Fue en 1999 cuando vino a Ceuta
una vez más. Y lo hizo para asistir a la investidura de
Juan Vivas como presidente de la Ciudad. Se sentó a una
mesa de la ya desaparecida Cafetería Real que estaba a medio
metro de la que yo ocupaba leyendo los periódicos del día.
A Javier Arenas lo acompañaban Francisco Olivencia,
Francisco Antonio González y un secretario de Estado del
Gobierno de Aznar, cuyo nombre me es imposible
recordar. E hicieron unos comentarios que yo publiqué. Y me
consta que los mismos no cayeron nada bien. Pero eso es
historia pasada.
Arenas se mostró durante el tiempo que duró su conversación
en la cafetería tan campechano como decían de él cuantos le
conocían. Haciendo alardes de una desusada desenvoltura.
Parecía disfrutar de la vida. Y daba esa imagen cálida y
amistosa por la que mucha gente apoya a los políticos aunque
no les haga mucho tilín sus políticas. No era su caso.
En aquellos años, bien es verdad que ganarle unas elecciones
a Manolo Chaves en Andalucía era una misión
imposible. Y por más que lo intentó nunca pudo conseguir su
propósito el candidato popular. Pero jamás se vino abajo. Es
más continuó poniendo buena cara al mal tiempo y hasta se
aplicó lo de en tiempos de crisis lo mejor es encontrar un
buen cobijo.
El cobijo de JA fue nada menos que ser ministro de Trabajo y
Asuntos Sociales, de Administraciones Públicas,
vicepresidente segundo, y ministro de la Presidencia durante
poco menos de un año. Amén de otros cargos que no vienen al
caso reseñar. Pero no cabe la menor duda de que las derrotas
como candidato a la presidencia de la Junta de Andalucía le
hicieron daño.
Pero dado que principió a participar en la política activa
poco después de ponerse pantalones largos, El Niño Arenas,
que así es conocido en Sevilla, y en Olvera, su pueblo de
nacimiento, decidió seguir al pie del cañón, un cañón
cargado de municiones de paciencia. De manera que jamás se
le vieron síntomas de desfallecimiento en su afán de
conseguir un día convertirse en el presidente de los
andaluces.
A él se le achaca la frase de que bien está que los líderes
no sean mandones, pero que carezcan de autonomía es una
desgracia. Curado de espanto en las derrotas, supo que
tendría nuevas oportunidades de obtener el premio que anda
esperando desde que diera los primeros pasos en Unión Centro
Democrático: la presidencia de la Junta de Andalucía.
Listo, donde los hubiere, no dudó un instante en ponerse de
parte de Mariano Rajoy cuando muchos de los suyos
querían cortarle la hierba bajo los pies a su presidencia.
Lo cual le valió convertirse, si no lo era ya, en un hombre
de total y absoluta confianza del presidente.
Ayer he leído una encuesta que vaticina una mayoría absoluta
del PP en las próximas elecciones andaluzas. Es decir, que
se avecina un triunfo clamoroso de Javier Arenas. Y lo hará,
según destacan, con los votos de innumerables personas de
tendencia socialista. Durante un acto en Sevilla, hace ya su
tiempo, le pedí una entrevista y me la negó con su
característico visaje a lo Charles Boyer. Me la tenía
guardada. A pesar de ello, me alegro de lo augurado por la
encuesta.
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