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                     Hace un año, por estas fechas, no 
					hubiéramos pedido otro mejor para estas fiestas, y ese 
					aguinaldo es la llegada al Gobierno de la Nación de una 
					persona íntegra, cabal y responsable, que sabrá tirar de las 
					riendas de nuestra sociedad para salir de la situación, 
					económica y moral en la que estamos. 
					 
					A lo largo de los últimos meses, todos, yo el primero, al 
					hablar de la necesidad de cambio, siempre hemos ido tirando 
					de lo económico, cuando junto a esto y en no menor grado se 
					iba produciendo un deterioro moral en la sociedad que debe 
					ser tenido en cuenta. 
					 
					A partir de ahora, y eso que las malas artimañas son 
					difíciles de erradicar, la situación debe cambiar, el ritmo 
					del país, también en esto, debe ser otro y en vez de estar 
					centrados en tantos panfletos, a veces convertidos en leyes, 
					propias de la demagogia barata, habrá que abordar, pero de 
					verdad, por un lado lo económico pero junto a ello, también, 
					esa degradación moral en la que nos encontramos. 
					 
					A lo largo de los casi ocho años, desde que llegó al 
					Gobierno “el del talante”, pero carente de talento, ese 
					talante parecía encaminado a poner “patas arriba” todo lo 
					que es una sociedad ordenada y congruente. 
					 
					Si miramos, de frente, algunas de sus leyes, nos damos 
					cuenta de que el rencor, el odio y las ganas de dividir 
					nuestra sociedad eran el punto de arranque y la meta de las 
					miradas del zapaterismo. 
					 
					Una corrupción institucional galopante, véanse Tribunal 
					Constitucional o Fiscalía General, una constante mirada 
					hacia atrás, de una forma sesgada, Ley de la Memoria 
					Histórica, una falta de sentido de lo que es la vida, ley 
					del aborto y decenas y docenas de otros aspectos que 
					mantenían a toda la sociedad mirando siempre de reojo hacia 
					el otro. 
					 
					A partir de hoy, Zapatero ya es historia, pero una historia 
					de lo más denigrante que podemos encontrar en nuestro país. 
					Hay quien, creo que quedándose corto, han comparado sus años 
					de gobierno con los de la etapa de Fernando VII, y creo que, 
					con diferencia, la etapa de Zapatero ha sido, con mucho, más 
					sesgada de lo que fue la etapa de aquel monarca, de infausto 
					recuerdo.. 
					 
					Ahora es pronto para ver lo que va a suceder, pero claridad, 
					sentido común, sentido de la responsabilidad, verdadero 
					talante del bien, no van a faltar para que España no quede 
					dividida, seccionada o enfrentada a sí misma. 
					 
					A partir de ahora, aunque sin Zapatero, el zapaterismo, lo 
					poco que haya dejado de sí mismo, volverá a reaparecer, con 
					la particularidad de que no va a tener cabida, en ninguna 
					parte, porque esa etapa encizañada y negra no es recordada, 
					no quiere ser recordada, ni tan siquiera por aquellos que 
					más bebieron en el zapaterismo puro y duro, días y semanas 
					atrás. 
					 
					El aguinaldo es bueno, una gran dosis de ilusión, una gran 
					dosis de buena voluntad y de sentido común que deben poner 
					el país en su sitio justo, con un lugar propio, sin ir a 
					remolque de los otros y con la dignidad de saberse 
					presentar, en todas partes, con la idea del deber cumplido, 
					desde el comienzo al final. 
					 
					Han bastado los primeros gestos, tan sólo eso, gestos, para 
					darnos cuenta todos de que esto es otra cosa, para ver que 
					en una semana se pasó del cero al infinito, ese cero 
					zapateriano y ese infinito deseo de poner las cosas en orden 
					por parte del nuevo presidente del Gobierno, para los 
					próximos cuatro años, Mariano Rajoy. 
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