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OPINIÓN - MARTES, 31 DE ENERO DE 2012

 

OPINIÓN / EL OASIS

La soledad del entrenador
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Hubo un tiempo en el cual los entrenadores apenas contaban con recursos técnicos. Conviene recordar que los había en equipos famosos que tenían un único ayudante para dirigir una plantilla prestigiosa. De segunda División para abajo, por supuesto que el entrenador estaba obligado a dirigir la preparación física, la técnica y la preparación de los porteros. Así que se podían contar con los dedos de una mano los técnicos que gozaban de algún colaborador.

El entrenador, de aquellos entonces, es decir, de los años sesenta, setenta, y parte de los ochenta era un hombre solitario enfrentado a una tarea descomunal y carente de la oportunidad de poder depositar su confianza en nadie. Así que el recelo se apoderaba de él. De ellos, de los entrenadores, se solía decir que estaban siempre con la mosca en la oreja. Y no les faltaba razón para instalarse en esa desconfianza sentida por verse privados de asesores leales.

De la soledad del entrenador no se ha hablado nunca en la medida que el hecho merecía. Era tal la presión, que hubo entrenadores, no pocos, que se estimulaban antes de los partidos. Hasta el punto de llegar al compromiso deportivo habiendo ingerido alcohol suficiente como para que propiciaran anécdotas que eran contadas por sus jugadores, y que a mí solía darme mucha pena.

A mediados de los setenta, Miljan Miljanic, recientemente fallecido, vino al Madrid con su equipo de trabajo. Y aquel hecho fue visto como una gran innovación. A partir de ese momento, otros entrenadores trataron de secundarlo. Y lo consiguieron. Eso sí, siempre en equipos de primera línea.

Con el paso de los años la mejora se fue extendiendo hasta que, desde hace muchos, aun los entrenadores de Segunda División B vienen exigiendo que se les contrate también a un preparador físico, a un segundo entrenador y, si me apuran, a un entrenador de porteros y al fisioterapeuta que un día tuvieron en no sé dónde. Con lo cual se reparten el trabajo. Y, sobre todo, el primer técnico se siente más tranquilo a sabiendas que tiene con los oídos prestos a los componentes de su equipo técnico. Pero ni siquiera así debería fiarse.

Los jugadores de fútbol son egoístas. Muy egoístas. Incapaces de ponerse en el lugar del entrenador. Egoísmo que se acrecienta en los que juegan menos. Quienes juegan menos son muy dados a ganarse la confianza de las figuras del equipo. Y, a renglón seguido, también consiguen ganarse la voluntad de un periodista. Y ahí comienza ya a cundir el desbarajuste en el vestuario. Desbarajuste dirigido a dividir la plantilla en facciones.

En España, por referirme al fútbol de élite, los jugadores que ganaron la Copa del Mundo se han convertido en seres intocables. Gozan de privilegios que a los demás futbolistas les están vedados. Ejemplos: si el portero del Madrid falla no pasa nada, ahí están sus ‘amigos’ periodistas para taparlo; si Xabi Alonso se arrastra por el campo, la culpa se la endilgan al Fulano que ha salido expresamente a marcarle; si Busquets simula lesiones y golpea con los codos, cada vez que salta, se le ríe la gracia… Y así podríamos ir relatando hechos evidentes. Vistos por televisión. Los periodistas que intiman con los jugadores suelen alardear de ello. Y, desde luego, los usan como chivatos. La soledad del entrenador no cesa. Ah, “los periodistas están para describir no para prescribir”.
 

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