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OPINIÓN - JUEVES, 1 DE DICIEMBRE DE 2011

 

OPINIÓN / EL OASIS

Firmar con seudónimo
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Cuatro de la tarde. La conversación transcurre por derroteros de placidez. Sale a relucir el asunto de Iñaki Urdangarín: motivo de un gran escándalo que debe estar causando una tremenda zozobra en la Casa Real. Y sobre todo en un Rey que se ha ganado a pulso el derecho a que los españoles le tengamos en alta estima. Pero el Rey no tiene la culpa de que le haya salido rana el duque de Palma. Que no conforme con sus altos y estáticos privilegios, parece ser que optó en su momento por forrarse. Tiene pues la Justicia española, en momentos donde hay familias que o bien cuentan con lo sucinto para comer o están haciendo dieta por puro imperativo económico, la patata caliente de tener que juzgar al marido de una infanta que incluso pudo ser usada como reclamo de trapicheos más propios de Patio de Monipodio.

Tras mi respuesta, referente al “caso Urdangarín”, los reunidos decidimos cambiar de tercio. Y uno de los contertulios expone que hay que responsabilizarse de las opiniones, de los escritos, de los análisis, y correr el riesgo de poner debajo (o encima) los nombres propios, sus identidades. Como es natural. Y no se corta lo más mínimo en criticar duramente a cuantos usan Internet con el fin de decir impropios contra otros firmando con seudónimos, con nombres supuestos, con apócopes, etcétera. Y lo peor de todo, dice quien está en posesión de la palabra, es que detrás de esas máscaras se ocultan a veces personalidades que suelen decir cosas interesantes. Y quedan, sin duda alguna, como auténticos cobardes.

Inmediatamente, toma la palabra una amiga muy leída, cuya cultura nunca ha sido puesta en duda. Que nos habla que hubo un tiempo en el cual se usaban los seudónimos para evitar ser perseguido por lo escrito. Por originalidad. Y por otras cuestiones de orden privado. Y hasta nos pone como ejemplo a Mariano José de Larra. Quien escribió firmando como Fígaro, Duende, Bachiller… Destaca el apelativo de Azorín, cuyo nombre era José Martínez Ruiz. O el de Cecilia Böhl de Faber, que firmaba con el seudónimo masculino de Fernán Caballero.

Me consta que la compañera de sobremesa hubiera podido seguir enumerando personalidades que firmaron sus escritos mediante seudónimos. De uno de los mejores columnistas de los últimos tiempos, Pablo Sebastián –nacido en Córdoba-, dijeron que era un señorito bronco y lenguaraz, y que su talento para el chisme y la maledicencia se puso de manifiesto cuando comenzó a firmar como Aurora Pavón, primero en El Mundo, luego en ABC. Pero habría que decir también que todos los escritores mencionados, muy a pesar de tratar de esconder su identidad, eran más que conocidos por los lectores. Pues la brillantez con la que se expresaban no podía pasar desapercibida. Por más que quisieran disfrazarla.

Es, para que ustedes se hagan una idea, lo que le viene ocurriendo a Gonzalo Testa. Ese magnífico profesional del periodismo, llegado de tierras asturianas, que escribe en un periódico digital, y también en uno de papel, firmando en el segundo con las iniciales A. Q. Pues su prosa informativa es tan buena e interesante, que no sólo no ha podido engañar a nadie sino que, además, ha conseguido que su fichaje sea aceptado por la directora del reseñado medio con la cual se llevaba a matar. Y es que lo que hoy es blanco mañana… es seudónimo.
 

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