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OPINIÓN - MIÉRCOLES, 1 DE FEBRERO DE 2012

 

OPINIÓN / EL OASIS

Javier Arenas
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Fue en 1999 cuando vino a Ceuta una vez más. Y lo hizo para asistir a la investidura de Juan Vivas como presidente de la Ciudad. Se sentó a una mesa de la ya desaparecida Cafetería Real que estaba a medio metro de la que yo ocupaba leyendo los periódicos del día.

A Javier Arenas lo acompañaban Francisco Olivencia, Francisco Antonio González y un secretario de Estado del Gobierno de Aznar, cuyo nombre me es imposible recordar. E hicieron unos comentarios que yo publiqué. Y me consta que los mismos no cayeron nada bien. Pero eso es historia pasada.

Arenas se mostró durante el tiempo que duró su conversación en la cafetería tan campechano como decían de él cuantos le conocían. Haciendo alardes de una desusada desenvoltura. Parecía disfrutar de la vida. Y daba esa imagen cálida y amistosa por la que mucha gente apoya a los políticos aunque no les haga mucho tilín sus políticas. No era su caso.

En aquellos años, bien es verdad que ganarle unas elecciones a Manolo Chaves en Andalucía era una misión imposible. Y por más que lo intentó nunca pudo conseguir su propósito el candidato popular. Pero jamás se vino abajo. Es más continuó poniendo buena cara al mal tiempo y hasta se aplicó lo de en tiempos de crisis lo mejor es encontrar un buen cobijo.

El cobijo de JA fue nada menos que ser ministro de Trabajo y Asuntos Sociales, de Administraciones Públicas, vicepresidente segundo, y ministro de la Presidencia durante poco menos de un año. Amén de otros cargos que no vienen al caso reseñar. Pero no cabe la menor duda de que las derrotas como candidato a la presidencia de la Junta de Andalucía le hicieron daño.

Pero dado que principió a participar en la política activa poco después de ponerse pantalones largos, El Niño Arenas, que así es conocido en Sevilla, y en Olvera, su pueblo de nacimiento, decidió seguir al pie del cañón, un cañón cargado de municiones de paciencia. De manera que jamás se le vieron síntomas de desfallecimiento en su afán de conseguir un día convertirse en el presidente de los andaluces.

A él se le achaca la frase de que bien está que los líderes no sean mandones, pero que carezcan de autonomía es una desgracia. Curado de espanto en las derrotas, supo que tendría nuevas oportunidades de obtener el premio que anda esperando desde que diera los primeros pasos en Unión Centro Democrático: la presidencia de la Junta de Andalucía.

Listo, donde los hubiere, no dudó un instante en ponerse de parte de Mariano Rajoy cuando muchos de los suyos querían cortarle la hierba bajo los pies a su presidencia. Lo cual le valió convertirse, si no lo era ya, en un hombre de total y absoluta confianza del presidente.

Ayer he leído una encuesta que vaticina una mayoría absoluta del PP en las próximas elecciones andaluzas. Es decir, que se avecina un triunfo clamoroso de Javier Arenas. Y lo hará, según destacan, con los votos de innumerables personas de tendencia socialista. Durante un acto en Sevilla, hace ya su tiempo, le pedí una entrevista y me la negó con su característico visaje a lo Charles Boyer. Me la tenía guardada. A pesar de ello, me alegro de lo augurado por la encuesta.
 

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