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OPINIÓN - LUNES, 30 DE ENERO DE 2012

 

OPINIÓN / PLUMA DE SECANO

Mientras dormías
 


Manuel Corral
opinion@elpueblodeceuta.com

 

Cuando te levantabas del sobre esta mañana, yo te observaba quedamente. Deseaba que me dieras los buenos días pero no, tus labios parecían estar sellados con pegamento de contacto.

Esperaba que me hablaras de tus sueños de anoche, por si recordabas algo, pues semejabas estar de maniobras en lugar infernal a juzgar por las patadas bruscas y braceos con los que imprimías tu carácter en la cama, que aterrada chirriaba escandalosamente. Y esta vez no era por hacer el amor a tu manera, tan entregada, brutal, como animal en celo primerizo, con chillidos y desgarros en la noche. Ojalá.

Mas apenas se percibían tus lamentos, que supongo se acompañarían, como toda logística que se precie, tras las fuerzas bélicas de vanguardia que son tus adorables encantos femeninos. Pura seda en piel de hembra hermosa. Pero esos lamentos no se exteriorizaban, sospecho. Como tu querer enigmático.

La callada por respuesta. El lenguaje corporal estaba de más, saltaba a la vista. Nada que tratar, ¿nada? ¡Con la crisis sentimental que los dos estamos pasando..!

Quise interesarme por algo bueno que te hubiese sucedido el día de ayer pero, ni mú. Sólo silencio. Noté que estabas muy nerviosa seleccionando la ropa que te ibas a poner para visitar, como todos los días, festivos y laborales, tu querida tierra, que parece ser es imán para tus pies en competición. Y relajo para tu alma atormentada.

Seguía esperando mientras corrías por la casa arreglándote; aún así, creí que encontrarías unos segundos para detenerte y decirme “¡Hola! ¿Cómo estás de tu catarro?”. Pero estabas demasiado ocupada. Como casi siempre durante estos últimos meses, en que tu actitud con tu pareja ha cambiado drásticamente. A peor.

Para ver si por fin me veías, encendí la luz por ti, silbé tus encantos al alba, canturreé la melodía de tu canción preferida, sí, esa de Andy&Lucas en que dice: “Voy a cantarte porque te quiero, tu eres el motivo de mi canción..”, pero ni siquiera te diste cuenta de ello. Debías tener tapones en los oídos.

Te miré mientras bajabas a la calle donde se supone que alguien te estaría esperando, quizás escrutando el edificio a través del parabrisas de su vehículo semioculto entre la masa de coches estacionados a la intemperie. Pronto escuché el sonido bronco del motor y el primer acelerón para perderse camino de la frontera.

Esperé pacientemente todo el día. Y parte de la noche. De regreso, ví tu cansancio, tu alejamiento de entre las cuatro paredes de la casa que parecían robarte el aliento. Para agradarte, quise esbozar una tímida sonrisa pensando en que te acordarías de mí. Sin embargo, te sentiste ofendida..¿Qué que hacía ahí espiándote la llegada?

Olías raro, no sabría identificarlo, no sé…, como a especias y cuero sin domar. Tonterias mias. Bah. Tras la ducha saliste ruidosamente del aseo y encendiste el televisor. Esperé largos minutos mientras mirabas un programa cualquiera, como ausente del entorno, el pensamiento en distinto lugar, otra panorámica que no lo era la caja boba de imágenes distorsionadas. Luego cenaste algo y nuevamente te olvidaste de hablar conmigo. Un descuido perdonable.

Dijiste en tu lengua buenas noches a tu familia lejana, después a alguien no tan distante. Tras apagar tu celular, cruzaste conmigo una mirada inquieta. Te noté agobiada. Sería por la regla que suele disparar en las mujeres además del flujo sanguineo, vuestro temperamento. Entendí tu silencio y apagué la luz de mis ojos para que no se notara el brillo de la angustia; igual que la amargura que trata de escaparse bajo la arruga de un rictus de la cara.

Entonces caminaste hacia la cama y casi de inmediato te dormiste. Acompañé con caricias en tu pelo tus sueños, que deseaba dulces y no trágicos como la noche anterior. Mis dedos temblorosos como nunca hicieron su trabajo, se lucieron quiero creer, porque a poco tú roncabas a placer. Y yo, sintiéndote mía -como en los mejores días con sus noches aún frescas en mi memoria-, me presentaba cual uniformado centinela voluntario de las cuatro imaginarias cuarteleras, para velar, sin arma que inquietarte osara, tu plácido descanso.

Mientras dormías te susurré al oído: puede que no te des cuenta que siempre estaré ahí para ti. Jamás te abandonaré. Por mucho que aquella noche te pusiera las maletas en la puerta. ¡Qué chiquillada!

Te amo tanto que espero todos los días que cambies por mí, aunque hayas dejado de servirme el zumo de naranja que tanto me gusta y ahorrarte de paso el beso de despedida ante el reto de un nuevo día por vivir.

Quise dejar a oscuras la habitación, para no turbarte, pero algo extraño entró por la ventana que da al mar. Era un lucero hermoso, titilante, pleno de vida, al igual que lo era tu mirada diáfana y brillante cuando lucía de amor verdadero.

Pero no estuviste interesada en verlo. Por mas que sea algo irrepetible en la vida. Acaso soñabas con nuevas escaramuzas en cualquier campo de batalla terrenal, al abrigo de la aventura excitante que depara lo nuevo, lo desconocido, muerto ya el idilio que no fructificó en casamiento.

Así se rompió nuestro futuro. Y ocurrió, por si no lo sabías, mientras dormías.
 

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