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OPINIÓN - LUNES, 23 DE ENERO DE 2012

 

OPINIÓN / EL MAESTRO

Vidas ejemplares
 


Andrés Gómez Fernández
andresgomez@elpueblodeceuta.com

 

Recibir una sencilla tarjeta de felicitación por navidad y deseándote una feliz entrada y salida del año, siempre es de agradecer. Es una bonita costumbre que, desgraciadamente, con los modernos medios tecnológicos está desapareciendo. En este caso la felicitación recibida procede de un antiguo alumno, residente en una localidad de la Comunidad de Madrid.

Luis Francisco, antiguo alumno del “Convoy”, donde realizó su completa escolarización, obteniendo su Graduado Escolar, de la desaparecida E.G.B., reside en la actualidad en San Martin de la Vega, pueblo como he dicho anteriormente de la Comunidad de Madrid, ejerciendo como funcionario de Correos.

Me comenta Luis Francisco: “Después de terminar la E.G.B inicié los estudios de BUP, que tuve que abandonar por cuestiones laborales, por dos veces. Terminé en el Bachillerato Nocturno, ya trabajando con contrato en Correos. Después de varias oposiciones, conseguí ¡Por fin! una plaza como cartero definitivo. Las oposiciones, aparte de las dificultades propias de los exámenes, eran con plazas muy limitadas, que aumentaban con las de promoción internas libres. Al no sacarse las plazas de Ceuta, tuve que solicitar traslado al lugar más cercano que, curiosamente, era Madrid Capital. Después de varios años en el mismo destino, alternando la función de cartero con otras actividades como, por ejemplo, trabajar en una fábrica en los tiempos libres, me trasladé a un pueblo de la Comunidad, San Martin de la Vega, donde, previamente, me compré una vivienda.

Conocí a mi mujer en Madrid, el amor de mi vida. Después de unas cortas relaciones, nos casamos. Mientras, yo habitaba la vivienda del pueblo, hasta que llegó el momento de echarnos las bendiciones. Fueron unos momentos muy emocionantes, como suele ocurrir en estos casos. Después llegaron nuestros dos hijos, que son la felicidad de nuestro hogar. Por ellos luchamos para sacarlos adelante. En la actualidad sigo en el pueblo con mi profesión de cartero”

Su recuerdo me trae a la memoria una problemática situación ocurrida en el aula, donde se ubicaban los alumnos de 8º A de la desaparecida E.G.B. El centro era el “Convoy”. Yo asumía la responsabilidad tutorial y las Áreas de Matemáticas y Ciencias de la Naturaleza.

Habíamos llegado al final del curso. Aún, teniendo en cuenta la Evaluación Continua, siempre era aconsejable aplicar una prueba flexible, que sólo decidía en aquellos casos de dudas, porque los suspendidos difícilmente la superarían.

La prueba era de Ciencias Naturales. Cuando me puse a corregirla, en el fin de semana, mi sorpresa fue mayúscula. ¡Todos los alumnos y alumnas consiguieron la calificación un diez! Bueno, para ser más exactos, uno obtuvo un nueve. ¿Qué había podido suceder? ¿Un milagro? Copiarse con chuletas todos, era descartable. Bien cierto era que, el grupo en general, lo considerábamos de alto rendimiento, sin llegar a la excelencia, pero que todos obtuvieran sobresalientes, no.

Yo ardía en deseos de que llegara el lunes para poder descubrir el origen de lo sucedido. Ya en el aula, expuse detalladamente todo lo ocurrido, observando todos los gestos, actitudes, comportamientos… del grupo. En tono distendido, propuse que necesitaba conocer la verdad y que daba de plazo hasta la una de la tarde (la jornada era de verano, intensiva) y, en caso contrario, toda la clase tendía que repetir la prueba. La reacción no se hizo esperar: un grupo de alumnas, según ellas, estaban totalmente ajenas a lo sucedido (¿?). Empezaron a protestar airadamente; algunas lloraban. Abandoné el aula y me trasladé a otra.

Faltando pocos minutos para que se cumpliera el plazo, un alumno, Luis Francisco, el “culpable” de esta colaboración, se presentó como autor del “desaguisado”. En principio no me aclaró qué método o sistema había utilizado para que el “éxito” del grupo en la prueba fuese total. Tampoco, de lo que había ocurrido, yo lo sentía culpable. Su buen hacer, su extremada bondad e inocencia, lo incapacitaban para cometer cualquier tipo de conducta irregular. Por lo tanto, las cosas continuaban igual.

Sí que de inmediato supe cómo se produjeron los hechos: unos alumnos tuvieron acceso a la habitación que utilizábamos para la reproducción de las pruebas. El elemento reproductor era una vieja multicopista, que una vez utilizado el clisé, éste era depositado en una papelera. Así, que el clisé había sido “el cuerpo del delito”. Pero, ¿cómo pudieron acceder a la habitación? Sólo limpiadoras y profesores disponíamos de llaves para entrar en él, y había que descartar que esas vías fuesen las que utilizaron para hacerse con el clisé.

Lo que vino a continuación es fácil de adivinar. Hicieron reproducciones, porque había que utilizar el “principio de solidaridad”; y fue “coser y cantar” sustituir la prueba que tenían que realizar por otra que ya venía elaborada de casa, con la garantía de que estaba bien hecha.

Pero había que descubrir al autor o autores de lo ocurrido y qué procedimiento utilizaron para acceder a la habitación. Porque Luis Francisco no había participado en el hipotético caso de las sustracción de la llave, que era realmente lo que sucedió. Y fue extraída de mi llavero, en un descuido. E hicieron varias copias, que fueron distribuidas a los “representantes de otros grupos”. Hasta tal extremo llegó la gran preocupación generada, que no tuvimos más remedio que cambiar la cerradura.

Ya con la promesa de que no tomar ningún tipo de represalia, sólo la aplicación de una nueva prueba para todos y, ante tanta presión” salieron los culpables: tres alumnos, que de haber utilizado el “método” sólo para ellos y “dosificar” convenientemente las preguntas, quizás hubiesen superado la prueba. Volvieron los tres en Septiembre, pero ahí quedó el gesto de Luis Francisco, que quiso significarse como autor de lo sucedido, viendo que los autores de la “aventura” permanecían en silencio. Un chico portador de destacados valores.
 

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