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                     Transito la calle tras haber 
					estado varios días sometido a la disciplina doméstica. Es 
					martes. Y estoy citado para comer con un matrimonio con el 
					cual me gusta charlar de cuanto se encarte. A la altura de 
					la plaza de África me topo con Alberto Gallardo: un 
					tipo que ha conseguido hacerle una higa a un contratiempo 
					que se le presentó con las intenciones de un Miúra. 
					 
					Alberto hace mucho tiempo que logró ganarse mi voluntad. Y 
					no lo tenía fácil. Ya que no me había sido recomendado cual 
					persona fiable para mis intereses. Pero a mí nunca se me 
					ocurrió pensar torcidamente de él. Máxime cuando su padre 
					siempre dijo que era un placer leerme. 
					 
					Alberto Gallardo, tras los saludos de rigor, me dice que se 
					me nota en mis columnas que estoy pasando por un mal 
					momento. Que no me expreso con la alegría de otrora. Que 
					tiene la impresión, compartida por muchos otros lectores de 
					‘El oasis’, de que trato de salir del paso. Y que semejante 
					postura no es buena para la vida política local.  
					 
					Suspiro hondamente, antes de responderle a un ceutí de 
					muchos quilates. Un ceutí que conoce muy bien los entresijos 
					de una Ceuta donde se les exige demasiado a quienes nada más 
					que pueden ser acusados de defectos humanos mientras se 
					trata de ocultar los desmanes de muchos otros. Y, claro, 
					llega un momento en el cual uno piensa que escribir en una 
					ciudad pequeña es tarea que va minando en todos los 
					sentidos. 
					 
					AG sabe de lo que hablo. Y, por tal motivo, se interesa por 
					mi futuro como columnista de un medio al que le he venido 
					profesando una lealtad que para sí quisieran otros medios. 
					Lealtad que seguiré manteniendo. Una lealtad que, según 
					Sabinos Campo, era decir siempre lo que sientes y estar 
					dispuesto a dejar tu puesto si lo que dices no gusta. Así de 
					fácil. 
					 
					Tan fácil como que nada ni nadie me va a apear del burro. Es 
					decir, ha llegado el momento en el que todos debemos 
					apechugar con nuestras obligaciones. Y si hay una línea 
					editorial hay que seguirla. Mas nunca haciendo causa común 
					con los comentarios de personas que tienen más que 
					demostrado que actúan siempre arrimando el ascua a su 
					sardina.  
					 
					Los nombres de tales sujetos están en la mente de todos los 
					lectores de un periódico que tuvo los huevos suficientes 
					para enfrentarse al GIL en un momento donde éste partido 
					parecía que iba a hacer de Ceuta su plaza fuerte. Donde 
					ganar dinero de manera ilícita estuviera al orden del día. 
					Yo no sé si esta columna se va a publicar. Pero creo que ha 
					llegado el momento de que “El Pueblo de Ceuta” vuelva a ser 
					un periódico que tenga los mismos arrestos que tuvo 
					entonces. Aunque las circunstancias no sean las mismas.  
					 
					Las circunstancias son claras y contundentes: el PP tiene 
					mayoría absoluta y se dispone a gobernar con ese poder 
					omnímodo que otorgan los innumerables votos. Y a nosotros 
					nos corresponde, por encima de tonterías de tres al cuarto y 
					de intereses de aprovechados de baja estofa, hacer todo lo 
					posible porque nuestra voz suene tan fuerte como cercana a 
					la verdad. Lo cual es tarea complicada y que exige tantos 
					sacrificios como otorga disgustos de gran calado. Pero es la 
					mejor manera de prevalecer.  
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