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sociedad - MARTES, 3 DE ENERO DE 2012


inmigrantes en ceuta. fidel raso.

4 REPORTAJE / INMIGRACIÓN
 

Ceuta, puerta de Europa

La llegada de inmigrantes ilegales, que han cruzado a nado o en pequeñas balsas hinchables, por el perímetro marítimo fronterizo que une Marruecos con España ha caracterizado el año que acaba de concluir; la última entrada de subsaharianos fue el pasado 22 de diciembre
 

CEUTA
P. Gardeu

ceuta
@elpueblodeceuta.com

Tenía 24 años y era su segundo intento de entrar como inmigrante ilegal en Ceuta, después de haber sido deportado en la primera ocasión. Sorprendía su pasmosa serenidad. El joven argelino sostuvo, sin un atisbo de duda, su mirada al periodista. Su calma parecía incomprensible como parecen, en los primeros contactos con la inmigración, los rostros de felicidad de los subsaharianos, incluso cuando están siendo interceptados por los agentes. Pasaban las diez de la noche cuando Cruz Roja y agentes de la Guardia Civil avistaron al joven que intentaba cruzar a nado la frontera del Tarajal. Entrar en España es el primer objetivo del inmigrante y aunque sea ‘pillado’ en ese intento, pisar Ceuta ya es la primera victoria. Nada de la agitación ni de las imágenes que se traen preconcebidas de la península. Ni tampoco historias de pateras. La inmigración en Ceuta hace menos ruido.

Aquel argelino se había lanzado al mar tras ponerse un traje de neopreno. Dentro escondía un teléfono móvil y dinero. También, pegado a su cuerpo, envueltos en un plástico para protegerlos del agua, unos pantalones, una camiseta y un jersey. El chico fue rescatado en mitad del mar por una embarcación y trasladado hasta el puerto deportivo. El procedimiento, el habitual: atenderle si presenta síntomas de hipotermia, trasladarlo a la comisaría de la Policía Nacional, competente en materia de Extranjería, para tomarle la filiación antes de enviarlo al CETI. En el Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes permanecerá acogido hasta que sea repatriado o, si se le considera vulnerable –aquellos que por razones políticas, religiosas, sociales, de salud o de arraigo evitarán no ser devueltos a su país–, enviarlo a la península.

Aquel goteo de inmigrantes ilegales con trajes de neopreno que, aupado por un invierno que parecía primavera, se perfilaba desde enero del año pasado, fue desembocando en entradas cada vez más masivas. No faltaban las alusiones a un lejano 2005 que para algunos seguía estando muy presente. Aquel año, Ceuta y Melilla se convirtieron en objetivos del interés mundial cuando, en varias avalanchas, medio millar de inmigrantes pretendieron entrar en las ciudades autónomas españolas en el norte de África saltando la valla que fija la frontera con Marruecos. Las acometidas se saldaron con varios muertos –se contabilizaron trece muertos, aunque las cifras reales nunca llegaron a concretarse– y centenares de heridos. En Ceuta y Mellilla se refieren a aquellos hechos como un hito: un antes y un después en la historia de la inmigración. La consecuencia directa fue, además, la ampliación de la altura de la valla, de los tres metros que medía entonces a seis metros.

La imagen reduccionista, externa y novata de quien cubre temas de inmigración por primera vez no tarda en chocar con el complicado entramado que acarrea cada una de las historias de inmigrantes que se cruzan en Ceuta con la vida cotidiana de los ciudadanos. La inmigración no es ajena al transcurrir diario de una ciudad de 80.000 habitantes en la que unos 700 subsaharianos deambulan por el centro de la ciudad buscando la manera de entretenerse y pasar los días en una sucesión de horas sin futuro claro. Al interpelarlos, algunos se sinceran con la esperanza de que sus palabras propicien que se arreglen sus papeles. Otros callan, no sólo por la torre de Babel que dificulta la comunicación, sino porque están convencidos de que salir en los periódicos puede perjudicarles.

Kassil Jonas, sin embargo, estaba convencido de que aparecer en los medios de comunicación podía ser útil. Entregó una carta en EL PUEBLO explicando su situación. Marfileño, en su país aprendió algo de español. Compaginaba sus estudios de Derecho con la instalación de softwares en los ordenadores hasta que comenzó la guerra que enfrentaba a los militares del presidente Laurent Gbagbo contra los de su homólogo Alassane Outtara. Salió de Costa de Marfil el 14 de febrero, cruzó Malí y Argelia aupándose en camiones. Buscaba refugio político en Europa. Le cobraron cincuenta euros por el traje de neopreno. Se lanzó al mar por la playa de Beliones. En el CETI, los inmigrantes disponen de techo y comida, pero para ganarse algunos euros –y, principalmente, mantener ocupadas unas horas que se ralentizan– se dedican a aparcar coches, a llevar bolsas de la compra, ayudar en la iglesia o pedir en las puertas de los supermercados. No les gusta la vida en el CETI. Kassil Jonas, de 24 años, se pregunta, en su carta, por “los derechos” y por “la libertad”. “España está en nosotros”, concluye.

Aniangouseeynou tiene 25 años, es de Guinea Ecuatorial y sueña con ir a Bilbao. Youca Diallo, de idéntica edad y procedencia, con viajar a Barcelona. Muchos muestran las heridas de guerra, las que se hicieron al entrar a nado. Otros enseñan los moratones de sus intentos fallidos de escapar de la ciudad autónoma con destino a la península. Ceuta es una esperanza, pero también, lamentan, una cárcel.

El director del CETI, Carlos Bengoechea, apuntaba a este medio a finales de año su intención de reducir la ocupación a cifras “normales”: de 650 a 500. Las instalaciones se habilitaron para 512 inquilinos. En el año que acaba de terminar ha habido muchas entradas masivas de indocumentados. Pero las estimaciones halagüeñas, que contaban con más camas libres en el CETI a partir de 2012, volvieron a truncarse el 12 de diciembre. Un total de 68 inmigrantes entraron a nado por el perímetro costero que baña los dos litorales: 49 nadadores llegaron a la playa del Tarajal, y los 19 restantes fueron ‘pescados’ a medio centenar de metros de la costa por el Servicio Marítimo de la Guardia Civil. Además, otros 52 habían sido interceptados por la mejanía (fuerzas policiales marroquíes) antes de alcanzar España.

La entrada de los 68 inmigrantes coincidió con la detención de veinte residentes del CETI para trasladarlos a la península y deportarlos. Mientras recogen sus pertenencias para prepararse a ser devueltos a sus países de origen, ya están tramando cómo y cuándo emprenderán una nueva tentativa. Así lo explicaba uno de ellos, Hambiga Xalu, guineano de 18 años: cuando llegue a Guinea Conakry saludará a sus dos hermanos pequeños antes de volver a recorrer el mismo trayecto que completó hace cuatro meses: Malí, Argelia, Marruecos y Ceuta.

John Michael Tekuitche, un camerunés de 21 años, a pesar de estar esposado y dentro del furgón policial, aseguraba que estaba feliz porque al fin le enviaban a la península. “Llevaba un año y dos meses en el CETI pero nunca perdí las esperanzas”, explicaba como si realmente no conociera la realidad: la de un viaje forzado a la península para su posterior deportación.

Aún volvería a repetirse la situación antes de concluir el año. El pasado 22 de diciembre, otros 57 inmigrantes se lanzaron al agua a la carrera por el Tarajal. Con una peculiaridad: se trataba de la primera avalancha nocturna. Hasta entonces los subsaharianos habían concentrado sus intentos a primeras horas del día. Como ya adelantó EL PUEBLO, el año termina con más de 1.300 entradas de inmigrantes frente a unas 330 en 2010.

Buscan trabajo, seguridad, esperanza. Algo que la mayoría no tiene en sus países de origen. El 21 de enero de este año, seis inmigrantes fueron rescatados del mar por la Guardia Civil en plena madrugada; otros tantos, por Cruz Roja. Cuadros de hipotermia y encontronazo con la realidad. En menos de tres semanas del todavía recién estrenado 2011, ya habían entrado en Ceuta 45 inmigrantes: 38 subsaharianos y 7 argelinos. Despuntaba la utilización de pequeños botes hinchables que confirmaban la sospecha de que no pretendían cruzar el Estrecho sino alcanzar Ceuta.

Con la llegada del buen tiempo empezaron a producirse entradas masivas en la costa ceutí, preámbulo de lo que acontecería en verano. Los asaltos aumentaban por la bahía sur mientras que Benzú, en la parte norte, permanecía tranquilo. El 7 de julio entraron de una tirada 27 subsaharianos mientras que una veintena fueron detenidos por las fuerzas de seguridad del país vecino. El papel de Marruecos comenzó a cobrar más relevancia, pero la tensión entre los dos lados de la frontera se agravó cuando los marroquíes vetaron la entrada de fuerzas españolas en sus aguas jurisdiccionales. A mediados de agosto, la actuación de las fuerzas marroquíes frenó la entrada de casi 90 inmigrantes. La patrullera de la Marina Real marroquí, apostada en la línea fronteriza, permanecía en estado de alerta, sobre todo a la hora de la ruptura del ayuno del Ramadán, momento que los subsaharianos aprovechaban para tirarse al agua. También la Gendarmería marroquí se empleó a fondo en tierra para atajar cualquier intento de alcanzar la orilla para salvar a nado la distancia con Ceuta.

A mediados de verano habían alcanzado Ceuta un total de 652 inmigrantes frente a los 330 que entraron a lo largo de 2010. Para entonces, el número de residentes en el CETI ya alcanzaba casi los 750 inmigrantes, fruto de lo que los expertos suelen calificar de efecto llamada: los que conseguían alcanzar Ceuta comunicaban a los que aguardan cómo era el operativo de acogida. El modus operandi organizado por las mafias de la inmigración. La situación obligó a los responsables del CETI a habilitar más camas y espacios en el centro.

Intentos de huida

Ceuta no es más que una plaza de paso, un trampolín para alcanzar la península antes de ser detenidos y poder sortear así la deportación. A menudo, la imaginación gana la partida al miedo. 2011 ha estado marcado por los constantes intentos de fuga de inmigrantes escondidos entre las basuras que trasladaban los camiones de la Planta de Residuos o agazapados en los bajos de los vehículos. La Guardia Civil decidió vigilar de forma permanente el Monte Hacho para evitar que los inmigrantes pudieran acercarse a los camiones de basura. A la planta de Urbaser se le suma el puerto como otra vía de escape.

Los intentos de huida implican otro problema: la proliferación de campamentos en el monte. Algunos inmigrantes se escapan del CETI con la intención de dormir a la intemperie, a la espera de la huida perfecta. No quieren dar sus nombres, llamémoslos Juan y Pedro. Se conocieron durante su primera estancia en Ceuta. Ambos fueron deportados y ambos han logrado regresar a España. La detención en el CETI y la posterior repatriación no les dejó un buen sabor de boca, así que en esta ocasión han optado por pasar las noches en el monte protegidos del relente con bolsas de plástico. Juan nació en Somalia, un país donde la mitad de la población está afectada por la hambruna. Allí dejó cinco hermanos. La primera vez que llegó a Ceuta fue el 23 de mayo de 2007. Lo hizo cruzando la frontera desde Marruecos escondido debajo de un coche. Estuvo dos años en el CETI aguardando unos documentos que nunca llegaron. El 17 de julio de 2009 le deportaron. Sólo que hubo un error: se equivocaron de país y lo mandaron a Nigeria. “Y yo me preguntaba: ¿Qué hago en Nigeria que está igual de mal que Somalia pero además no conozco a nadie?”, explica el joven, de 26 años. En aquel país, un policía lo ayudó llevándolo a una iglesia en la que, durante seis meses, le dieron alimento y cobijo. Después emprendió, de nuevo, camino a Ceuta. Tardó seis meses en llegar a Marruecos. No logró trabajo en el país vecino. Durmió en la calle, en autobuses y hasta en una casa donde entre cuatro inmigrantes pagaban setenta euros. No era fácil conseguirlos y en la mayoría de las ocasiones tuvo que conformarse con la caridad, alimentándose de galletas y leche. Decidió entonces cruzar. Entró a nado, por Beliones. Es cristiano y en una de las iglesias de Ceuta ha encontrado ayuda en varias ocasiones. Así que, como hizo durante su primera estancia, para ganarse algo de dinero vigila y limpia el templo Nuestra Señora de África. Como no hablan español, el temor por una nueva deportación aumenta.

Ceuta es una ciudad excelente para aparcar prejuicios. Observar desde primera línea los problemas que acarrea la inmigración es un atractivo periodístico, pero también una responsabilidad: la de tratar de encontrar qué hay detrás de las cifras.
 

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