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OPINIÓN - JUEVES, 2 DE FEBRERO DE 2012

 

OPINIÓN / EL OASIS

La escasez obra milagros
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Era un matrimonio bien avenido. El hombre tenía un buen empleo. Y, por si fuera poco, eran padres de una niña preciosa. La cual se bebía los vientos por su abuelo. Que lo era por parte de su padre. El abuelo había enviudado hacía ya varios años. Y se negaba a vivir en la casa de su nuera, a pesar de que ésta insistía en la propuesta. Mas al cabo de un tiempo, tras sentirse achacoso, y necesitado de tener alguien a su lado, de ser aceptado por alguien, a fin de que la longevidad no se hiciera tan dura, fue y le dijo a la mujer de su hijo que aceptaba vivir con ellos.

La nieta recibió con gran alborozo la noticia de que su abuelo iba a vivir en su casa. Acababa de cumplir cinco años y la presencia de él le parecía el mejor regalo del mundo. Ni que decir tiene que volcó todo su afecto en su abuelo. Acompañada por éste patinaba la niña en la plaza cercana y esperaba con ansia la salida del colegio para regresar con él a casa. Puesto que, salvo excepción, todos los días la llevaba y la recogía a la salida.

La vida transcurría por cauces de felicidad. El matrimonio se permitía salir cada día y hasta se iban de viaje con la tranquilidad de saber que la niña era atendida perfectamente por el abuelo. Éste, pues, se convirtió en una gran ayuda en todos los aspectos En el económico era generoso con la paga de jubilado que le había quedado. Algo más de mil euros. Y, además, como tenía sus ahorros, miel sobre hojuelas.

Un día, el abuelo comenzó a dar señales de olvido. Olvidos que se fueron acrecentando hasta desembocar en un diagnóstico de Alzheimer. Enfermedad que se fue agravando con más celeridad de la esperada por el médico que lo trataba. Por lo tanto, el abuelo se fue convirtiendo en un estorbo. Y la nuera, tras pocos meses de insistencia, consiguió que su marido decidiera meter a su padre en una residencia donde iba a estar mejor que en su casa.

Pasado un tiempo, la empresa donde nuestro hombre trabajaba presentó un ERE. Y le tocó formar parte de ese expediente de regulación de empleo. Con la indemnización pagó lo que le quedaba de la hipoteca del piso y con el dinero del paro estuvo viviendo hasta que se acabó. Y se acabó sin que le fuera posible volver a hallar un nuevo trabajo.

Fue entonces, lógicamente, que comenzaron las carencias en la casa. Y la mujer, acostumbrada a tener un pasar que bien podría catalogarse de muy bueno, se vio de la noche a la mañana viviendo en situación de precariedad. La vida le cambió al matrimonio radicalmente. Apenas tenían para nada. Y, encima, ambos eran los clásicos vergonzantes. Es decir, que no querían que nadie supiera que estaban pasando por semejante trance.

Una noche, cuando el silencio invitaba a la reflexión, la mujer le dijo al marido que había encontrado la solución a los males económicos que les aquejaban. Que no era otro que sacar al abuelo de la residencia donde llevaba ya su tiempo y quedárselo en casa. Así, podrían beneficiarse de la paga de jubilado del hombre que, pese a que su enfermedad había avanzado, todavía podía durar lo suyo.

La manera de actuar de esta pareja, que fue, gracias a que salió publicada en la prensa, produciéndose cada vez más, está llamada a dejar vacías las residencias de ancianos de toda España. La crisis continúa haciendo un daño irreparable. Aunque debemos reconocer que la escasez, a veces, obra milagros.
 

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