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                     Hace tiempo que el planeta precisa 
					de un clima apropiado para florecer y dar fruto, para que 
					todas las especies puedan sentirse bien. Sin embargo, el 
					calentamiento global, a pesar de las muchas reuniones 
					internacionales y foros creados al respecto, lejos de 
					disminuir, se incrementa. Por lo pronto es sarcástico que se 
					financien plantas de carbón dentro de un mecanismo de Kioto. 
					De igual modo, resulta irónico que Brasil apruebe una ley 
					que pone en riesgo el pulmón del planeta, el manto de la 
					Amozonia.  
					 
					Por otra parte, la contaminación en buena parte del planeta 
					alcanza cotas peligrosas, como es el caso de Pekín. Para 
					desgracia de todos, las cumbres sobre el clima, son cada vez 
					más repetitivas, poco ilusionantes y nada realistas. No 
					pasan de ser promesas. El deterioro del suelo y la escasez 
					de agua en muchos países amenazan la alimentación. Los ríos 
					se quedan sin agua, tal es el caso del segundo río de 
					Europa, el Danubio, que fenece sediento. Podemos afirmar, 
					por consiguiente, que nos encontramos en una fase precaria a 
					la que debemos dar soluciones cuanto antes. 
					 
					Si en verdad observásemos el mundo como un hogar para todos, 
					donde la belleza y la poesía brotan a poco que cultivemos 
					las flores humanas, el universo germinaría como un paraíso 
					de vida a conservar, donde todo se conjuga en la armonía y 
					en el gozo de vivir. Por eso, no es justo que los seres 
					humanos sigan con su egoísmo envenenando el ciclo vital del 
					planeta. Sin duda, hacen falta gobiernos responsables, 
					éticos, que presten más atención al medio ambiente. Desde 
					luego, juntos es la única manera de construir, y no 
					destruir, un planeta que necesita de los cuidados de todos 
					los seres humanos. 
					 
					El objetivo es bien claro y bien urgente, generar en la 
					tierra un clima apropiado para que todas las especies puedan 
					sentirse bien. Hablamos mucho de la conservación del medio 
					ambiente, de la promoción sostenible del desarrollo, pero 
					hacemos bien poco por asumirlo como hoja de ruta en nuestras 
					vidas. Esta es la pura verdad. No es suficiente con 
					progresar sólo desde el punto de vista económico y 
					tecnológico, el desarrollo necesita de una conciencia 
					solidaria que considere el planeta como hábitat a proteger. 
					Produce un inmenso dolor ver que la tierra nos habla 
					mientras sus moradores ni le escuchan.  
					 
					Por consiguiente, no sólo debemos estudiar con más 
					autenticidad el libro de la naturaleza, tenemos la 
					obligación moral, cada uno de los seres pensantes, de poner 
					el manuel en práctica. Dejarnos vencer por la desilusión es 
					ilícito, puesto que todos estamos llamados a salvaguardar el 
					planeta. Hay una alianza entre el ser humano y el medio 
					ambiente que ha de ser reflejo de nuestros estilos de vida, 
					que no ha de ser otro que la búsqueda de horizontes limpios, 
					para que pueda despuntar la hermosura y espigar el bien, por 
					todos los rincones de la madre tierra.  
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