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                     El nacimiento de un niño siempre 
					nos trae una sonrisa en el corazón, una luz de esperanza, un 
					abecedario de versos que nos engrandecen el alma y un clima 
					de paz que nos sobrecoge. La Navidad es esto: un 
					acontecimiento histórico acrecentado por un misterio de 
					amor, que sigue interpelándonos cada año. Los pequeños más 
					pequeños, los pobres más pobres, éstos son los auténticos 
					protagonistas de la Navidad. En el silencio de la cruda 
					noche de Belén, Jesús nació, rodeado de mansos adoradores. 
					Como Unamuno, servidor también “quiere vivir y morir en el 
					ejército de los humildes, uniendo mis oraciones a las suyas, 
					con la santa libertad del obediente”. Más allá del 
					sentimentalismo, Navidad no tiene nada que ver con el 
					consumismo de los privilegiados de la tierra, viene a 
					iluminar a todo ser humano, bajo el consuelo de la sencillez 
					de la palabra, y germina gozosa, como queriendo invitarnos a 
					modificar modos y maneras de vivir, de ser y de actuar. 
					 
					Hay que transformar el mundo, y para ello, sus moradores 
					deben transformarse también y ver más allá de los sermones y 
					de las falsas luces que nos asaltan, sobre todo, en estos 
					días. Es tiempo de pensar mucho. Es tiempo de vivir 
					compartiendo. Dios no está lejano, vive con nosotros, no es 
					un anónimo, tiene un semblante y un nombre: Jesús. Que es 
					todo amor. Sólo los que se abren a ese amor puro entenderán 
					el verdadero espíritu navideño. En un mundo de problemas 
					globales, comunes a todos, donde ninguna nación puede 
					conquistar la paz para sí misma o el triunfo por sí sola, se 
					precisa de esta solidaridad, que sólo puede brotar de un 
					alma amorosa. El planeta tiene que cambiar. Todos los 
					observadores lo dicen. Tenemos que modificar costumbres, 
					cambiar actitudes, maneras de obrar. El mundo se nos ha 
					hecho viejo y ha de nacer un nuevo mundo, donde el amor esté 
					por encima de los intereses, y la justicia cohabite para 
					todos, sin que nadie pueda quedar excluido. 
					 
					Precisamente, en la Asamblea General de Naciones Unidas, 
					celebrada el pasado mes de septiembre, su Secretario 
					General, exhortaba a los dirigentes mundiales a que 
					prestaran una mayor atención a cinco tareas imprescindibles 
					para el siglo XXI que exigían la solidaridad de todos: 
					alcanzar el desarrollo sostenible; prevenir y mitigar los 
					conflictos, las violaciones de los derechos humanos y los 
					efectos de los desastres naturales; crear un mundo más 
					seguro y libre de peligro; apoyar a los países en 
					transición; y aprovechar los talentos de las mujeres y los 
					jóvenes. Acojamos, pues, en esta Navidad, la invitación del 
					cambio con una adhesión más convencida y segura: donde reina 
					el amor, gobierna la solidaridad; al igual que donde se 
					honra a Dios, se honra también al ser humano. La gloria de 
					ese Niño que nos nace a toda la humanidad, para toda la 
					humanidad, es fundamento de la dignidad del hombre, el 
					itinerario de la paz en la tierra.  
					 
					El mundo contemporáneo sigue prefiriendo la cultura de las 
					armas a la cultura de la solidaridad; y el espíritu del odio 
					y la venganza, en lugar del espíritu de compartir. En el 
					nuevo mundo que debemos hacer que nazca, mejor hoy que 
					mañana, la solidaridad entre los pueblos tiene que ser 
					lenguaje común. En la medida que celebremos nuestra unidad 
					en la diversidad; y los gobiernos del mundo respeten sus 
					compromisos con los acuerdos internacionales, caminaremos 
					más seguros y más felices, no en vano, amar es encontrar en 
					la felicidad del otro tu propia felicidad. Ciertamente, el 
					concepto de solidaridad ha definido el trabajo de las 
					Naciones Unidas desde el nacimiento de la Organización. La 
					creación de las Naciones Unidas, atrajo a los pueblos y las 
					naciones del mundo para promover la paz, los derechos 
					humanos y el desarrollo económico y social. La organización 
					fue fundada en una premisa básica de la unidad y la armonía 
					entre sus miembros, expresada en el concepto de seguridad 
					colectiva que se basa en la solidaridad de sus miembros a 
					unirse para mantener la paz y la seguridad internacionales. 
					 
					Como quiera que la Navidad es deseo; puesto que todo lo que 
					en verdad se ama se desea, sabedores de que el amor es la 
					única fuerza y la única verdad que hay en esta vida, me 
					invade un estímulo de orden interior de dirigirme a los 
					lectores, a cada uno de vosotros, para que el nacimiento del 
					Niño Dios abra nuevas perspectivas de paz duradera y de 
					auténtico progreso en un mundo de todos, y para todos. Que 
					el amor del Dios con nosotros, nos otorgue fortaleza y 
					perseverancia para ayudarnos unos a otros, e inspire a los 
					líderes políticos y religiosos a comprometerse por ese 
					cambio en el mundo. Seguramente, también, tengamos que 
					redescubrir una nueva Navidad más auténtica, que nos haga 
					resplandecer como hijos del amor. Que su amor, el que 
					injerta el Niño Dios, guíe las diversas civilizaciones y 
					culturas e ilumine su conciencia común de ser “familia” 
					llamada a construir vínculos de confianza y de ayuda mutua. 
					Una humanidad unida podrá afrontar mejor los numerosos y 
					preocupantes problemas del momento presente. Entremos con 
					los pastores en la cueva de Belén, o lo que es lo mismo, 
					entremos con la humanidad en las soledades humanas, y 
					pongámonos a escucharnos unos a otros. Recuerde, la Navidad 
					es amor; sólo amor. Todo lo demás sobra. 
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