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OPINIÓN - JUEVES, 9 DE FEBRERO DE 2012

 

OPINIÓN / EL OASIS

Perros
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Corría el mes de febrero de hace ya muchos años; la noche era muy fría, tan fría que parecía más una noche siberiana que andaluza. Yo me había bebido media Escocia y regresaba en coche a una casa de mi propiedad en el campo en el cual estaba de guardia permanente un perro lobo que me adoraba.

El perro se llamaba Litri; nombre que le puse por la admiración que yo sentía por Miguel Báez –padre-, torero onubense. A Litri le llevaba yo la comida cinco días. Pues a esa casa de campo nada más que íbamos la familia los fines de semana. Recuerdo que llegué tan bebido a la parcela que nada más abrir la cancela me caí en redondo al suelo.

Y en el suelo me quedé durmiendo la borrachera de la imbecilidad. Teniendo por techo las estrellas y como manta un viento norteño que calaba hasta los huesos y que bien pudo causarme un daño irreversible. Pero tuve la suerte de que Litri decidiera echarse encima mía para protegerme de las inclemencias de una temperatura tan severa como dispuesta a mandarme al otro mundo.

Me desperté al toque del alba, y calculé que había estado durmiendo bajo la protección de mi perro cuatro horas. Litri se desvió un día del camino vecinal donde estaba situada la casa y salió a recibirme a la carretera principal con tanto entusiasmo como mala fortuna: un camión acabó con su vida. Lo lloré amargamente y me prometí no tener jamás otro perro.

Esta historia se la cuento hoy en la Esquina Ibérica a una amiga que llora desconsolada la muerte de una perra que le ha venido proporcionando compañía durante muchos años. Su perra ha muerto por ser ya muy mayor. Y a pesar de ello, mi amiga me reconoce que la va echar mucho de menos. Mientras no cesa de contarme las muchas bondades del animal fallecido.

Quienes tenemos perros, pues yo pasados muchísimos años, aunque jamás he olvidado a Litri, volví a tener uno, sabemos qué satisfactoria es la relación que se establece entre el perro y su propietario. Una relación que nos expone a servir de mofa para quienes no tienen perro y desconocen lo que es la fidelidad canina.

Mi perro discurre más que muchas personas. Además de ser muy bueno y cariñoso. Los perros, según le oí decir a un hombre que yo tenía por sabio, “son animalitos muy ordenancistas y consuetudinarios que recuerdan siempre lo que han conocido una vez, y a los que gusta ver todo en orden y como Dios manda”. No hay nada como ver a un perro retozón y alegre. Un perro que mueva la cola en señal de lealtad y esté dispuesto a comerte a besos para demostrarte su afecto.

Los perros han subsistido en nuestra España, tras ser motivos de mucha persecución, debido a que han sabido irse granjeando la amistad del hombre con la sapiencia que atesoran; de no ser así, vivirían todavía como lobos o bien asilvestrados y perseguidos.

Los perros tienen mala fama porque ciertos dueños les inculcan malos sentimientos o bien porque no son capaces de recoger sus heces en la calle. Lo cual debe ser sancionado. Ahora bien, no tengo el menor inconveniente en airear que he estado consolando a la señora que lloraba la muerte reciente de su perra mientras me contaba muchas de las peripecias de ésta en vida. Ella, la señora, se ha sentido mejor y a mí me ha proporcionado la posibilidad de hacer esta columna. La vida es interacción.
 

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