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OPINIÓN - DOMINGO, 15 DE ENERO DE 2012

 

OPINIÓN / EL OASIS

Magnífica velada
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Un día de hace ya cierto tiempo Alberto Gallardo me dijo que se encontraba chungo. Ya será menos…, le dije. Manolo, de verdad, estoy tela de chungo, respondió él. Y a partir de ese momento me pudo la preocupación.

Dado que en esa época nos veíamos casi todos los días en un negocio suyo, procuraba interesarme por su dolencia sin darle la menor importancia. Con el único fin de que Alberto no se sintiera más preocupado de lo que ya estaba. Y con razón, según pude saber cuando me puso al tanto de que estaba a punto de entrar en el quirófano.

Desde aquel momento, mentiría si no dijera que seguí con suma atención todo lo concerniente al mal trance por el cual estaba pasando AG y su familia. Una familia extraordinaria. Cómo se nota la mano de Luz Marina –mujer de Alberto- en la formación de sus hijos. Que son tres.

Todos ellos, madre e hijos, pasada la angustia de las intervenciones y del proceso de recuperación más difícil afrontado por el cabeza de familia, dieron una lección de saber estar y de arte -sí, de arte, ¡coño!- en un momento determinado de la fiesta celebrada en el Parador Hotel La Muralla, el viernes por la noche.

Una fiesta magnífica, amenizada por “Siempre Así”. Grupo sevillano, repleto de frescura y alegría, y que nos hizo vibrar y bailar con rumbas y sevillanas. Una fiesta en la cual se celebraban los 50 años que ha cumplido mi amigo Alberto. Y algo más… Y también, cómo no, sirvió para presentar la Fundación, que con el nombre de Eduardo Gallardo Salguero, se dedicará a promover ayudas económicas y asistenciales para mejorar la calidad de vida de personas dependientes afectadas por la enfermedad de Alzheimer y demás enfermedades neurodegenerativas.

Todos los amigos de Alberto Gallardo Ramírez respondimos a su invitación. Así lo reconoció él cuando nos dio las gracias por nuestra presencia. Una presencia con la cual quisimos mostrarle nuestra satisfacción por verle con ese color en la cara que solamente puede ser causa de salud y de enorme alegría por saberse tan bien acompañado en una noche que era especial para él y para todos los suyos. Y a fe que mereció la pena.

No faltó nadie. Estábamos, como Alberto repitió tres veces, los que teníamos que estar. Y hasta Conchita Íñiguez -acompañada por su marido, Pedro Gordillo-, superando sus molestias físicas, no dudó en aguantar el tipo como Dios manda. He aquí a una mujer valiente, y a la que le he ido teniendo ley a medida que la he ido tratando. Y ojalá que ese trato pueda durar todo el tiempo del mundo.

En fin, volviendo a la fiesta. Estoy en la obligación de decirles a cuantos por causas mayores no pudieron asistir, y justificaron su ausencia, que lamento que se la perdieran. De verdad de la buena. Pues en ella hubo alegría a raudales. Y todo transcurrió como deseban los anfitriones. A quienes no hay más remedio que felicitar. Y, desde luego, conviene cumplir con lo que el acto requería: ayudar en la medida de lo posible a la Fundación con nombre ya reseñado.

Y como lo que bien empieza bien acaba, durante la fiesta tuve la oportunidad de pegar la hebra con José Antonio Alarcón. Y no tengo el menor inconveniente en resaltar que nuestra conversación fue irreprochable. Pues nos dijimos lo que cabía decirnos. O sea.
 

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