Cada vez que oigo a miembros del
Gobierno actual, a militantes del Partido Popular, o a
personas afines a la derecha quejarse de que Mariano
Rajoy lleva poco más de un mes gobernando y que ya se le
exigen resultados satisfactorios, como si llevase una
eternidad en el cargo, me acuerdo, inmediatamente, de esos
cien días de tregua que se les concede, por parte de la
prensa, a todo gobierno, a partir del día de la toma de
posesión.
Conviene decir cuanto antes que la reválida de gestión del
gobierno al cabo de los cien días de una toma de posesión
nace, por supuesto, por capricho de la prensa, o del llamado
cuarto poder, que todavía se nominaba así. Capricho, de
invención anglosajona y sin ninguna tradición en las
democracias continentales europeas, pero que pronto se
vieron contagiadas.
De todos modos, constancia escrita hay que en la
restauración de la democracia española, el juicio público de
los cien días no había pasado de ser excusa periodística a
lo largo de los sucesivos gobiernos de la transición; había
sido necesaria la instauración del primer gobierno de
izquierdas para que los medios de comunicación, no menos que
la derrotada derecha, remitieran desde el primer día hasta
los cien simbólicos días su primera exigencia de
responsabilidades a la que, desde antes de su nacimiento,
tildaron de temible gestión de gobierno.
De manera que no sólo los líderes de los partidos de la
oposición, sino la prensa y los medios de comunicación en
general, habían emplazado al Gobierno a dar cuentas de la
sinceridad y el cumplimiento de sus promesas electorales a
los cien días de su constitución. Desde el 30 de octubre en
adelante, de 1982, unos y otros, líderes de la oposición y
escépticos profesionales de la información no dejaron ni un
solo día de recordarle al Gobierno que le pedirían cuentas
al cabo de ese trimestre, dando por hecho que sus
componentes serían cogidos en paños menores.
Felipe González, sin embargo, aceptó el reto y se
presentó en la televisión, para dar cuenta de lo realizado,
en esos cien días, y a fe que su Gobierno había tomado
medidas impopulares; pero diez millones de votos le
otorgaban tamaña confianza. Una confianza que le permitió
aguantar que a partir de febrero la ciudad de Sagunto se
alzara en pie de guerra por la decisión del Gobierno de
cerrar las instalaciones de la cabecera de los altos Hornos
del Mediterráneo. La reconversión industrial motivó un
rosario de huelgas y las calles de Cádiz, San Fernando,
Puerto Real, y El Ferrol se convirtieron en un campo de
batalla. Disturbios impopulares de los que salió ilesa la
Administración socialista.
Transcurridas tres décadas, de lo contado, se presenta otra
situación mucho más dramática que aquella. Una situación
ruinosa de la economía mundial y que lleva años haciendo
estragos entre los de siempre. Entre quienes viven de su
trabajo. Y resulta que en España estamos viviendo la
tragedia de tener más de cinco millones de parados. Y lo que
te rondaré, morena. Drama causado por banqueros corruptos y
políticos conchabados con ellos.
Eso sí, cuando Rajoy salga en televisión, tras los cien
primeros días vividos en La Moncloa, puede decirnos, debido
a la confianza que le proporciona su mayoría absoluta, que
dejar de comer es muy sano. Amén de estupenda solución para
poner el déficit en su punto justo. Y hasta puede que nos
recuerde que la medida iba en su programa.
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