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                     La casa está vacía. Se nota su 
					ausencia. Tal cual un precipicio donde el eco de sus risas y 
					su verbo aflautado se dejaba caer. No encontrar su mirada 
					chispeante, ni sus ademanes gesticulantes, es duro de 
					asumir. No percibir sus gestos de desesperación por amar, 
					que lo podría sentir hasta un ciego pero no el menda lerenda, 
					que gasta presbicia hasta en el alma, es torpeza supina.  
					 
					En un día como hoy, día de Reyes, en que las emociones de 
					chicos y mayores se abren paso a codazos entre los regalos 
					que por buenos les han dejado los Magos (les repito que a mí 
					no me gusta el carbón dulce, es que no se enteran, tan 
					mareados que llegan de tan largo viaje, allá desde el 
					Oriente, pobrecicos..), ella ha recibido de Sus Majestades, 
					a los que no conoce, el “regalo” de un amor de necesidad. 
					 
					Un amor madurito y con cargas familiares de difícil solución 
					para apencar con nueva moradora, que habría de llevar 
					optimismo, salud, dedicación y velamen al entorno, ¿a cambio 
					de?. Amor conocido que lo fue entre tráficos desordenados y 
					ruidosos por bocinazos, en esos que echan la vista a la 
					guapetona que apeona con paso firme y decicido por el 
					bulevar, bolsonera al costado..¡Y cayó en la red! 
					 
					De nada sirvieron los consejos de la familia lejana y de 
					alguna amiga cercana del Hacho, sufrida en la vida. Menos 
					todavía el del ajeno, culpable acaso de la fuga.  
					 
					Me cuesta imaginar el día a día sin tu sombra, sin tu forma 
					de percibir el momento. Estabamos juntos sintiéndonos vivos 
					y realizados, emocionalmente atraídos el uno por el otro, 
					quizá porque eramos conscientes de que ambos nos 
					necesitabamos. A pesar de nuestro distanciamiento físico, 
					social, cultural, religioso. A la porra la distancia. Lo que 
					unen dos corazones niega con creces toda adversidad, máxime 
					si ésta es impuesta. Pero no. La terca y cruda realidad: la 
					sociedad y su hipocresía. Verdugos y víctimas. 
					 
					Ya digo, encontrarla sentada frente a mí era el mayor 
					milagro. Mas estoy inquieto por ella, no por atreverse a 
					amar, pero sí porque no sea a cualquier precio. Que estoy de 
					acuerdo en que el matrimonio es algo bueno, hermoso, 
					invalorable casi hoy día. Que sirve para terminar con la 
					soledad, para formar una familia, criar hijos, disfrutar de 
					la vida en suma. 
					 
					Jamás te dije que te amaba. ¿O sí? Nunca hablé de formar 
					pareja contigo. Lo decía de veras. En serio, no había broma 
					alguna. Pero a partir de aquella noche, todo fue como una 
					larga despedida. A partir de ese instante te empecé a echar 
					de menos notando que mi vida se tornaba inquieta. Así sigue. 
					 
					Reconozco que algo de mí se muere con tu marcha, amiga. 
					Ahora que te marchaste, te digo lo mucho bien que me 
					hiciste. Lástima que, infeliz de ti, por no intuirlo, vas a 
					caer en las garras de un radical (ojalá me equivoque), que 
					de seguro va a dar a tu vida risueña, feliz, desinhibida, 
					tolerante, un giro brusco de 360 grados. Mala cosa es 
					sentirse sola. Peor aún: desesperada. 
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