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OPINIÓN - MARTES, 14 DE FEBRERO DE 2012

 

OPINIÓN / EL OASIS

Urge una oposición fuerte
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Las medidas tomadas por el Gobierno están levantando ampollas. La reforma laboral anuncia una más que posible primavera caliente. Ya que los sindicatos saben que una huelga en estos momentos, donde la gente aún no se ha percatado de la importancia del decreto gubernamental y anda como desnortada, no tendría la dureza que los gerifaltes sindicalistas desean para continuar ellos yendo a gusto en el machito. Que no es otra cosa que sentirse cómodos en una situación privilegiada, que no corresponde, de ningún modo, con los servicios que prestan a los trabajadores.

El sindicalismo está sumido desde hace ya mucho tiempo en una decadencia que amenaza con ir a más. Sobre todo porque como organismo no ha sabido conquistar a esa masa de afiliados que le hubiera permitido con sus cuotas acceder a una independencia sumamente importante para la defensa de sus derechos laborales. Lo cual se debe, entre otras cuestiones más que sabidas, a que “los sindicatos no admiten ideas, sólo ideologías”. Y, por encima de todo, al cobro de subvenciones cuantiosas que han influido de manera poderosa en el descrédito que se han ido ganando.

Los trabajadores formaron sindicatos para tener una voz y para mejorar sus salarios y condiciones laborales, no para dar a los grupos minoritarios la oportunidad de alcanzar sus fantasías políticas. En esta ciudad, sin ir más lejos, tenemos el mejor ejemplo: ‘Caballa’. No hace falta más que analizar el comportamiento de quien lidera la coalición. Una forma de actuar que perjudica ostensiblemente al sindicalismo. Lo desnaturaliza. Lo deja en evidencia ante quienes acaban convencidos de que está hecho para el disfrute de unos pocos. Así, no me cabe duda alguna que los sindicalistas íntegros, que los hay, tienen dos opciones: o someterse a la voluntad de la mayoría o salir del organismo deprisa y corriendo y sin mirar hacia atrás, no vaya a ser…

Muchas veces he oído que la misión del sindicalismo consistía en mediar en un problema de muy difícil solución; es decir, que “los patrones no quieren dar nada y los obreros quieren tomarlo todo”. Y hasta he creído ver en esa disposición una neutralidad tan necesaria como la que se le adjudicó a la clase media. Algo que viene de lejos.

En efecto, Aristóteles desea hacer prevalecer una Constitución basada en la “clase media”, esa clase que había intentado en varias ocasiones imponer en Atenas sus puntos de vista y que se definía como intermediaria entre los ricos, llevados por su egoísmo y la ambición, y los no propietarios, carga y amenaza para el Estado. Porque esta clase es la que asegura la estabilidad del Estado, permanece fiel a las leyes y desconfía de los arrebatos pasionales.

Pues bien, los dirigentes sindicales, puede que exista la excepción, han tendido a irse hacia arriba. Tal vez porque de frecuentar tanto a los empresarios poderosos, y a políticos de primera fila, cayeron en la cuenta de que ellos tenían todo el derecho del mundo a sentirse influyentes. Y también entendieron, faltaría más, que los acuerdos con los más ricos siempre proporcionan dividendos.

Así que con los sindicatos de capa caída, y la clase media a punto de ser extinguida, el camino queda expedito para que un Gobierno, con mayoría absoluta, haga de su capa un sayo. Urge que Rubalcaba sea capaz de insuflarle vida a su partido y éste haga una oposición acorde con las necesidades actuales.
 

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