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OPINIÓN - DOMINGO, 5 DE FEBRERO DE 2012

 

OPINIÓN / EL OASIS

¡Qué frío!
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

La mañana de este sábado, que es cuando escribo, me recuerda a aquellas otras que me tocó vivir a mí en la provincia de Salamanca y en Cuenca. ¡Qué frío, Dios mío! Exclamación con pareado que me salía del alma en cuanto ponía el primer pie en la calle.

Bien es verdad que, en aquellos entonces, años sesenta, yo tenía la edad en la boca y en un amén entraba en calor. Y hasta conseguí, en un tiempo récord, desabrigarme mucho más que los naturales de la tierra. Ante el asombro de quienes creían que yo no era capaz de adaptarme tan bien a las bajas temperaturas.

Muchas fueron las veces que me vi precisado a decirles a mis compañeros, nacidos en tierras castellanas y manchegas, que en Andalucía el extremismo climático existía. Que si en verano el calor podía llegar a ser asfixiante, en enero y febrero corría un viento del norte que causaba una temblequera que para qué.

La primera vez que yo vi nevar fue en Burgos. Y allá que nos pusimos los tres andaluces que íbamos en la expedición del equipo de fútbol a jugar con la nieve henchidos de felicidad. Mientras los viandantes que circulaban cerca de la catedral nos miraban entre sorprendidos y sonrientes. No era para menos poder observar a tres muchachos disfrutar de lo lindo con tan copiosa nevada.

Lo malo llegaría por la tarde. Cuando llegamos al campo de Zatorre, que así se llamaba el campo del Burgos en los años cincuenta, y nos encontramos con un vestuario rústico y donde la humedad era la misma que estamos acostumbrados a ver en Ceuta en las piedras amarillas que componen las Murallas Reales.

Y qué decir de León, de Palencia, de Aranda de Duero, de Béjar, de Valladolid y sobre todo de la localidad de Ciñera, La Pola de Gordón en León, donde jugaba la Sociedad Deportiva Hullera Vasco-Leonesa. En este lugar nos pasamos tres días esperando que la nevada cediera. Para poder jugar el miércoles el partido suspendido del domingo. Y, dado que no había sitio para albergarnos, fuimos los jugadores del Béjar repartidos por casas particulares. Casas que contaban con estufas que parecían locomotoras de la época.

Todo ello se lo voy relatando al amigo con el cual me he citado hoy para tomar la copa de la amistad en la calle Jáudenes, en cuanto ha salido la conversación relacionada con el viruji que estamos soportando desde hace unos días. Es una especie de corriente que cala hasta los huesos. Y que a mí, por ejemplo, me ha hecho ponerme el abrigo que compré un día en Madrid a fin de evitar que me pille una mala vuelta del aire gélido en movimiento y me mande al hule del dolor.

-Claro, dice mi amigo, a tu edad, Manolo, estos fríos, en cuanto te descuides lo más mínimo, son capaces de ponerte en tu lugar descanso. Es decir, que, de la noche a la mañana, te puedes ver fuera de concurso. Y tengo la completa certeza de que le darías una buena alegría a quienes no quieren verte ni en pintura. Que no son muchos, todo hay que decirlo, pero esos pocos pueden presumir de tener toneladas de mala leche. Así que haces bien abrigándote.

La respuesta de mi amigo, que no me causa extrañeza alguna, porque sin ser mala persona tiene la sana (!) costumbre de expresarse como le sale de los dídimos, me hace mucha gracia. Tanta gracia como para que terminemos brindando por todos los que me desean lo peor. Ya que me hacen más fuerte.

¡Qué frío, Dios mío!
 

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