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OPINIÓN - DOMINGO, 8 DE ENERO DE 2012

 

OPINIÓN / EL OASIS

Halagos excesivos
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Un día, de hace ya años, me llamó un amigo que llevaba varias temporadas entrenando a un mismo equipo. Su buen trabajo le era reconocido y recibía elogios a cada paso. Pero a él le abrumaba cada vez más el aburrimiento. Aburrimiento que, por ser contagioso, se iba adueñando también de la plantilla. Al oírle semejante confesión, le pedí que me diera un dato que pudiera justificar lo que me estaba contando. Y no tuvo el menor inconveniente en proporcionármelo.

-Nunca me ha importado que los jugadores miren sus relojes mientras estoy hablando… Pero, de un tiempo a esta parte, además de mirarlos los sacuden para asegurarse de que andan. Y por ahí sí que ya no paso. ¿O no es eso una prueba palpable de que me he convertido en un pelmazo para ellos?

-Mi respuesta fue contundente: sí. Aunque debo decirte que lo más grave no es ser un pelmazo para otros, lo grave es ser un pelmazo para sí mismo. Y si ese es tu caso, tendrías que tomar medidas urgentes.

-¿Qué medidas?

La primera es cambiar toda la decoración de tu vestuario. A fin de que parezca que has llegado a un sitio nuevo. Luego, si te es posible, contratar los servicios de un nuevo ayudante. Alguien que aporte nueva savia al cometido. Y, por encima de todo, busca nuevos registros.

Aquel técnico no me llamó más. Pero supe de buena tinta que había prestado atención a mis consejos. Los mismos que podrían valer para cualquier político que se precie por más que los éxitos hayan sido una constante en su vida. Y es que el éxito, según he leído no sé dónde, es como el whisky: el primero tonifica, el segundo excita, el tercero trastorna y el cuarto tumba. Y a partir de ahí todo se convierte en rutinario. Mala cosa.

Tan mala como para transitar siempre por un camino conocido, como si fuera el único: hasta acabar imponiéndose como “costumbre inveterada, hábito adquirido de hacer las cosas por mera práctica y sin razonarlas”.

A las personas exitosas conviene recordarles, de vez en cuando, que cuantos más éxitos alcanzan más vulnerables son; y es entonces cuando cometen los mayores errores. De ahí que se hayan “arruinado” más personas y carreras por el éxito que por el fracaso. Y es que el éxito es la más peligrosa de las drogas. Ambas citas son de cajón.

Lo que no conviene a los triunfadores, sean deportistas, toreros, escritores, actores, empresarios, políticos, etc., es que se les someta a loas interminables, a alabanzas continuas, a ditirambos sonrojantes o que se les colme de halagos a cada paso. No es esa la mejor forma de poder mantener equilibrados a los ganadores. En absoluto. Ya que adular al famoso es como el buen vino fino: entra tan bien como para luego subirse a la cabeza sin contemplaciones.

Terminaré refiriéndome al éxito en la política. En esta actividad, el éxito nada tiene que ver con lo que ganes o consigas, sino con lo que hagas por los otros. Lo que haga por los otros, y no solo para los propios, será, sin duda alguna, lo que cuente en la hora final. En esa hora del adiós que a todo político le toca asumir. En ocasiones, mucho antes, quizá, de lo previsto. Empecemos, pues, a hacer de abogados del diablo. Nos ira mejor en todos los sentidos.
 

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