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                     Comida en “El Velero”. Los 
					comensales son Andoni Goicochea, su ayudante, de cuyo 
					nombre no me acuerdo, Mohamed Chaib, Parrilla 
					y quien escribe. De pronto, el entonces entrenador de la 
					Asociación Deportiva Ceuta dice que va a ponerme en contacto 
					con alguien de quien me ha oído decir que soy muy amigo. Y, 
					ni corto ni perezoso, echa mano de su teléfono portátil y 
					marca el número de teléfono de Manolo Delgado Meco: 
					preparador físico durante muchos años del Athletic de 
					Bilbao, de la selección española y hombre con mando en plaza 
					en la escuela de Lezama. 
					 
					Manolo, dice Goicoechea, convencido de que entre Delgado 
					Meco y yo no existe ese lazo de amistad que yo he sacado a 
					colación, Manolo de la Torre presume de ser amigo 
					tuyo. Y la voz de Delgado Meco suena con rotundidad: Manolo 
					de la Torre es amigo y mucho más y a partir de ahí nos 
					enfrascamos en una conversación en la cual salen a relucir 
					los mejores momentos vividos en nuestra juventud como 
					deportistas.  
					 
					Cuando Delgado Meco y yo damos por acabada la conversación, 
					Goicoechea decide que en ese momento debe ponerme en 
					contacto con Hector Núñez. Como si quisiera cogerme 
					en una mentira. Puesto que, días atrás, le había celebrado 
					también mis buenas relaciones con HN. Pero el teléfono de mi 
					amigo no respondió. Y es que mi amigo estaba ya sometido a 
					tratamientos intensos por su enfermedad. 
					 
					Hoy, martes, cuando escribo, he leído que Hector Núñez ha 
					muerto. Y me he venido abajo. Porque nunca he olvidado la 
					ayuda que me prestó este uruguayo en un momento crucial de 
					mi vida. Fue en el verano de 1971 cuando yo tuve la 
					oportunidad de conocerle. Era Hector, en aquel tiempo, 
					profesor de la Escuela de Entrenadores de Fútbol.  
					 
					En ese curso nacional de entrenadores, celebrado en Madrid, 
					comenzó la amistad entre Hector y yo. Una amistad que a 
					partir de entonces se mantuvo mientras que ambos estuvimos 
					activos como técnicos. Hector lo fue de muchos equipos: Las 
					Palmas, Tenerife, Atlético de Madrid, Tenerife, Valladolid, 
					etcétera.  
					 
					Aún recuerdo cómo cuando dirigía al Valladolid me llamaba HN 
					desde esa tierra para pedirme informes de equipos que él 
					sabía muy bien que yo conocía perfectamente. Incluso podría 
					contar anécdotas que podrían reflejar la amistad que nos 
					unía.  
					 
					Hector Núñez fue siempre un tipo con una calidad humana 
					apabullante. Hombre de bien con los necesitados y fuerte 
					como un roble ante quienes trataban de imponer sus criterios 
					avasalladores, por medios contraproducentes.  
					 
					Un gran hombre en el sentido más exacto de la palabra. 
					Uruguayo culto, responsable y dispuesto siempre a ayudar a 
					los más necesitados. Un jugador extraordinario, que estuvo 
					siete años destacando en el Valencia. Y que como técnico fue 
					capaz de poner orden allá donde estuvo. 
					 
					Su muerte, a los 75 años, me ha llenado de pesar. Porque 
					nunca he olvidado que en un momento determinado de mi vida 
					fue capaz de dar la cara por mí. Hasta el punto de 
					enfrentarse a otro profesor de la escuela de entrenadores 
					que no me veía con buenos ojos.  
					 
					Descanse en paz, pues, Hector Núñez. Hombre de una categoría 
					impresionante en todos los sentidos. Ojalá hubiera podido 
					tratarle más. 
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