcionantes. Echarle la culpa en exclusiva a la crisis es 
					una burda forma de negarse a asumir responsabilidades. Y si 
					no se asumen responsabilidades, no se podrán rectificar los 
					errores. Viéndoles refocilarse en la endogamia, se diría que 
					lo único que les interesa a los actuales dirigentes es 
					mantenerse, tomándose el resultado de las pasadas elecciones 
					como el final del paganismo y el comienzo de lo mismo. 
					 
					En un país democrático, lo normal en los dirigentes de un 
					partido que acaba de perder 59 diputados y casi cuatro 
					millones y medio de votos es asumir sus responsabilidades de 
					la única forma posible: dimitiendo. 
					 
					Nadie duda de que el máximo responsable de la derrota ha 
					sido Zapatero, por lo tanto, él es el primero a quien le 
					toca dimitir de su cargo de secretario general, dejando que 
					una gestora neutral organice el congreso. Una gestora capaz 
					de propiciar la aparición de gente nueva, gente con 
					experiencia de trabajo por cuenta propia o ajena, gente que 
					dé un paso al frente y se haga cargo de la reconversión que 
					el PSOE necesita. Pero me malicio que Zapatero pretende 
					exactamente lo contrario. Es decir, quiere dejarlo todo 
					atado y bien atado mediante un congreso rápido pilotado por 
					una Ejecutiva absolutamente quemada. Si es así y nadie se lo 
					impide, apaga y vámonos. 
					 
					Alguien tendría que decir en voz alta algunas verdades del 
					barquero. Por ejemplo, que en el PSOE de Zapatero sólo se ha 
					prosperado de la mano de la arbitrariedad y del nepotismo, 
					mediante los cuales han ascendido a las más altas 
					magistraturas del Estado personas que jamás hubieran 
					alcanzado un cargo de jefes o jefas de negociado. 
					 
					Es llegado el momento de olvidar las ocurrencias y los 
					vaivenes y de volver a la sensatez. Es preciso sustituir la 
					cooptación por el mérito y la capacidad a la hora de elegir 
					a los dirigentes. También es el momento de la crítica y de 
					las urnas en las elecciones internas. 
					 
					Si la alternativa de futuro es –por ejemplo– Carme Chacón, 
					no es que los zapateristas estén locos, es que el resto de 
					los afiliados, si no son capaces de impedirlo, van 
					directamente al suicidio; eso sí, cogidos de la mano de una 
					mujer –y de su esposo– cuyas ambiciones no les caben en su 
					casa familiar por muy grande que esta sea. Y si la 
					alternativa a la señora Chacón es el tándem Blanco-Rubalcaba, 
					incluyendo a las personas que les acompañan… el resultado 
					viene a ser lo mismo que ofrecerles a los afiliados una dura 
					alternativa: la del veneno o la pistola para el suicidio. 
					Llegado ese caso, muchos van a preferir saltar desde el 
					viaducto. 
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