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OPINIÓN - MIÉRCOLES, 25 DE ENERO DE 2012

 

OPINIÓN / EL OASIS

Los plenos
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Cuando yo iba a los plenos, que habían terminado por ser soporíferos, recuerdo que había una periodista sentada a mi vera que un día se durmió. De pronto, nada más abrir lo ojos tan preocupada como malhumorada un poco por haberse dormido estando de servicio, comenzó a pedirme disculpas. Amén de decirme que nunca antes le había ocurrido tal cosa. Pero que la noche anterior…

Entre bromas y veras la consolé diciéndole que yo también había dado mis cabezadas correspondientes y, como yo, algunos más de los presentes en la sala. Aquella muchacha de mejillas carnosas y grandes pechos jóvenes, aún no repuesta del malestar de haberse despertado de un respingo y sobresaltada por culpa de una voz disonante de un político grotesco, lo primero que quería saber es si había roncado. Y le dije que no. Que su sueño había sido de una placidez insonora.

La muchacha, que era una magnífica profesional, acudió al redactor jefe para decirle lo que le había ocurrido, antes de que éste fuera enterado del asunto por terceras personas. Y el redactor jefe, que era muy buena persona, la tranquilizó diciéndole que él también había sido víctima de ese sopor varias veces, en el mismo sitio y casi a la misma hora.

A pesar de las palabras tan alentadoras del compañero, la muchacha de las mejillas carnosas y grandes pechos jóvenes, andaba temerosa de que le volviera a ocurrir lo mismo en el siguiente pleno. Y, por tal motivo, llegó a pedir si era posible que la sustituyera otro compañero. Mas el director se opuso alegando que la prosa de ella era la más indicada para contar cuanto pudiera acontecer en una reunión ordinaria de concejales.

Aquella muchacha, fresca y vigorosa, hizo amistad conmigo. Y a partir de entonces decidimos que ambos iríamos a las sesiones plenarias juntos. Y que nos sentaríamos en sillones contiguos. Y que, ante el menor bostezo de uno, el otro le hincaría el codo en el costado con fuerza suficiente para que no se entregara en los brazos de Morfeo. Esa expresión tan cursi que todavía se oía en aquellos tiempos a los que me estoy refiriendo.

Eran tiempos donde ya se habían acabado las trifulcas. Y en los que los policías locales de servicio no tenían ya que intervenir para desalojar a nadie. Ni tampoco les daban soponcios a los concejales. Una vez, le conté yo a la muchacha lozana, le dio un jamacuco a una señora y se cayó redonda, desmayada. Y se armó la tremolina. Unos corrían hacia un lado, otros hacia otro, algunos gritaban la presencia de un médico y a mí me vino muy bien para narrar tales peripecias.

Ahora me explico, me dijo ella, por qué tú bostezas ahora continuamente y yo, que ya me he dormido una vez, tengo la certeza de que si tú no estuvieras para impedirlo, seguramente volvería a dar cabezadas hasta llegar a perder la noción del tiempo. La noción del tiempo la perdimos los dos en un pleno.

A partir de entonces, yo decidí no volver a cubrir ninguna sesión plenaria. Por mor del aburrimiento. La última vez que estuve, ya en tiempos actuales, no ronqué de milagro. De haber estado el lunes en la sala mi dormitar lo habría quebrantado esa denuncia de Carracao sobre la colocación del hermano de Doncel como engrasador. Qué jartible es el tío.
 

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