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                     Tiempos pasados nunca fueron 
					mejores. Y si no que se lo pregunten a los hinchas del 
					fútbol de aquellos años de nuestra posguerra. Un hincha de 
					cualquier equipo, entonces, para serlo de verdad tenía que 
					tener madera de héroe. De no ser así, es decir, de carecer 
					de una actitud especial ante la vida, el hincha hubiera sido 
					incapaz de despreciar el descanso; de hacerle una higa a la 
					comodidad o de exponer la salud a las inclemencias del 
					tiempo. 
					 
					Y qué decir de los escasos medios de comunicación que había 
					para poder desplazarse a los campos que ya de por sí eran 
					inhóspitos. Con lo cual muchos hinchas se veían obligados a 
					ir en el coche de San Fernando. Lo de un rato a pie… Y 
					vestidos, en muchos casos, con ropas inadecuadas para 
					soportar los rigores del mal tiempo reinante. 
					 
					El hincha, normalmente, era un currante al que llamaban 
					productor; eufemismo que se había inventado el Gobierno para 
					edulcorar la vida de quienes trabajaban a destajo o eran 
					pluriempleados que no tenían ni tiempo para fijarse ni en la 
					mujer ni en los hijos, durante la semana. Eso sí, cuando 
					llegaba el domingo el productor, que daba ya muestras de 
					agotamiento, sacaba a relucir el segundo aliento y allá que 
					salía pitando hacia el campo donde su equipo, el de sus 
					amores, se jugaba la victoria que a él le daría la 
					posibilidad de olvidarse de todos los males habidos y por 
					haber. Y, sobre todo, le pondría en condiciones de sacar 
					pecho al día siguiente en el tajo.  
					 
					La derrota, en cambio, acrecentaba los problemas de los días 
					anteriores y el hincha regresaba a su casa derrotado en 
					todos los aspectos. Por lo que había que tener sumo cuidado 
					al tratarle para no herirle una susceptibilidad que ya 
					estaba tan tocada como para que arrancase a media vuelta de 
					manivela. 
					 
					El sabor de la victoria de un hincha obraba milagros en el 
					carácter de éste. Pues si el hincha pertenecía, por ejemplo, 
					a la cofradía de los vengativos, se transformaba durante 
					horas en un tipo noble; si tenía tendencia a la avaricia, 
					esa noche llegaba a su casa con una caja de dulces; si el 
					mal vino lo descentraba normalmente, ahora las copas lo 
					estimulaban de modo y manera que acababa dando muestras de 
					ser encantador. Y qué decir del rendimiento en el trabajo 
					del lunes. Pasaba de estar en entredicho su productividad a 
					ser un as del esfuerzo sostenido.  
					 
					El fútbol ha evolucionado en todos los aspectos. Para mejor. 
					Y bien que nos alegramos. Como la vida del productor (!). 
					Aunque al paso que vamos que Dios nos coja confesados. Pero 
					el hincha continúa sufriendo todos los inconvenientes de las 
					derrotas de su equipo y las satisfacciones de las victorias.
					 
					 
					En España hay dos equipos que se llevan la palma en cuanto a 
					contar con hinchas que viven apasionadamente las actuaciones 
					de ambos. Son Real Madrid y FC Barcelona. Los que hoy juegan 
					en el Santiago Bernabéu un partido que ni siquiera la ruina 
					del euro ha podido menguar su importancia y trascendencia 
					futbolística.  
					 
					Un partido que nos mantendrá el alma en vilo durante el 
					tiempo que dure. Y de cuyo resultado va a depender, sin duda 
					alguna, que la actitud de muchos hinchas sea la correcta 
					para que no se avergüencen al día siguiente de su manera de 
					proceder. Que Dios reparta suerte, como diría el maestro más 
					antiguo en el portón de cuadrillas. Pero que la suerte se 
					alíe con el Madrid. Yo soy un hincha. 
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